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sábado, noviembre 07, 2009

LOS OTROS (IV) LOS MECANISMOS DE EXCLUSIÓN COGNITIVA

En tanto que los "grupos étnicos" ocupan posiciones diferenciadas en la división social del trabajo (aunque, por supuesto, las fronteras de las posiciones sociales no son completamente herméticas), es realista -hasta cierto punto- suponer que existen intereses diferenciados. O sea, que el "nosotros" y el "ellos" puede tener un cierto sentido en términos materialistas, más allá de las fantasmagóricas ilusiones de las representaciones de "culturas" y "civilizaciones". Por eso podemos decir en la entrada anterior y en otras entradas de esta bitácora, que los extranjeros han soportado la parte más ingrata de nuestro modelo de acumulación de capital en tiempos de bonanza económica y que el saldo de la movilización de la fuerza de trabajo ha sido, en general, favorable para los autóctonos (a costa de los alóctonos).

Sin embargo, una vez generadas estas categorías o etiquetas que clasifican a la gente en grupos imaginarios, éstas cobran vida propia como representaciones culturales que tienden a reproducir y perpetuar un determinado estado de las cosas y, generalmente, las relaciones desiguales de poder. En nuestro universo de significados, estas categorías se sacralizan y se cosifican, sustituyendo a la realidad misma. El "alma" que anima la vida de estas etiquetas está formada por una serie de experiencias emocionales -de mayor o menor intensidad-, que les otorgan relevancia. Se sabe que las emociones desempeñan una función muy importante en la memoria y en la construcción de las categorías cognitivas con las cuales contemplamos el mundo. Esta experiencia emocional se consigue a través de expresiones compartidas de desprecio, burlas más profundas o más superficiales o, en una versión más "políticamente correcta", en el planteamiento idealizado de conflictos "de culturas" o de "civilizaciones" o en el continuo sesgo "culturalista" en materia de "integración". En realidad y de manera subsconsciente, se trata de un proceso de afirmación de identidad colectiva (generalmente en términos positivos por comparación) y, por tanto de construcción de una identidad colectiva ajena, contemplada generalmente en términos peyorativos. Las distorsiones que se pueden observar en el clásico debate de la prohibición del pañuelito en la cabeza por las calles -de este tema también tenemos que ocuparnos con más detalle- son un ejemplo de cómo el verdadero fondo del asunto no es la afirmación de la dignidad femenina sino la afirmación de la superioridad "cultural" (y a través de esta mitología la superioridad del grupo que ejerce el dominio). De este modo se subraya la existencia de un "nosotros" y la de un "ellos" que no está incluido en el tal nosotros y que, por tanto, puede ser excluido de la solidaridad, ya que no forma parte de un mismo solidum.

Una vez convertidas en cosas, estas categorías de exclusión generan efectos disfuncionales para los miembros del grupo étnico dominante que no pertenecen a los estamentos privilegiados de la sociedad. Porque, como he intentado explicar anteriormente, las categorías de exclusión pueden ocultar las relaciones reales de interdependencia e impedir la configuración de intereses comunes. Esto es muy claro en el caso de los trabajadores asalariados; el discurso de que los "extranjeros", "nos quitan nuestros puestos de trabajo" o "hacen que disminuyan nuestros salarios", incluso aunque no culpabilice explícitamente a los inmigrantes, sino a los capitalistas malos con puro y chistera, termina participando en el proceso de fragmentación de la clase trabajadora y en su consiguiente impotencia. Tiene un cierto sentido plantearse cuál es el efecto de la movilización de la fuerza de trabajo, pero el caso es que el discurso termina afectando a los extranjeros que ya están aquí y que participan de hecho en nuestra sociedad, componiendo la clase trabajadora nacional (y, en el fondo afecta incluso a aquellos que tienen nacionalidad española pero que aún son percibidos como foráneos). En este caso, las categorías de la exclusión sirven para anular el poder colectivo de los trabajadores.

Pero esto no sucede sólo en el mundo laboral. Las categorías de exclusión ocultan también los intereses comunes de autóctonos y alóctonos como usuarios de servicios públicos, ciudadanos, e incluso consumidores, dificultando el control del poder. Los déficits en sanidad o educación, por ejemplo, se atribuyen apresuradamente a un exceso de población derivado de la molesta presencia de inmigrantes, que se perciben como "sobrantes". Como si los migrantes no tuvieran suficiente dignidad como para ser igualmente merecedores de estos servicios públicos (es algo equivalente a decir la burrada de que la sanidad no funciona porque hay demasiadas mujeres) o como si los migrantes no formaran realmente parte de la sociedad. Su calificación como "inmigrantes" los envía imaginariamente a una posición "externa", escondiendo el hecho de que realmente forman parte de nuestra sociedad y están envueltos en relaciones de interdependencia con nosotros. Los "inmigrantes" trabajan y consumen, (compran bienes y servicios en el mercado con las rentas de su trabajo), generan con ambas actividades beneficios para el capital y por tanto beneficios para el Estado, pagan además sus propios impuestos y cotizaciones; permiten la subsistencia de determinados sectores, el mantenimiento de determinados precios y la integración de mujeres autóctonas en el mercado de trabajo sustituyéndolas en tareas de cuidado; su malestar puede ser nuestro malestar, su falta de integración real afecta a nuestras vidas. Viven con nosotros, trabajan con nosotros, sufren con nosotros. Y sin embargo, son percibidos como eternos "otros" que sólo tendrían derecho a comer del pastel cuando los autóctonos se hayan saciado (aunque hablemos de servicios,sociales que, por su propia naturaleza, siempre son insuficientes). Gente que, de pronto resulta que "sobra", sobre todo en contexto de crisis.

Este efecto es en gran medida emocional y se relaciona con los vínculos que conectan las categorías de exclusión con nuestras emociones. Por eso, el efecto puede producirse incluso aunque sostengamos formalmente el derecho de los extranjeros a acceder en condiciones de igualdad a estos servicios (lo que, obviamente, no mantiene todo el mundo). Afirmamos este derecho pero, paradójicamente, podemos permitirnos el lujo de decir que "sobran" o que "colapsan la seguridad social" o que "sobrecargan el sistema educativo". Podemos afirmar la igualdad, pero, cuando nos encontramos con un trato igualitario real, lo percibiremos como un "privilegio" de los extranjeros que aparentemente los pone por encima del grupo étnico dominante (este sesgo cognitivo de la "mayoría discriminada" es muy muy típico y seguramente merece una entrada aparte). No necesariamente se trata de un discurso coherente y explícito, sino que basta con una sensación informe y ambigua que convive con discursos más igualitarios.

De esta manera, los poderes públicos pueden canalizar hacia los inmigrantes sus responsabilidades en el mantenimiento de los servicios públicos para la ciudadanía social. El desmantelamiento del Estado del Bienestar puede sostenerse sobre el discurso de los inmigrantes que sobran. A título de ejemplo pueden servir las declaraciones de Arias Cañete del año pasado "Tenemos unas tensiones en el sistema de sanidad de las comunidades autónomas espectaculares, con las urgencias colapsadas porque los inmigrantes han descubierto la grandeza del sistema nacional de salud. Claro, alguien que para hacerse una mamografía en Ecuador tiene que pagar el salario de nueve meses llega aquí, a urgencias, y se la hacen en un cuarto de hora". Habría que preguntarse si, por ejemplo, los problemas de la sanidad en la comunidad de Madrid se deben a esos excesos de los migrantes que han descubierto nuestra grandeza y al parecer, la parasitan. En realidad, los inmigrantes utilizan los servicios sanitarios con menos frecuencia que los españoles, seguramente porque se trata de una población más joven y también porque tienen un menor conocimiento de las instituciones. Sin embargo, emocionalmente, su presencia resulta más llamativa y más molesta; especialmente si están antes que uno en la cola de urgencias. Ciertamente, la población de mayor edad hace un mayor uso de los servicios sanitarios, pero eso no implica que tengan un menor derecho que los jóvenes a la atención médica; decir eso sería percibido como una burrada, pero es que los mayores sí que votan y por tanto no son sólo objetos del discurso, sino también interlocutores.

Ser conscientes de este efecto es condición necesaria para sobreponernos a él y descubrir cómo el solidum trasciende las categorías con las que hemos construido solidaridad excluyente.

martes, septiembre 22, 2009

LOS OTROS (III): CUENTOS DE AYER, DE HOY Y DE SIEMPRE

Donde no hay harina, todo es mohína. Si durante la época de crecimiento económico desbocado, los migrantes han estado cargando sobre sus espaldas la parte más desagradecida de la producción , toca en tiempos de crisis señararlos con el dedo como chivos expiatorios.

Pero antes de eso durante las "vacas gordas", ¿Cuál ha sido el discurso dominante sobre los migrantes ? Pues, básicamente el "que vengan, pero con papeles". Propósito muy loable y compartible en abstracto, pero que contrastaba vivamente con el modo real de movilización de la fuerza de trabajo extranjera que nuestra sociedad ha generado. Paradójicamente, y aunque nos cueste reconocerlo, el "que vengan, pero sin papeles" se llegó a convertir en una pieza más de ese sistema de explotación del trabajo de los extranjeros en condiciones de irregularidad. Un "Reino de los Cielos" imaginario que, en muchos aspectos permitía y reproducía lo contrario de lo que predicaba. Cualquiera pensaría al leer esto que soy un loko radikal y que se me ha ido la olla. No puedo desarrollar mucho esta idea aquí, pero voy a poner un ejemplo en el campo jurídico. La imposibilidad de convertir los visados de turista en visados de trabajo, aún contando con una oferta de trabajo válida está aparentemente al servicio de una regulación ordenada de las migraciones laborales, evitando la perversión de la figura del visado de turista. En la práctica, esta imposibilidad es esencial para garantizar que los inmigrantes trabajan irregularmente durante al menos 3 años en condiciones de enorme explotación. Esto, desde luego, beneficia a los empresarios que operan en la economía sumergida, pero también al sector formal de la economía en virtud de la división del trabajo entre empresas y a los propios trabajadores españoles a través, por ejemplo, del la disponibilidad de servicio doméstico barato en condiciones de pseudo-servidumbre.

