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jueves, mayo 26, 2011

REFLEXIONES: DEFINIENDO DEMOCRACIA (III): COMO PROCESO

Está claro que tengo el blog abandonadísimo. Mi dispersión vital me lleva por otros derroteros., más musicales que otra cosa He estado tentado en varias ocasiones de volver a escribir algo (la tentación más fuerte, cuando encontré algo de tiempo para filosofar en Cambridge) pero esta es la definitiva, si es que ustedes están leyendo estas líneas. Desde luego, la coyuntura actual (elecciones, movimiento del 15-M) encaja bastante con la materia de las últimas entradas, la democracia, lo cual es una excusa como cualquier otra para intentar superar la indolencia que me aqueja. Eso sí, me perdonarán que siga un poco en las nubes de la reflexión abstracta y un poco lejos de la rabiosa actualidad; tal vez así pueda coger un poco de perspectiva o al menos un poco de carrerilla.

En la primera entrada relativa a la democracia asumía la postura del cínico (o del anarquista místico, como diría don Fermín el de Niebla) para tratar de convencerles de que realmente la democracia no existe, no ha existido nunca y nunca existirá, si es que se quiere entender el vocablo como un estado de las cosas, fijo e inmutable. El poder y el pueblo son términos antitéticos y por tanto el poder del pueblo es una contradicción en los términos.

En la segunda entrada intentaba defender que la democracia puede ser una verdad mítica y que, por tanto, nunca es real de manera literal, sino más bien como mito que se encarna continuamente en nuestras vidas (y en nuestras sociedades) y que al mismo tiempo nos permite leer nuestras vidas (y nuestras sociedades), dándoles un sentido. Sin embargo, apuntaba también a que el papel de los mitos siempre es ambivalente. El mito de la democracia puede utilizarse para legitimar el poder y adormecer el pueblo, es decir, puede ser un arma antidemocrática. Necesitamos, por tanto, una dirección para utilizar ese mito de manera saludable. Tal vez para ello nos ayude la consideración de la democracia como un proceso.

Una de las obras que más me han impactado ha sido "El proceso ritual", del antropólogo Victor Turner. Hace tiempo que comenté la obra en este blog (también en otro sitio desde un punto de vista más mitológico). Sin entrar en detalles, la antropología de Turner contempla la sociedad humana como un proceso dialéctico de enfrentamiento entre la estructura de poder sobre la que se sustentan las condiciones materiales de existencia y la communitas, es decir, el ideal siempre presente de la comunidad soñada de iguales sobre la que se sustenta. En todas las sociedades humanas conocidas, la communitas se hace especialmente visible en los procesos de paso o de transformación personal y social; así, por ejemplo, en el rito de entronización de los caudillos africanos, cuando la plebe insulta e incluso agrede ritualmente al futuro rey le recuerda que su poder, en último término, depende de ellos. Este papel es ambivalente, de un modo legitima el poder establecido (gobierna porque queremos), de otro lado, le señala sus límites (cuidadín con pasarse).

En efecto, de acuerdo con este ensayo antropológico, el orden establecido siempre se legitima en la communitas amorfa; en último término y de formas diversas en distintas sociedades, es la referencia continua al Pueblo la que permite y sustenta el Poder que sobre el pueblo se ejerce. Cuando la estructura crece mucho y mal , como un cáncer, el poder se reseca (not pun intended) y pierde su sentido, de modo que la communitas reaparece y termina por devorarlo; el Rey se convierte en el Tirano o el senescal ilegítimo y entonces es cuando tiene que temer al rey mendigo, al sucio vagabundo que vendrá de las Cruzadas o de los páramos de Arnor para arrebatarle el trono. y devolver al poder su entronque con el pueblo. Pero también un estallido brutal de la communitas tiende a producir un crecimiento de la estructura, como sucede con el poder carismático de los líderes de las sectas milenaristas a lo largo de la historia. La culminación de la Revolución francesa es la coronación de Napoleón como emperador y la revolución bolchevique, sustentada sobre los ideales comunistas de desaparición del Estado, termina con Stalin, sus gulags y sus planes quinquenales. Ya hemos hablado de Mitchells y su ley de hierro de la oligarquía: las organizaciones del pueblo inevitablemente desarrollan una estructura de poder separa de éste.