Este discurso general se completa o completaba con una visión de la "integración" excesivamente enfocada en la perspectiva de la "diferencia cultural," real o imaginada en lugar de en la realidad de las relaciones sociales. Digo "imaginada", porque a veces se dedican importantes esfuerzos dialécticos a imaginar y resolver problemas que realmente no se plantean en la práctica, con objeto de subrayar la diferencia "cultural" entre "civilizaciones".

Por supuesto que las diferencias culturales existen y por supuesto que pueden provocar problemas de convivencia, pero el caso es que este tema se convierte en el centro absoluto de la "integración", disociándose de las relaciones sociales en las que las diferencias culturales se reproducen, tanto en los debates académicos como en las conversaciones "de la calle". Este sesgo "culturalista" cumple la misma función que lo que hemos llamado las "categorías del desprecio": a través de la emotividad, proporciona relevancia y significación a la categoría mental que distingue entre "Nosotros " y "los Otros", reforzando las fronteras simbólicas y cognitivas que separan a unos de otros, distinción que se recuerda y se activa cuando llega el momento. De esta manera, se percibe al otro como diferente y se normalizan o incluso se justifican las relaciones sociales de dominación o exclusión. Ya he citado por aquí otras veces las palabras de Karl Ernst Von Baer -escritas en pleno siglo XIX, cuando todo el mundo era abiertamente racista y el colonialismo estaba en su apogeo- "Baste imaginar la experiencia de todos los países y épocas de que cuando un pueblo tiene poderío sobre otro y se porta injustamente con él, no dejará de imaginárselo como malo e incapaz y repetirá con mucha frecuencia y en voz alta esta afirmación".

Todas estas ideas siguen reproduciéndose en el debate público, pero en estos momentos del ciclo parece que cobra una mayor urgencia la problemática de la "crisis económica". Así, se abre camino un discurso diferente, que ya existía anteriormente, pero que contrastaba con la "necesidad" de movilizar fuerza de trabajo extranjera y que, por tanto, era minoritario (propio de grupos xenófobos, del lumpenproletariado y de algunos trabajadores de baja posición que realmente podían entrar en competencia con los recién llegados). Actualmente, me parece, esta forma de pensar se está extendiendo a otros sectores de clase media y baja, incluyendo a personas que se identifican ideológicamente con la "izquierda". Este "nuevo" discurso viene a ser más o menos así: "Durante estos años, los empresarios han estado forrándose trayendo mano de obra barata del extranjero; en connivencia con ellos, los poderes públicos y la legislación han sido extraordinariamente permisivos con la migración; como consecuencia de la entrada de mano de obra barata, los trabajadores españoles hemos empeorado nuestro poder adquisitivo y nuestras condiciones de trabajo o hemos perdido nuestros empleos; ahora que llega la crisis, encima nos tenemos que comer a los migrantes con papas y tenemos la sanidad, la educación y los servicios sociales colapsados por su causa."

Este discurso no necesariamente "culpabiliza" directamente a los migrantes del lo sucedido (aunque siguen estando ahí de fondo como la causa de los problemas). La "culpa" de todo la tienen los socorridos malvados capitalistas con chistera, dado que "nosotros" tratábamos muy bien a la ecuatoriana que cuidaba de la abuelita. Pero sí que se "cosifica" a estos migrantes, que se convierten en radicalmente "Otros" por obra y gracia de las categorías mentales que reproducen las diferencias sociales. Los (in)migrantes son un "objeto" del que se habla, movilizado por los malvados "sujetos" capitalistas, pero no son "interlocutores" y mucho menos son "nosotros". Podríamos incluso llegar a denunciar, con la boca chica, su explotación, sin que por ello dejen de ser ese objeto cosificado (con la boca chica si nos parece que es cuestión más urgente la explotación de los españoles). Al margen de esta complicada cuestión de las categorías, que intentaré explicar en la próxima entrada, y que es lo verdaderamente importante del asunto, este discurso está plagado de inexactitudes.

Es cierto que la movilización masiva de fuerza de trabajo extranjera se ha producido en relación con unas determinadas "necesidades" de acumulación de capital (y de reproducción doméstica). Pero no es cierto que la legislación haya sido "demasiado" permisiva. Muy al contrario, la legislación (y, en términos muy generales, la práctica administrativa) ha sido extraordinariamente restrictiva. Ciertamente, en comparación con otros países europeos, la movilización de trabajadores extranjeros ha sido enorme, pero esta diferencia en las cifras de inmigración no se debe a que existan diferencias muy significativas en el derecho migratorio de unos y otros países sino a toda una serie de factores estructurales propios de la economía española. Porque tenemos la idea-fuerza grabada en la cabeza de que los "inmigrantes" vienen a España porque los "pobrecitos" no tienen más remedio que salir de su país. Esto es, como mucho una verdad a medias, que sería el equivalente a decir que las migraciones masivas del campo a la ciudad durante la Revolución Industrial se debían a que en el campo se estaba muy mal. Hay un "efecto salida" y hay un "efecto llamada" y ambos presentan, además, notable interdependencia. Además, el mercado de trabajo irregular ha llamado a la inmigración irregular y el resultado ha retroalimentado la causa. La regulación restrictiva no ha impedido la migración, sino que ha proporcionado carne de cañón para este mercado irregular.

En segundo lugar, el efecto global de este proceso de movilización no ha perjudicado globalmente a los trabajadores españoles. Pero el caso es que no ha sucedido así, como se muestra en este estudio de Miguel Pajares (pp. 95-129). Durante el período de incorporación masiva de inmigrantes, la economía española ha crecido muchísimo y en gran medida a causa de la movilización del factor trabajo; el número de empleos netos ha aumentado tanto para los españoles como los extranjeros; el aumento de los empleos ocupados por extranjeros ha permitido crear puestos de trabajo superiores, que han ocupado los españoles (por tanto, se ha producido una movilidad ascendente de los autóctonos); los salarios han crecido por encima del IPC (pero los empleos se han generado sobre todo en puestos de bajo poder adquisitivo, lo que afecta a la distribución del pastel de la economía entre capital y trabajo); los salarios han crecido más en sectores de elevada inmigración y donde han subido menos ha sido en sectores donde el efecto de la migración es escaso; los sectores donde ha habido más inmigrantes han sido los más dinámicos y pujantes y, por tanto, donde ha crecido más la afiliación sindical, etc. Todo esto no quiere decir, ojo, que la lectura de este proceso masivo de movilización del trabajo tenga que ser globalmente positiva. Primero, porque desde un punto de vista macroeconómico ha servido para retroalimentar un modelo basado en el uso intensivo de fuerza de trabajo de escaso valor añadido, dicho en román paladino, en el cutrerío. Segundo, pero no menos importante, porque toda esta abundancia se ha producido a través de la explotación laboral de los extranjeros y de la precariedad multiplicada por su situación jurídica. Pero no es verdad que globalmente la llegada de los inmigrantes haya disminuido el empleo de los españoles o afectado negativamente a sus salarios. Ello podría haber sucedido en términos teóricos (la saturación de la oferta de mano de obra implica una bajada del salario) y se puede haber producido en casos concretos.

Ahora bien, aunque hubiese sucedido así, o en los casos en que esto suceda, ello no convierte en adecuado el discurso que estoy criticando. No sin plantearnos previamente cómo hemos construido ese "nosotros", los trabajadores españoles, que supuestamente "sufren" la llegada de los inmigrantes en sus empleos o niveles de ingreso, que supuestamente "sufren" ese "colapso" de la sanidad y la educación "debido a la llegada de los inmigrantes" y que teóricamente "sufren" -y ya "sufrían" cuando había bonanza- esa hipotética divergencia cultural que tanto duele en el imaginario colectivo. Pero eso es materia para otro capítulo.

sábado, septiembre 12, 2009

LOS OTROS (II): CATEGORÍAS DEL DESPRECIO

Ya era hora de que escribiera algo por aquí, que estoy un poco vago últimamente. Estábamos hablando de cómo las categorías del lenguaje y el pensamiento contribuyen a reproducir las relaciones sociales de poder y dominación. Partíamos de una reflexión general buscando lo que había de verdadero y auténtico en la ideología del "lenguaje políticamente correcto" para encontrarnos con este efecto real de las categorías sobre la vida de la gente. Después hemos visto cómo las categorías de los "Otros" sirven para configurar intereses colectivos hacia dentro o hacia fuera de un determinado grupo; puesto que estos intereses son muy variables, las categorías son también muy elásticas y flexibles (a pesar de nuestra tendencia a tomarlas como ideas platónicas de contenido inmutable).

El hecho de que sean flexibles no impide que estén firmamente asentadas en nuestra manera de hablar y de pensar, reproduciéndose continuamente a través del lenguaje y la acción y haciendo más y más verdaderas y materiales las diferencias entre las personas por razón de su (nuestra) pertenencia a "grupos imaginarios". Pero la flexibilidad hace que la carga emocional vinculada a cada categoría sea variable, desde el más absoluto desprecio hasta las formas más sutiles de distinción.

He cogido la costumbre excéntrica de leer en los parques en lugar de encerrado en casa. Creo que es una sana costumbre por diferentes razones y una de ellas es la posibilidad de acceder a material antropológico inédito, dado que alguna gente grita tanto que es imposible no escuchar sus conversaciones, que no hemos de considerar "intimidad "debido al volumen de voz empleado. Hace unas semanas, una chica joven se acercó con su sobrina preferida, de 6 años, al banco donde estaban sentados unos amigos suyos. En un momento dado, la niña debió coger una colilla o algo así y su tía la reprendió: "Eh. ¡No toques eso! ¡Eso es mierda! Como los moros. ¿Qué son los moros? Mierda. Pues lo mismo el tabaco. Moros mierda. Tabaco mierda. Como los moros". La frase se planteó con total y absoluta espontaneidad y sin la conciencia de culpa que acompaña a las manifestaciones "políticamente incorrectas" en otros contextos sociales. Es sólo un ejemplo. Todos escuchamos diariamente muchas cosas como esta a veces en broma, a veces en serio, a veces medio en broma medio en serio y en boca de gente normal y corriente, no necesariamente de cabezas rapadas embrutecidos. Así es como se reproducen, tranquila y cotidianamente, sin sobresaltos y entre chistes, las categorías del desprecio. Creemos que el desprecio se circunscribe a las manifestaciones más extremas del racismo y se nos puede escapar su funcionamiento real.

Esta niña de 6 años ya ha sido socializada en una equivalencia moros = mierda = tabaco. Es posible que esto influya sobre ella de manera directa y palpable. Pero también puede que no. Puede que termine fumando dos paquetes de tabaco negro al día y casándose con un "moro." Pero, aún así, su espacio de significados estará colonizado por esta equivalencia, no sé si me explico. El sistema de categorías que conforma el pensamiento mantendrá la conciencia de la categoría denigrada. Es como una especie de gen, que se expresa o no se expresa en función de un contexto determinado y, si se expresa, puede hacerlo también de diversos modos en función de las circunstancias y en cualquier caso, se sigue reproduciendo.

Las expresiones más destacadas de las categorías del desprecio son las manifestaciones de racismo radical, abiertamente rechazadas por el conjunto de la sociedad; pero estas manifestaciones especialmente violentas y socialmente disfuncionales no pueden analizarse de manera separada del sistema de dominación étnica del que forman parte como resultado patológico (de la misma manera que la violencia de género es una manifestación patológica de un sistema mucho más cotidiano de dominación de la mujer). Los participantes en los sucesos racistas de "El Ejido" no eran monstruos inhumanos, sino personas perfectamente normales que, en un contexto estructural determinado -posiblemente, la integración de los marroquíes a la pauta "nacional" de acceso a la propiedad de la tierra- reaccionaron de una manera patológica. Pero las categorías del desprecio operan de manera mucho más cotidiana, lo que sucede es que para entenderlo nos tenemos que quitar esa visión platónica y discreta de las categorías.

Uno puede gritar en el apogeo de cualquier banquete familiar que los moros son una mierda y llevarse muy bien con el moro X, que le suministra el hachís, le pasa bien y además es güena gente. En la práctica humana es perfectamente compatible. Pero el "gen" sigue allí y se activa en un momento determinado (pongamos la dificultad para encontrar plaza en el colegio para sus niños o sufriendo una cola de urgencias), para indicar al cerebro cuál es (y cuál debe ser) el grupo subordinado. Las "categorías del desprecio", cargadas de emotividad negativa, se activan en determinados momentos para producir solidaridad excluyente o simplemente, para excluir, total o parcialmente, de la solidaridad.

Ahora bien, ¿cómo reaccionar ante esta dinámica? A mi juicio, no resulta demasiado útil que nos convirtamos en censores del lenguaje y perseguidores del chiste o el comentario racista. Y no es útil porque estas categorías son, como he intentado explicar, producto de unas relaciones reales de dominación; mientras estas relaciones se mantengan, estas expresiones van a seguir aflorando, de un modo u otro. Como contaba hace ya tiempo, la "demonización del racista" sólo provoca que el racismo se nos cuele en el salón principal por la puerta de atrás. De lo que se trata es de evitar el efecto de reproducción de la desigualdad que generan las categorías del desprecio. Para ello, en primer lugar, es necesario que nos hagamos muy conscientes del funcionamiento del proceso. En segundo lugar, es preciso plantear discursos alternativos y categorías alternativas que puedan contrarrestar este efecto reproductor, que puedan cuestionar las categorías del desprecio y abrir un espacio más amplio para la percepción del otro que nos permita producir mecanismos de solidaridad incluyente. Es decir, no se trata de escandalizarse ante todas las manifestaciones de desprecio (aunque a veces el escándalo es muy oportuno), sino más bien de lanzarnos a esta batalla en el mundo de los símbolos, tanto en broma como en serio.

En cualquier caso, más allá del efecto emotivo de las categorías del desprecio (aunque con ayuda de éste) la distinción Nosotros/Otros opera también cuando se utiliza de manera aparentemente más neutra para excluir artificialmente a muchas personas de la solidaridad. Especialmente en contextos como el de la crisis económica. Este efecto es quizás más sutil. Intentaré explicarlo en las próximas entradas.

jueves, julio 16, 2009

"LOS OTROS" (I): SOLIDARIDAD EXCLUYENTE E INCLUYENTE

Decíamos que el lenguaje, o mejor, las categorías de pensamiento expresadas y reproducidas a través del lenguaje, determina -o determinan- en gran medida lo que pensamos, sentimos y hacemos. Podemos seguir manteniendo la afirmación materialista y aparentemente -aunque no necesariamente- cínica de que nuestras representaciones ideales más elaboradas están construidas sobre el esqueleto más palpable de nuestros intereses inmediatos. Pero también es verdad que "nuestros" intereses dependen de la construcción de un "Nosotros" y de un "Ellos" y, por tanto, de las categorías a través de las cuales percibimos la realidad social. Aunque podemos considerar nuestros intereses "individuales" al margen de los de las personas que nos rodean, sabemos que esto es sólo una verdad a medias porque somos animales que vivimos en sociedad y que "construimos sociedad para vivir", en continua interdependencia. Estamos genética y culturalmente programados para hacer causa común con los demás, para generar lazos de "solidaridad".

La "solidaridad" consiste en disolver las fronteras simbólicas que nos separan de los "Otros" a partir de la empatía y de la comprensión para percibir que formamos parte de una misma "totalidad" (solidum); si estas barreras no se disuelven, nuestro "altruismo" es paradójicamente "interesado", egocéntrico, aunque sea porque busca activamente la autosatisfacción. Cuando se rompe la barrera que separa de los "Otros" no hay exactamente "egoísmo" ni "altruismo", sino que nuestra experiencia de solidaridad surge espontáneamente como el cariño de los padres por los hijos; no hay ninguna finalidad o propósito, sino que simplemente es una manera de ser. Dice el libro del Tao con su peculiar mensaje de vagancia "Abandono todo deseo del bien común y el bien se torna tan común como la hierba". Tenemos experiencia ambas cosas (altruismo interesado y solidaridad espontánea) pero, por supuesto, casi siempre estamos en un confuso término medio entre ambos extremos. Esto es así, entre otras cosas, porque estamos continuamente edificando y traspasando fronteras sociales que delimitan el espacio de nuestro interés. "Yo" frente a "los demás" o hacia "los demás", "Nosotros" frente a "Los Otros" o hacia ellos, abrimos una puerta y la cerramos. Ahora bien, para construir estas categorías o identidades colectivas (con independencia de que la experiencia sea más profunda o más forzada), existen básicamente dos mecanismos : la perspectiva excluyente y la perspectiva incluyente. La segunda es como más bonita y hoy por hoy más necesaria en el contexto de la temática general de este blog, pero la primera también forma parte de la vida humana y tiene su importancia.

La perspectiva excluyente de la solidaridad es la dimensión propia del conflicto abierto, de la guerra, de la "lucha de clases", de la oposición radical de intereses, de la competencia. Construimos un "Nosotros", generamos intereses colectivos, producimos una identidad colectiva, para hacernos más fuertes y poder enfrentarnos con éxito a un "Ellos", a un "Enemigo" común, hacemos "piña" frente a la amenaza real o imaginaria de los "Otros"; la exclusión de los extraños construye y refuerza la identidad del grupo. Como reza el proverbio árabe "Yo contra mi hermano; yo y mi hermano contra mi primo; yo, mi hermano y mi primo contra el extranjero". El ejemplo más adecuado de este mecanismo es el de los soldados de una batalla: para enfrentarse adecuadamente al "Enemigo" deben maximizar la solidaridad dentro del grupo, renunciando a veces a su interés más individual. En el contexto concreto de una batalla (más allá de análisis profundos), la oposición de intereses entre los grupos contendientes es muy radical, tanto que es difícil encontrar a primera vista intereses comunes. La separación es, por tanto, muy tajante y excluyente.

Mucho cuidado, porque esto que digo no es un absoluto y la exclusión no suele ser total. Desde una perspectiva emocional y cognitiva, la capacidad para la empatía y el reconocimiento del otro puede llegar (y de hecho llega) a los más terribles enemigos. En estos casos, a pesar de la importancia del conflicto, que separa radicalmente a los diferentes grupos que organizan la conducta, se reconoce un "Nosotros" que abarca tanto a "Nosotros" como a "los Otros". Podemos decir entonces que no puede hacerse cualquier cosa para hacer daño los soldados enemigos (o con los terroristas enemigos de la sociedad), que existen unos "límites", por muy "Otros" que sean. Desde la perspectiva de los intereses, si escarbamos un poco, a menudo podemos encontrar unos ciertos intereses comunes incluso entre los enemigos más acérrimos. Esto es porque la interdependencia real tiende a rebasar la ilusión de las categorías excluyentes (apunto esta idea para ahora y para luego). Así, por ejemplo, las "reglas de la guerra" que aparecen en diversos períodos históricos no sólo se fundamentan en la empatía individual, sino también y sobre todo en la consideración de que una guerra total sin reglas ni escrúpulos de ninguna clase perjudica notablemente a los miembros de ambos bandos. Más allá de las reglas formales de la guerra, los contendientes pueden crear sus propios espacios; así, parece que en la I Guerra Mundial se creó espontáneamente entre los soldados de bandos opuestos, una cierta solidaridad, un cierto lenguaje (no verbal ni directo), unas ciertas reglas no escritas sobre los ataques y las treguas en las trincheras. No vamos a entrar en el "dilema del prisionero" ni en las complejidades del binomio cooperación/competición, basta con señalar que puede haber interdependencia e intereses comunes incluso en las situaciones de división más traumáticas.