El Pueblo, para oponerse al Poder, necesita crear organizaciones y ejercer acciones que a su vez, inexorablemente, se convierten en el Poder mismo que un día deberá ser derrocado. Esto sucede porque la comunidad y la estructura son las dos caras de la misma moneda (la sociedad humana) y que, por tanto, ambas viven eternamente abrazadas y se necesitan mutuamente para existir, aunque su coexistencia no siempre sea del todo pacífica.

Todo agrupamiento humano necesita de la realidad del Poder, inherente a la vida humana, pero esta realidad, por su propia naturaleza, tiende a oprimir a sus destinatarios, que entonces se convierten en Pueblo en la medida en que tengan conciencia de su situación. La democracia puede ser definida como el proceso de conflicto permanente entre el Poder y el Pueblo que se produce continuamente en toda sociedad y organización humana. Conflicto implica lucha, batalla, oposición. Pero conflicto implica también negociación y compromiso inestables- con el poder, e incluso el uso del poder para producir transformaciones sociales, lo que puede terminar generando nuevas oligarquías y opresiones.

Esta batalla es eterna, como la guerra entre los titanes y los dioses, los devas y asuras, el caos y la ley. No es preciso llegar a ningún sitio en concreto para que la democracia se encarne, aunque los mitos, las utopías, las elaboraciones racionales nos puedan marcar direcciones hacia las que enaminarnos. Desde una perspectiva materialista, el pasado y el futuro no existen más que en nuestra imaginación. La única verdad es el presente. La democracia, por tanto, es una lucha cotidiana, que está presente en todos los aspectos de nuestra vida pública, que comienza por una lucha con uno mismo -siempre inacabada- y que no termina nunca. Es en esta batalla donde podemos encontrar los aleteos de la democracia, aunque nunca nos encontremos con el mito encarnado de manera perfecta.

En todos los espacios sociales en los que nos podemos mover (el trabajo, los sindicatos, los partidos políticos, las asociaciones, las ong's, las iglesias, la universidad...) se libra esta batalla todos los días. En todos estos espacios tenemos diariamente la posibilidad de tomar partido por la democracia. Tomar partido por la democracia es mantener la rebeldía del corazón y de la mente (sin que ello impida llegar a compromisos con el poder, que pueden provocar treguas, pero nunca indefinidas). Hacernos Pueblo y no meramente masa o turba. Buscar dónde la estructura está reseca y tiene que ser modificada o destruida, acabando con las estructuras más podridas, construyendo nuevas estructuras que ya se pudrirán más adelante y serán sustituidas por otras. Algunos de los espacios en los que nos movemos están tan resecos que pueden asfixiarnos del todo, será cuestión de generar otros o de sustituirlos. Y si nos toca ejercer un trozo de poder, tomar partido por la democracia es preguntarnos continuamente qué hay que hacer para no alejarnos de la communitas en la que nuestro poder se sustenta, sin quedarnos del todo satisfechos, ser rebeldes contra nuestro propio poder, aunque tengamos que comprometernos con él.

Así pues, nuestra experiencia real de la democracia dependerá de cuál sea nuestra participación personal y colectiva en esta lucha del Pueblo contra el Poder en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. Por eso, no sólo tienen que cambiar las estructuras, sino que tenemos que cambiar las personas, ni antes ni después, sino en medio de esa batalla. Esto implica asumir un papel activo y responsable. Tenemos tendencia a decir qué es lo que tendrían que hacer los sindicalistas, los políticos, los banqueros, ahora los acampados. Todo eso está muy bien pero a menudo parece como si la historia no fuera con nosotros. Como si la democracia fuera una cosa que otros tienen que hacer mientras que nosotros esperamos sentados. Es un poco frustrante reducir nuestras reflexiones a lo que tendrían que hacer otras personas, sobre todo si no hacemos nada para influir en ellas; en cualquier caso, nuestra capacidad de influencia sobre lo que hacen otros es limitada. En cambio, sobre lo que nosotros hacemos tenemos un cierto margen de decisión, aunque a veces nos parezca demasiado estrecho.

Se trata de que nos preguntemos dónde tenemos que estar. Cada uno tiene que descubrir cuál es su espacio de construcción de la vida política. Y en ese espacio, sea el que sea, tenemos que plantearnos qué es lo que tenemos que hacer para tomar partido por el Pueblo en su lucha eterna contra el Poder. En términos abstractos, creo que ese proceso de hacernos pueblo implicado abarca cuatro elementos: tomar conciencia de la situación, tener un plan, organizarse y actuar. Intentaré desarrollar estos puntos en próximas entradas, aunque también pretendo tratar en el blog otros temas.