La experiencia de la empatía, de la identificación con el otro, de hacerse solidum puede abarcar potencialmente al menos a cualquier miembro de la especie humana. Por otra parte, las relaciones de interdependencia derivadas de la producción social del trabajo pueden expandirse virtualmente a toda la Humanidad. El proceso histórico que observamos es, de hecho, expansivo. De Alejandro Magno a la "globalización" actual, pasando por la no menos importante "globalización" del siglo XVI, existe una tendencia progresiva hacia la interdependencia global. La necesidad permanente de romper las barreras prediseñadas de nuestras identidades personales y colectivas contribuye a generar mecanismos de solidaridad incluyente. En estos casos, el grupo es la razón para salir de nosotros mismos y para construir la "sociedad", la totalidad; como dice el poema de Benedetti "Quizás mi única noción de Patria/sea la urgencia de decir Nosotros". A su vez el grupo más amplio se convierte en una manera de salir de las reducidas fronteras del grupo más pequeño, de ampliar horizontes de solidaridad, y así sucesivamente, hasta alcanzar, al menos potencialmente a la totalidad de la humanidad, como un mismo solidum interdependiente. Montesquieu lo explicaba muy gráficamente:"Si supiera algo que me fuese útil, pero que fuese perjudicial a mi familia, lo desterraría de mi espíritu; si supiera algo útil para mi familia pero que no lo fuese para mi patria, intentaría olvidarlo; si supiese algo útil para mi patria pero que fuese perjudicial para Europa, o bien fuese útil para Europa y perjudicial para el género humano, lo consideraría un crimen y jamás lo revelaría, pues soy humano por naturaleza y francés sólo por casualidad".

Los "grupos imaginarios" sobre los que se articulan los intereses colectivos, por muy imaginarios que sean, no son nunca arbitrarios. Con independencia de la valoración que nos merezca o de la existencia de disfunciones, toda pauta cultural consolidada presenta una cierta racionalidad (de lo contrario no conseguiría ser compartida y reproducida). Si se ha definido un "Nosotros", aún de modo excluyente, es porque esta categoría sirve a unos intereses determinados. A menudo estos intereses tienen que ver realmente con los de los integrantes del colectivo. Para no ponernos excesivamente abstractos, pongamos un ejemplo con el tema, hoy candente, de la financiación autonómica.

En torno a las Comunidades Autónomas (igual que en torno a los Estados) pueden existir ideologías o sentimientos al menos parcialmente excluyentes. Por ejemplo, yo podría pensar -aunque no pienso-, que el bienestar de un "andaluz" es más importante que el de un "madrileño", o que el bienestar de un "español" es prioritario respecto del de un "uruguayo"; el bien de los "Otros" puede ser en cierto modo valorado, porque también hay una dinamica incluyente, pero en la práctica se olvida al subordinarse al del grupo "propio", que nunca quedará del todo satisfecho; hay que "barrer primero la propia casa"y nunca jamás la terminamos de barrer del todo. A pesar de la distorsión con la que operan estas ideologías excluyentes, existe un fondo objetivo de intereses. "Naciones" fantasmales aparte, las Comunidades Autónomas son estructuras políticas muy reales que constituyen unidades de gasto público pero que en términos generales no son unidades de ingreso; esto implica que hay un "reparto del pastel" recaudado por el Estado que me afecta a mí y presumiblemente a la gente más cercana a mí; con independencia de la intensidad de la ideología excluyente (que tiende a ser una manifestación del interés), es fácil que tienda a defender los intereses de mi "grupo". De la misma manera, "naciones" fantasmales aparte, los Estados son estructuras políticas muy reales y tiene sentido que las autoridades españolas defiendan los intereses llamados "de España" en los foros internacionales.

Sin embargo, la cristalización de las categorías cognitivas funcionales para la defensa de estos intereses puede taparnos una buena parte de la realidad. Así, por ejemplo, podemos creer ingenuamente que la "riqueza" se genera "en las Comunidades Autónomas" o en "España". Si bien es cierto que las estructuras políticas reales articulan en buena medida las relaciones sociales (por ejemplo, los mercados), también es cierto que los flujos de relaciones sociales, comunicativas, económicas, políticas trascienden ampliamente las fronteras políticas y así sucede, de hecho, con los mercados. No hace falta sucumbir a las versiones más simplistas y menos matizadas de la afirmación "la riqueza de unos implica automáticamente la pobreza de otros" para detectar que existen abundantes conexiones, vínculos, relaciones de poder y dominación, exclusiones, etc. Es decir, que la interdependencia rebasa, como ya hemos dicho, nuestras categorías y que puede ser necesario trascenderlas para construir un nuevo solidum, una nueva totalidad.

Estos dos mecanismos, solidaridad incluyente y excluyente, no son incompatibles, a pesar de que aparecen como opuestos. Incluso cuando la vida nos arrastra a construir grupos frente a otros grupos, podemos hacer al mismo tiempo el movimiento de inclusión, que despliega muchos efectos beneficiosos (mayores cuanto más auténtica sea la experiencia de ruptura de las barreras). De hecho, tanto en la guerra como en la argumentación, tienden a tener un mayor éxito los que comprenden mejor al adversario y saben ponerse en su lugar. En todo caso, para próximas entradas me interesa destacar una cosa: la solidaridad incluyente permite vencer algunas distorsiones de la percepción que provocan las categorías excluyentes.

viernes, julio 03, 2009

MIGRACIONES Y LENGUAJE POLÍTICAMENTE CORRECTO

En el mundo postmoderno no han muerto las ideologías, ni mucho menos. Si acaso se han descafeinado un poquito respecto de su alcance. Una de estas ideologías descafeinadas de nuestro tiempo es la insistencia en el "lenguaje políticamente correcto". Soy de la opinión de que esta forma de plantear las cosas puede y debe ser criticada y lo argumentaré más adelante. Pero eso no quiere decir que esté de acuerdo con las críticas más habituales y tópicas que se le hacen. De hecho, creo que otra de las ideologías descafeinadas de nuestro tiempo -igualmente superficial y poco comprometida con las tripas de la realidad- es la oposición sistemática e irreflexiva al "lenguaje políticamente correcto"; en estos casos adoptamos una pose, una máscara que suponemos que nos hace más interesantes, más inteligentes, conscientes e independientes, más alejados de los tópicos y del "pensamiento dominante". Pero se trata en muchos casos de una postura igualmente tópica y superficial, ligada al "sesgo de la mayoría oprimida" del que hablaremos en otra ocasión; no hay pensamiento más dominante que la rebeldía ideológica obligatoria de quien se cree más listo que la masa. Para no caer en este error, creo que hay que profundizar en dos reflexiones: primero ¿por qué es criticable la ideología del lenguaje políticamente correcto? Segundo ¿qué hay de verdad en ella? Porque todas las ideologías, como todos los mitos, tienen un fondo interesante de verdad que puede resultar interesante desentrañar y a veces aprovechar.

En primer lugar, podríamos criticar el lenguaje políticamente correcto por lo que tiene de eufemismo. Las categorías que designan a los grupos subordinados tienden a asumir un matiz peyorativo, pero lo cierto es que las palabras dan muchas vueltas a lo largo de la historia. Algunas palabras originariamente neutras adquieren con el tiempo un tono insultante que no les venía de serie ("moro"= natural de la provincia romana de Mauritania); otras, en cambio, nacen cargadas del más cruel de los desprecios pero son luego asumidas, subvertidas y reclicadas por los grupos minoritarios, que se apropian de la palabra para su propio uso (así ha sucedido con "gay" y últimamente con "maricón"). Algunas categorías son tan variables que uno nunca sabe cuál es la forma políticamente correcta de moda y cuál la que se ha convertido en insultante (como las múltiples maneras de denominar a los "negros" o a los "ancianos"). Otras veces, no dejamos de buscarle los tres pies al gato, porque todas las palabras parecen plantearnos problemas ("minusválido" "discapacitado" y no digamos "tarado" o "subnormal"). Lo cierto es que a veces nos comportamos como si hubiera alguna virtud mágica en las palabras mismas más que en los significados sociales que les atribuimos. En mi opinión, este es uno de los casos en los que "la intención es lo que cuenta", no la palabra utilizada (aunque siempre viene bien tener un cierto tacto para evitar malentendidos); el deseo o no de insultar, el sentimiento, el desprecio, el tono de voz, el contexto, el significado. Con eso basta, sin que sea necesario obsesionarse con la búsqueda del eufemismo menos feo; no olvidemos que los eufemismos tratan de ocultar o disfrazar una realidad que se percibe como negativa y que, por lo tanto, en estos casos suelen tener un punto de "excusatio non petita..." Cuando uno no termina de asumir la normalidad de la "negritud", pronunciar la palabra "negro" parece que produce una cierta incomodidad, que se sublima acaso con el deseo de no molestar y uno termina diciendo "de color", aunque, puestos a buscarle los tres pies al gato, sería una categoría más incorrecta, porque atribuye el "color" únicamente a la categoría marcada.

En cualquier caso, creo que puede profundizarse un poco más en la crítica a la ideología light del lenguaje políticamente correcto. En efecto, creo que a veces puede parecerse a una religión ritualista o farisaica, que recompensa a los que cumplen con una serie de preceptos exteriores y que condena a los infieles que "no cumplen la ley", aún sin preguntarse demasiado por las razones que daban sentido a estos preceptos. De esta manera, las contradicciones derivadas de las desigualdades de poder que se producen en la realidad social pueden proyectarse mágicamente a un terreno imaginario construido mediante el lenguaje. Y pueden resolverse aparentemente en estos reinos imaginarios con sólo decir unas palabras mágicas. Eso que los angloparlantes llaman tokenism y que nosotros podríamos traducir como "fachada" o más gráficamente como "blanqueo de sepulcros". "Todo tiene que cambiar" (en el mundo del lenguaje) "para que todo siga como está" (en la realidad social). No digo que esto se produzca siempre, pero sí que creo que es una tendencia inherente al purismo (puritanismo) en el examen de la "corrección" política del lenguaje.

Pero, ¿qué hay de interesante en estas exigencias de corrección política? Pues la razonable hipótesis de que, en cierta medida, estamos determinados por nuestras categorías cognitivas y por el lenguaje. Hablamos el lenguaje, pero también somos hablados por el lenguaje. La hipótesis Sapir-Whorf afirma que nuestro "mundo de la vida", nuestro universo de percepciones, está determinado por el lenguaje con el que construimos el mundo social. Esto es lo que se llama "relativismo lingüístico". Es una hipótesis razonable siempre que no se tome a la tremenda. ¿Quién nació primero, la gallina o el huevo? ¿El lenguaje construye a la sociedad o es la sociedad la que construye el lenguaje? ¿Al principio de todo fue el Verbo?

Algunas formas de materialismo vulgar desprecian el valor del mundo simbólico humano , que juzgan automáticamente como "superestructura" (se diría en términos marxistas), como si las cosas fueran en sí mismas "infraestructura" o "superestructura", nada más platónico y menos materialista. Supongo que entonces desprecian el valor del dinero o de las transacciones bursátiles, elementos puramente simbólicos e "inmateriales". Creo que desde el "materialismo razonable" se debe decir otra cosa. Efectivamente, la sociedad construye al lenguaje y el lenguaje es en gran medida un reflejo de las relaciones sociales reales. El lenguaje tiene una dimensión ideológica -en el mal sentido de la palabra- cuando se utiliza para construir mundos imaginarios donde se proyectan los problemas reales distorsionados para resolverlos mágicamente y que todo siga como está, como hemos dicho anteriormente. Esa función ideológica o superestructural , dicho sea de paso, no es ni mucho menos despreciable o baladí, sino que influye verdaderamente en la reproducción de las relaciones sociales. Pero, por otra parte, el lenguaje es el principal sustrato o instrumento a través del cual se construyen las relaciones sociales mismas, a través del cual se divide socialmente el trabajo y se configuran relaciones de dominación o de exclusión.

Así las cosas, lo importante de las palabras no es la superficie sino el fondo, y los efectos que producen. Las palabras pueden ser palabras mágicas, en la medida en que provoquen efectos sociales. En este contexto, lo importante no es la palabra que finalmente utilicemos, sino que hagamos la reflexión oportuna para que no nos afecten de manera irreflexiva los automatismos de nuestras categorías mentales. Ya he comentado alguna vez que yo prefiero hablar de "migraciones" antes que de "inmigración", como un recordatorio permanente de que los migrantes "vinieron de algún sitio" y que las migraciones internacionales deben observarse en el contexto más amplio posible. Pero luego me da igual la palabra que la gente prefiera utilizar, lo importante es haber conseguido hacer esta reflexión.

Ahora que he explicado a grandes rasgos lo que pienso del tema, tal vez nos podamos centrar en algún aspecto concreto. En la próxima entrada trataremos seguramente de cómo construimos las categorías de "ellos" y "nosotros" en el momento actual. Aquí el lenguaje es la superficie a través de la cual podemos detectar el uso de categorías mentales para reproducir una situación social de subordinación.

[La imagen es la portada de un libro de cuentos infantiles políticamente correctos en clave de parodia que, desde aquí recomiendo, así como su secuela "más cuentos infantiles políticamente correctos"]

lunes, junio 15, 2009

INMIGRACIÓN Y SINDICATO

En el discurso público sobre las migraciones, la palabra mágica "integración" se suele remitir a los mundos estratoféricos de las "culturas" o de las "civilizaciones", reinos imaginarios donde proyectamos, distorsionadas, las contradicciones de nuestras relaciones sociales. Y son las "culturas", así, cosificadas, las que en nuestro imaginario se "integran" o no se "integran", se alían perrofláuticamente o luchan en batallas épicas por el dominio del Universo. Ya les he dicho otras veces que, para mí, la batalla de la integración -de toda nuestra sociedad, y no sólo de los migrantes- debe librarse en la vida real y no tanto en sus proyeccones. ¿Dónde trabajan los migrantes, con quién y en qué posición? ¿a qué colegios van? ¿en qué barrios y en casas viven? ¿cuál es su acceso al consumo de bienes y servicios? ¿qué posición ocupan en los mercados? Esa es la integración real. La "cultura" no es más que el conjunto de espacios de significación y de comunicación que construimos para articular y reproducir nuestro mundo de relaciones sociales. En la medida en que sea posible construir relaciones "cara a cara", superando las barreras de exclusión y subordinación de las fronteras étnicas, podrá generarse un verdadero espacio de "interculturalidad".

Y resulta que nuestros migrantes han venido a España básicamente para trabajar, en medio de un proceso global de movilización de la fuerza de trabajo. Y que, como sucede con los españoles, los migrantes pasan gran parte de su vida diaria -si no la mayor parte de ella- en el tajo. Así pues, el empeño por la integración social depende en gran medida de lo que pase en los centros de trabajo y a veces parece que nos olvidamos de ellos o que, al menos, no les damos la importancia que tienen, porque el debate termina desviándose continuamente hacia el raca-raca de la compatibilidad o incompatibilidad, convivencia o choque de las "culturas". No creo, empero, que este "olvido" o esta "minusvaloración" de los aspectos laborales de la integración sean del todo inocentes. No lo son, porque precisamente la presencia de los migrantes se debe a un proceso estructural que los sitúa inmediatamente en una posición subordinada y porque se ha preferido mirar hacia direcciones que no cuestionen demasiado la distribución real de poder. Ya hemos mencionado alguna vez que la ideología "asimilacionista" oculta en realidad el interés por convertir a las personas en fuerza de trabajo bruta, que idealmente "no se nota" y no molesta; en la práctica, con la ideología de la asimilación subsiste la segregación entre los grupos étnicos , que se mantiene para alimentar la máquina de la producción, pero envuelta en las nieblas de la mitología del Individuo libre que actúa libremente en el Mercado libre.

Para los trabajadores españoles esta es una ilusión peligrosa. Es cierto que durante la bonanza económica se han podido beneficiar realmente del trabajo subordinado de los carniceros de utopía, directa e indirectamente (por ejemplo, vía servicio doméstico barato); pero la segregación étnica puede ser -y de hecho, ha sido siempre- un mecanismo de división, e incluso de fractura de la fuerza de los trabajadores como clase. No he visto datos, pero puede que la crisis esté mostrando de manera más pronunciada este rasgo. Hace poco sacábamos de entre las barbas de Marx un texto sobre la división obrera entre ingleses e irlandeses en Inglaterra y me preguntaban los contertulios sobre lo que se podía hacer para evitar la rima de la historia. Pues bien, creo que en este contexto nuestros sindicatos tienen mucho que decir y que hacer. Es una responsabilidad, pero también es una necesidad, incluso una necesidad organizativa del sindicato, enfrentarse a esta situación.

En efecto, a estas alturas es un tópico archiconocido que el sindicalismo se ha construido en un contexto de relativa homogeneidad obrera, sobre un arquetipo de trabajador determinado y que, como mínimo desde hace unas décadas, esta realidad está cambiando a marchas forzadas. Aún no distinguimos bien este nuevo mundo "postmoderno" pero parece que está implicando una prgresiva intensificación de la división social del trabajo (ciclo de la producción/reproducción/consumo), multiplicando así la heterogeneidad de las clases trabajadoras. Los trabajadores ya no necesariamente viven en el mismo sitio, ni tienen necesariamente el mismo estilo de vida o las mismas necesidades o los mismos problemas o incluso -desde los instrumentos de análisis del sindicalismo tradicional- los mismos intereses. Esta dinámica está provocando una ruptura de la tradicional "conciencia de clase" y una progresiva ineficacia de las herramientas tradicionales de articulación de intereses colectivos; de hecho, parece que hay una tendencia generalizada al descenso de las tasas de afiliación en todo el mundo. O el sindicato se adapta a esta diversidad (o consigue llegar a las mujeres, los jóvenes, las minorías étnicas, los precarios, los "autónomos dependientes", los trabajadores de empresas auxiliares), o está condenado a la extinción o a la descomposición.

En lo que refiere a los migrantes, el hecho de que el sindicato se adapte a la realidad implica varias cosas, todas ellas relacionadas entre sí: en primer lugar, debe ser capaz de dar respuesta a los problemas específicos que tienen los trabajadores migrantes y a la diversidad de origen étnico en la empresa; en segundo lugar, debe conseguir captar a los migrantes como afiliados; en tercer lugar, debe incorporar realmente a los migrantes en su estructura organizativa (tanto entre los cargos del sindicato como en la representación unitaria, formalmente no sindical).

Y, bueno, ¿qué es lo que están haciendo? Hace un mes, con ocasión de mi trabajo en el Observatorio de la Negociación Colectiva, tuve ocasión de entrevistar a algunos sindicalistas de CCCOO de Catalunya (Ghassan Saliba, Juan Manuel Tapia y Antonio Córcoles), que me comentaron, entre otras muchas cosas, algunas conclusiones a las que había llegado este sindicato (CONC) a partir del año 2000: 1) La inmigración es un fenómeno estructural que tiene que asumirse con normalidad; 2) La integración laboral es un factor de enorme importancia para la cohesion social y el sindicato tiene que centrar prioritariamente su actuación en los centros de trabajo (dado que, además, en otros campos existen otras organizaciones sociales); 3) El sindicato tiene que regenerar continuamente su capacidad de representación e incorporar a los migrantes entre los afiliados y en los órganos de representación; 4) Esta adaptación no deriva únicamente de motivos "altruistas" desde la perspectiva de los trabajadores autóctonos puesto que los intereses de migrantes y nacionales son comunes: la calidad de las condiciones de trabajo de los migrantes es importante para garantizar también las condiciones de los españoles.

Como creo que se desprende de las reflexiones anteriores, estoy muy de acuerdo con estas líneas de acción sindical. Me parece que el planteamiento es muy correcto y adecuado desde un punto de vista teórico. Esto es muy importante, pero, por supuesto no lo es todo; como dijo el barbudo, es en la práctica donde se demuestra el poderío de un pensamiento. La práctica, eso sí, es siempre un terreno por trabajar. Mencionaron, eso sí, algunos datos de crecimiento de la afiliación inmigrante y de integración de los migrantes en órganos de representación que nos permiten ser moderadamente optimistas. También había algunos proyectos interesantes, como la promoción, en Cataluña, de los acuerdos de gestión de la diversidad, al hilo del empeño por la personalización -que no "individualización"- de las relaciones laborales.

Alguna orientación nos pueden ofrecer estas líneas teóricas y estos senderos prácticos en esta difícil tarea de articular los intereses laborales en estos tiempos interesantes. Confío en que habrá muchas otras experiencias sindicales interesantes en otras organizaciones, si no las cuento aquí es porque de momento no las he conocido, pero me encantaría hacerlo, así que si alguien tiene noticia de ellas, me parece muy interesante que nos las comente.

Eso sí, también sabemos que, el espacio de implantación y de influencia de los sindicatos en nuestro país es, hoy por hoy escaso, no sólo en lo que respecta a los trabajadores inmigrantes. Las redes de articulación de los interese laborales difícilmente llegan a determinados rincones: microempresas y empresas pequeñas, trabajadores precarios, economía sumergida... En particular, en el ámbito del servicio doméstico, la configuración de un espacio de protección garantizado por una representación organizada de los trabajadores parece, hoy por hoy, una fantasía utópica. En todo caso, esta reflexión no hace más que reafirmarnos en nuestra convicción de que los problemas de los migrantes son también los de los trabajadores autóctonos Y vamos a tener que aprender a afrontarlos juntos.

domingo, mayo 03, 2009

LA ENÉSIMA REFORMA (III): "REAGRUPAR AL ABUELO"

En teoría, la regulación de la reagrupación familiar tiene poco que ver con la regulación de las migraciones laborales. La conexión sería en todo caso indirecta: se trataría de una medida "social", es decir, una corrección de las brutales consecuencias de la tendencia inherente a nuestro sistema económico de convertir a los seres humanos en fuerza de trabajo bruta y despersonalizada. Un modo de reafirmar la humanidad de la "fuerza de trabajo movilizada", es decir, una forma de "personalización de las relaciones laborales". Puesto que los mirantes movilizados no son materias primas, sino persona, tienen un entorno social y, generalmente, una familia.

Los procesos de movilización internacional de la fuerza de trabajo resultan de por sí muy agresivos con las familias de los migrantes, pero este efecto se amplifica con las restricciones de los Estados receptores, especialmente en casos como el español, en los que el flujo se destina en gran parte a la economía sumergida en situación de irregularidad. En este contexto, la reagrupación aparece en muchos casos como uno de los objetivos vitales máximos de los migrantes, es decir la normalización de una situación percibida como patológica. En la jurisprudencia del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, la reagrupación se vincula de algún modo a la dignidad humana a través del derecho fundamental a la "intimidad familiar" y a ello responde la ubicación de los derechos de reagrupación en la Ley de Extranjería española. Esta conexión ha sido desmentida recientemente por el Tribunal Constitucional, pero, al margen de estos argumentos, no cabe duda de que el art. 16 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce esta conexión entre la vida familiar y la dignidad humana.

Aunque la lógica de la reagrupación, por lo tanto, se vincula más al reconocimiento de derechos que a la gestión de los flujos migratorios, las conexiones ocultas son mayores de lo que parecen. Esto resulta particularmente en Francia, país con una regulación de gestión de flujos aproximadamente tan restrictiva como la española; las "necesidades" de mano de obra se han canalizado en Francia a través de la institución de la reagrupación familiar, que en este país permite trabajar inmediatamente al familiar reagrupado. En España este uso desviado de la instituciónn no es tan patente, porque el modo real de reclutamiento ha pasado más bien por el "visado de turista" y el largo periodo de irregularidad. Aún así, posiblemente ha sido más importante el cauce de la reagrupación como vía de acceso -indirecto- al mercado de trabajo español que la vía "oficial" del visado de trabajo.

En este contexto, cuando llegan las "vacas flacas" de la crisis económica es posible que los poderes públicos establezcan mayores restricciones a la reagrupación familiar, aunque, en sentido estricto, el nivel de reconocimiento de la dignidad humana no debería estar sometido a los vaivenes de la coyuntura económica, operaría aquí este uso desviado. Puesto que en el modelo migratorio español los poderes públicos no pueden controlar efectivamente el flujo de trabajadores, que opera convenientemente fuera de la vía oficial, convenientemente ineficaz, se trataría de influir indirectamente en el acceso al mercado a través de la restricción de derechos personales como la reagrupación. Esto es lo que sucede con el anteproyecto de reforma de la Ley de Extranjería en relación con la reagrupación de ascendientes.

El régimen vigente es ya bastante restrictivo [art. 17.1 d) LOEX]. Los migrantes podrán reagrupar a sus ascendientes cuando estén "a su cargo" Y "existan razones que justifiquen la necesidad de autorizar su residencia en España". Esto último es un concepto jurídico indeterminado muy apropiado para conceder una discrecionalidad muy alta a la Administración, en un modelo migratorio caracterizado por los continuos y arbitrarios vaivenes (en el tiempo y en el espacio) de los criterios decisorios. Podríamos entender que "existen razones", por ejempo, cuando el ascendiente tuviera una enfermedad o dolencia significativa y requieiera cuidados directos que no se pueden ofrecen en el país de origen. Debe observarse que los requisitos son acumulativos, de manera que, incluso en los casos más sangrantes, habría de denegarse la reagrupación si el ascendiente tiene una fuente propia o ajena de ingresos. Hubiera sido mejor que los requisitos fueran alternativos. En cualquier caso, transcurrido un año de residencia legal, el familiar reagrupado podrá solicitar el cambio a una situación de residencia y trabajo.

En el anteproyecto de reforma se establecen dos restricciones adicionales. Una es de enorme importancia desde una perspectiva cuantitativa y otra es mucho menos importante en estos términos, pero resulta más grave desde una óptica jurídica por ser, a mi juicio, inconstitucional.

En primer lugar, sólo podrán solicitar la reagrupación de ascendientes los extranjeros que tengan el estatuto de residente de larga duración. Para ello es preciso contar con cinco años de residencia legal en España (debe tenerse en cuenta que en la trayectoria real, antes de esos cinco años suele haber un período de más de tres años en situación irregular). Así pues, salvo que obtengan antes la nacionalidad española, la reagrupación de ascendientes sólo podrá tener lugar cuando hayan pasado muchos años. Es evidente cómo se pretende establecer en este caso una restricción de enorme importancia.

En segundo lugar, a los requisitos anteriores se pretende añadir un tercer elemento a golpe de crisis: sólo se podrá reagrupar a los ascendientes mayores de 65 años. Salta a la vista que este requisito es completamente arbitrario y que introduce una restricción injustificada. Aunque el ascendiente estuviera a cargo del solicitante y concurrieran razones que justificaran la reagrupación (por ejemplo, una grave enfermedad), la solicitud sería denegada por el mero hecho de tener 64 o 63 años, por ejemplo. No hay ninguna razón objetiva que justifique esta diferencia de trato legal. La misteriosa coincidencia de la cifra de 65 con la edad voluntaria de jubilación en el ordenamiento español parece apuntar a que el motivo es restringir el acceso de los extranjeros al mercado de trabajo español. Como si un trabajador de origen extranjero, con cierta edad, que tiene que esperar un año para empezar a solicitar una autorización de trabajo y que, en último término, tiene que ser autorizado para trabajar en un largo procedimiento administrativo, supusiese una "amenaza" real para el empleo de los "españoles". Al margen de lo espurio de estos argumentos, debe hacerse constar que la edad de 65 años no incapacita para el trabajo asalariado y que, reuniendo los requisitos legales, cualquier trabajador extranjero de más de 65 años podría incorporarse al trabajo si algún empleador estuviera dispuesto a contratarlo.Por consiguiente, la medida es contraria el principio de igualdad en el contenido de la ley y posiblemente constituye, además, una discriminación por razón de edad.

domingo, marzo 29, 2009

LA HISTORIA NO SE REPITE, PERO RIMA

























Cuánta razón hay en la frase -supuestamente, inventada por Mark Twain-, la historia no se repite, pero rima. Por su parte, hace mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana, concretamente en 1870 y en Londres, un señor con una barba horrible llamado Karl Marx escribió una carta que donde decía lo siguiente: [la traducción es mía, y las cursivas de la fuente, las reclamaciones al maestro armero]

"[...] Todo núcleo industrial y comercial de Inglaterra cuenta hoy en día con una clase trabajadora dividida en dos campos hostiles, proletarios ingleses y proletarios irlandeses. El trabajador inglés típico odia al irlandés porque lo considera como un competidor que reduce su nivel de vida. En relación con el trabajador irlandés se contempla a sí mismo como miembro de la nación dominante y por consiguiente se convierte en instrumento de los aristócratas y capitalistas ingleses frente a Irlanda, fortaleciendo así la dominación que se ejerce sobre él mismo. Alimenta los prejuicios religiosos, sociales y nacionales contra el trabajador irlandés. Su actitud hacia él es muy parecida a la de los "pobres blancos" frente a los "negros" de los antiguos Estados esclavistas en los EEUU. El irlandés, por su parte, le paga con la misma moneda y con intereses. Contempla al trabajador inglés como cómplice e instrumento estúpido de la dominación inglesa sobre Irlanda. El antagonismo se mantiene vivo artificialmente y se intensifica a través de la prensa, el púlpito, las viñetas cómicas... en reducidas cuentas, por todos los medios que están a disposición de las clases dominantes. Este antagonismo es el secreto de la impotencia de la clase obrera británica, a pesar de su organización. Es el secreto por el que la clase capitalista mantiene su poder."

El cuento nos trae resonancias de épocas antiguas, pero la moraleja es permanente.

Nota: seguiremos, seguiremos con la enésima reforma de la ley de extranjería. Próximo episodio: reagrupar a los abuelos.

lunes, marzo 23, 2009

LA ENÉSIMA REFORMA (II) LA HEREJÍA DEL SAMARITANO

La vida no siempre se parece a los cuentos donde todos terminan comiendo perdices; a veces los sacerdotes y levitas ahorcan al "buen samaritano" imputándole un delito de peligro abstracto: el buen samaritano, con su "ingenua" y visceral solidaridad nacida del puro corazón, contribuye, según Los Que Cumplen la Ley a que la gente siga recorriendo caminos peligrosos, plagados de ladrones.

Todo esto "viene a cuento", claro está, de la redacción del art. 53.2 c) de la Ley de Extranjería, en la propuesta del Anteproyecto del Gobierno, que castiga como una infracción grave , sancionando con una multa de entre 501 y 10.000 €) la siguiente conducta:

"Promover la permanencia irregular en España de un extranjero. Se considerará que se promueve la permanencia irregular cuando el extranjero dependa económicamente del infractor y se prolongue la estancia autorizada más allá del período legalmente previsto. En la propuesta de sanción por esta infracción se tendrán especialmente en cuenta todas las circunstancias personales y familiares"
.

O sea que aquellos que de un modo u otro sostengan económicamente al pariente, al vecino, al amigo, o de cualquier modo al "prójimo" apaleado en el camino se unen de algún modo en la infracción con los bandidos del camino. El abrazo de la solidaridad y la vileza en el purgatorio de la ilegalidad administrativa.

Tales son los prodigios que puede obrar el poder del Estado encarnado en la Ley, artificio mágico capaz de elevar a máxima sagrada cualquier"barbaridad" que se nos ocurra sin que el legislador se despeine; en pleno siglo XVI decía Montaigne que, si bien podríamos considerar a los Otros de aquella época como "bárbaros" a la luz de la razón, "nosotros los superamos en todo tipo de barbarie". Algo de eso puede estar pasando. De un modo u otro, el deber de hospitalidad está reconocido en todas las sociedades humanas; enfermo y débil en nuestro mundo de individuos -y esto tiene poco remedio- sólo faltaba "ponerle la puntilla" y condenarlo expresamente. Si los viejos dioses, desde Osiris a Yahvé juzgaban y condenaban a los que no daban pan al hambriento, agua al sediento, vestido al desnudo y cobijo al forastero, el nuevo dios Estado pone multas por exceso de misericordia en la autopista de Samaría. Al menos nos queda el "consuelo" de que, si alguien atiende a las necesidades básicas de un pariente cercano o de una persona que esté en una situación verdaderamente lamentable, tal vez la Administración, en su infinita y discreccional sabiduría, opte por acercarse a los 501 € en lugar de a los 10.000 en la imposición de la implacable sanción que castiga en todo caso la herejía del samaritano.

Para llegar a este despropósito, hay que pasar antes por otro, mucho más importante para nuestra estructura social y por tanto más difícil de eliminar a medio plazo: la consideración del extranjero en situación irregular como "infractor". Este otro despropósito parece, desgraciadamente un rasgo estructural de nuestro mundo; esto quiere decir que es a grandes rasgos "necesario" en un mundo con fronteras y control de los flujos migratorios (si bien podemos soñar mundos distintos, no puede eliminarse este rasgo si los demás se mantienen). Pero aún así, aunque tengamos que considerar al extranjero en situación irregular como un infractor, es necesario que al mismo tiempo mantengamos una visión más amplia del problema, que no se reduce a los aspectos jurídico-formales o a la moralina individualista.

Unos pocos de estos migrantes (como sucede con muchos subsaharianos) vienen arrastrados por la desesperación, al hilo de mecanismos más cercanos a la exclusión social que a la explotación laboral. En todo caso, la mayoría de los migrantes en situación irregular, desde un punto de vista estructural, vienen arrastrados por pautas globales de movilización de la fuerza de trabajo para su uso como factor productivo por parte de las empresas asentadas en España, de la misma manera que la Revolución Industrial arrastró grandes masas de población del campo a la ciudad que la hicieron posible, aunque luego existieran decisiones individuales o familiares. En España en concreto, la economía sumergida tiene un peso enorme en el conjunto de la economía, retroalimentando el crecimiento de la economía formal. Así pues, el mercado de trabajo irregular ha "llamado" y movilizado a cientos de miles de trabajadores extranjeros para puestos de trabajo en la economía informal, permitiendo así la subsistencia del modelo y generando abundancia para los autóctonos a costa de la explotación de la mano de obra extranjera. Los extranjeros no se ponen en situación irregular porque les guste infringir la ley, sino porque a grandes rasgos no hay un modelo real de reclutamiento en condiciones de legalidad; creo haber argumentado suficientemente en otros sitios que el modelo oficial de gestión de los flujos migratorios no es el que se aplica en la práctica y que la legislación es funcional a su propio incumplimiento, sea por una decisión consciente, sea por un mero ajuste automático de los elementos del sistema. El modo real de incorporación de los migrantes al mercado de trabajo español pasa necesariamente por varios años de trabajo en la economía sumergida (en el mejor de los casos), de la misma manera que para entrar en una empresa uno sabe que el modo real es un contrato temporal, haya o no causa. Cuando la economía se contrae en una de las recurrentes crisis del capitalismo, la fuerza de trabajo movilizada se convierte en fuerza de trabajo sobrante. Los explotados se convierten en excluidos, o bien aumentan las tasas de explotación. En definitiva, considerarlos únicamente como "infractores" es una especie de broma hipócrita si olvidamos que son también los carniceros de utopía que hacen el "trabajo sucio" de la máquina económica que nos da de comer.

Cuando se supone automáticamente que quien ayuda económicamente a estos excluidos está fomentando sistemáticamente la inmigración irregular, olvidando el "efecto llamada" del mercado de trabajo irregular o el "efecto salida" de la situación de determinados países se termina deformando la realidad, reduciéndola a una mera decisión individual. La unión de estos dos efectos es la causa principal de las migraciones internacionales Norte-Sur y de su conformación irregular en determinados países; son estos los factores sobre los que hay que incidir si se quiere un modelo distinto. Aunque es cierto que los proyectos migratorios tienden a articularse en torno a redes sociales y familiares, atacar a estas redes no va a afectar significativamente a la decisión de partir del país de origen y mucho menos, a la de permanecer en el país de llegada (lo que frecuentemente es impracticable). Muy al contrario, atacar estas redes podría afectar gravemente a la integración social y a la dignidad vital de muchas personas en una situación extremadamente precaria, fracturando así la cohesión social. De hecho, es posible que la atención a estas redes y la influencia sobre ellas sea un elemento clave para ir construyendo un modelo migratorio más ordenado, menos basado en la irregularidad, con más integración y con más derechos, aunque ese tema habrá que dejarlo para otro día.

Aunque suene exagerado, creo que el efecto real de la medida -no considerada de manera aislada, sino unida al resto del paquete legislativo- es un efecto simbólico, expresivo: mostrarnos a los españoles, es decir, a los votantes quienes son los "culpables" de las "vacas flacas": aquellos con cuya sangre se alimentó a las "vacas gordas" y quienes los ayudan. Eso sí, en este caso concreto, los excesos de su contenido y, sobre todo, su inutilidad práctica me hacen ser optimista sobre su posible eliminación en el texto del Anteproyecto. Eso sí, para que esta infracción no llegue al BOE es preciso que la denunciemos con firmeza. Es lo que estoy tratando de hacer aquí y lo que, de manera organizada, está haciendo otra gente en otros sitios.

Nota: me advierte gentilmente José Luis López Bulla de que la entrada aparecía cortada cuando se veía con Internet Explorer. Espero que haya quedado resuelto el problema.

sábado, marzo 14, 2009

LA ENÉSIMA REFORMA DE LA LEY DE EXTRANJERÍA (I) DERECHO Y DERECHOS

Quería empezar a hablar en este blog de la enésima reforma de la Ley de Extranjería emprendida recientemente por el Gobierno. Para no aburrir al personal menos jurídico, no voy a hacer una serie continuada, sino que procuraré ir alternando con otras cosas. Había decidido esperar un poco antes de empezar, porque me habían invitado a asistir a la Jornada "Extranjería, derecho y derechos", organizada por el Defensor del Pueblo Andaluz, la Universidad Internacional de Andalucía y la Fundación Sevilla Acoge. Estas jornadas se han concebido como un espacio de encuentro y de debate para juristas especializados de algún modo en el Derecho de Extranjería, con objeto de reflexionar conjuntamente sobre esta reforma. Así pues, me parecía interesante comenzar la serie tratando de sintetizar, en la medida de los posible, las discusiones de esta jornada, aún a riesgo de retrasarme un poco.

El trabajo se dividió en tres mesas: "Régimen laboral", "Residencia no lucrativa", c y "Régimen sancionador", coordinadas por Francisco Dorado Nogueras, Elena Arce Jiménez y José Luis Rodríguez Candela respectivamente. Como pueden imaginar, yo me incorporé a la mesa laboral y, no teniendo el don de la multilocación, sólo puedo hablarles de lo que hablamos en ella.

La mayor parte de la mesa -con algunas excepciones- estaba compuesta por abogados de ONG's especializados en materia de Extranjería. Para mí siempre es un privilegio poder participar en este tipo de foros, primero, por el indudable dominio del Derecho que tienen sus integrantes , que siempre me permite aprender cosas nuevas; segundo y mucho más importante, por su contacto continuo con la práctica, es decir, con los problemas reales de las personas de carne y hueso. En efecto, para aquellos que creemos que el Derecho es ante todo práctica humana y que la investigación en este campo tiene que ser útil para la vida de la gente es fundamental respirar de vez en cuando el aire de la realidad práctica para no quedar atrapados en las platónicas paredes de la torre de marfil del Derecho abstracto.

El debate fue muy animado y participativo, pero es difícil sintetizar aquí algunas conclusiones de esa mesa; la pretensión de la organización no era tanto extraer conclusiones concretas como el intercambio de información, de experiencias y de valoración en sí mismo. Eso puede ser muy rico, pero también un poco caótico. Había en todo caso una línea general muy clara, aunque no se refería concretamente a la reforma, sino a una condición permanente: la conciencia generalizada de la profunda inseguridad jurídica que existe en la materia migratoria, mucho más intensa que la que se pueda sufrir en otros sectores del ordenamiento. En la práctica, las decisiones de la autoridad administrativa en materias fundamentales para la vida de las personas se basan en criterios totalmente ajenos a la norma escrita y publicada oficialmente; en el mejor de los casos, dependen de Instrucciones no siempre conformes a la legalidad, en la mayoría de los casos, del criterio de las distintas Subdelegaciones del Gobierno, variable en distintas provincias y según coyunturas concretas o cambios en las personas, casi totalmente impredecibles, o, al menos inestables. A mi juicio, esto es un rasgo estructural de nuestro modelo migratorio; los cambios normativos permanentes y los bandazos espectaculares de los criterios admnistrativos no implican que no haya modelo, sino precisamente que el modelo consiste en esto, resultando funcional para determinadas formas de ejercicio del poder. "Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie".

La lectura de los aspectos laborales de la reforma propuesta fue, en general, bastante negativa. Quizás lo que más nos preocupó es la nueva posibilidad de que el reglamento exija la consideración de la situación nacional de empleo en las autorizaciones por circunstancias excepcionales, en realidad una forma de cerrar la válvula de escape -el arraigo- de un sistema ineficiente cuando al Gobierno le interese, aún a riesgo de que la olla termine estallando. Por otra parte, uno de los elementos que pueden terminar por cerrar definitivamente la aplicación del Régimen General -entre otros- es la aplicación de las tasas a las solicitudes en lugar de a las concesiones de la autorización; asimismo, se siguen añadiendo nuevos conceptos jurídicos indeterminados que pueden seguir dando juego a una aplicación demasiado arbitraria. También criticamos las restricciones geográficas y funcionales de la autorización para trabajar por cuenta propia, que parecen oponerse a toda lógica empresarial y perjudicar la viabilidad de los proyectos. En otro orden de cosas, en lo que refiere a los derechos de Seguridad Social de los extranjeros en situación irregular, no sólo se mantiene la ambigüedad de la regulación actual ("prestaciones básicas"), sino que construye una redacción más restrictiva, que niega definitivamente la prestación por desempleo -en la línea de la jurisprudencia reciente del TS- y apunta sutilmente hacia la definitiva exclusión de las contingencias comunes, que actualmente pende de un hilo.

Había, ciertamente, algunos aspectos positivos, aunque la lectura era invariablemente ambivalente, quizás porque ya estamos acostumbrados a todo tipo de cosas. El silencio administrativo positivo de un mes en la petición de cambio del ámbito de la autorización es una buena cosa, aunque no tenemos precisamente una buena experiencia con los actos presuntos. La mayor vinculación del empresario respecto de su ofrecimiento de emploe es, aparentemente un dato positivo y así lo recoge, por ejemplo, la valoración que ha planteado el sindicato CCOO; no obstante, puede tener doble filo, en la medida en que se convierte en un obstáculo más para que los empleadores ofrezcan empleos a extranjeros en la economía formal, terminando por rematar al Régimen General, siempre más especial que las causas excepcionales; nuestra preocupación real no es tanto la eventual responsabilidad del empresario que deja al trabajador en la estacada -que es lo que prevé la ley- como la posibilidad de regularizar la situación del trabajador extranjero si se encuentra otro empleador dispuesto a contratar. En todo caso, nos dio por discutir bastante sobre los efectos laborales de una retirada del empresario una vez pactado el contrato pero antes del inicio de la prestación de trabajo y no nos conseguimos poner de acuerdo. Mi opinión, muy firme hasta que no me encuentre algo muy claro en contra, la ruptura del contrato de trabajo en este caso implicaría responsabilidad contractual y no sólo administrativa; el contrato de trabajo es consensual y la excepcionalidad continua que sufrimos en el régimen jurídico de los extranjeros no permite eliminar este rasgo.

La Jornada terminó con una conferencia de Javier de Lucas, que como ustedes saben, es un académico que ha escrito mucho sobre migraciones, Catedrático de Filosofía del Derecho, y actualmente presidente de CEAR. Su discurso partía de una pregunta ¿por qué reformar la Ley de Extranjería? Creo que su respuesta se sustentó sobre dos grandes líneas: una definición de lo que el Derecho ES y una noción de lo que DEBE SER, dentro de lo que es. Me alegró coincidir con el profesor de Lucas en la concepción del Derecho como práctica que organiza y transforma las relaciones humanas (y que por tanto, todos los ciudadanos somos operadores jurídicos que intervenimos en la creación del Derecho) y donde se articulan los intereses y las relaciones de poder. En el plano del deber ser, en cambio, defendía una noción de "derechos de la persona" independiente de la coyuntura socioeconómica, que no trate a los seres humanos como instrumentos. Ambas afirmaciones están en cierta tensión, porque la primera parece muy realista y materialista, pero la segunda parece introducir un elemento de idealización; la contradicción es, creo, sólo aparente, porque detrás de la noción de "derechos de la persona" está el propio ser humano como valor y como fin en sí mismo; como dice la máxima evangélica, el sábado (la ley, pero también la economía), está hecha para la persona y no al contrario. La conclusión estaba clara: la razón para cambiar la ley de extranjería debe ser la lucha continua por la realización práctica de los derechos de los extranjeros y no la coyuntura económica. Aunque el Anteproyecto del Gobierno tenga un sentido bien distinto, tenemos la oportunidad de seguir construyendo el Derecho en ese sentido, como operadores juridicos y organizaciones sociales. Moraleja: la batalla no está perdida.

viernes, febrero 20, 2009

LOS CHINOS EN ESPAÑA: JUNTOS, PERO NO REVUELTOS

Nos imaginamos a nosotros mismos situados en una especie de "cortijo cultural" que llamamos "cultura occidental", en donde Oriente es todo lo que se queda fuera de la finca en un momento dado. En este juego de contrastes, el Extremo Oriente fue siempre aquello que estaba demasiado lejos, cuyo misterio nos maravillaba y nos asustaba. A nuestros antepasados no dejaba de sorprenderles cómo era posible que hubiera podido construirse una civilización tan elaborada y compleja como la china sin la inestimable "ayuda" europea. En su imaginario se mezclaban de manera paradójica la admiración y el desprecio.

Este es el material cultural previo con el que trabajamos, el que recogemos y reciclamos en función de las situaciones nuevas. Pero, como hemos señalado anteriormente, nuestra manera de mirar a los distintos grupos depende de manera más inmediata de sus modos de incorporación a la sociedad española, esto es, de cuál es su participación especializada en los ciclos producción, la reproducción y el consumo de bienes materiales o simbólicos, dentro o fuera de los mercados en los que se basa nuestra subsistencia. No es lo mismo la emigración de los "coolies" a los Estados Unidos durante el siglo XIX en condiciones de práctica servidumbre para construir líneas de ferrocarril que la migración actual de los chinos a España. Estas diferencias en el modo de incorporación son cruciales en la creación y recreación del "grupo étnico" de los "chinos" en cada contexto. En definitiva, este grupo étnico es una categoría que reside en la imaginación compartida y que es la herramienta simbólica sobre la que se construye esta división del trabajo social.

Las cifras son claras: hablar de inmigrantes asiáticos en España es, a grandes rasgos, hablar de personas de nacionalidad china. Pero es menos conocido que estos migrantes provienen en su mayoría de un lugar muy localizado: un par de distritos de la provincia de Zheijang, una zona que por lo visto ha experimentado un rápido crecimiento basado en la "cultura emprendedora" y las pequeñas empresas. Los chinos vienen a España generalmente para ser empresarios. Eso no quiere decir que todos se instalen en nuestro país como empresarios, aunque algunos lo hacen, ni que todos los consigan finalmente, aunque las tasas de actividad por cuenta propia de los nacionales chinos son relativamente altas en nuestro país. Sus proyectos migratorios se organizan en torno a redes sociales, económicas y familiares. Lo normal es que, en el seno de estas redes, el migrante de origen chino acuda a trabajar en un negocio propiedad de un empresario chino que ha seguido una trayectoria similar. Los empresarios acogen a los nuevos trabajadores en un entorno generalmente caracterizado por el paternalismo, la ideología familiar y una cierta jerarquía social; los salarios son muy bajos y los horarios probablemente muy prolongados, aunque parece que la prolongación casi indefinida de los horarios de apertura de sus establecimientos deriva en gran medida de los sistemas de turnos que establecen. Las tasas de ahorro son extraordinariamente altas; esto quiere decir que consumen muy poco; además, en las grandes ciudades, parte de su consumo se orienta a negocios concebidos por chinos y para chinos en el marco de estas redes sociales; por otra parte, seguramente algunos bienes o servicios se obtienen a través de relaciones de reciprocidad en el marco de las redes que producen la integración social efectiva de estas personas. Así, a pesar de que los salarios son bajos, muchos de ellos consiguen ahorrar lo suficiente para montar su propio negocio, normalmente bajo la protección de su patrón anterior, aprovechando los contactos transnacionales que proporciona, una vez más, la participación en estas redes sociales; el capital para crear las empresas proviene del ahorro derivado de los años de mucho trabajo y poco consumo, pero también de los préstamos obtenidos en el seno de estas redes amplias. Los costes laborales pueden ser inicialmente bajos a través de la utilización del trabajo familiar; posteriormente, si el negocio es exitoso, podrá acoger a nuevos migrantes.

Todo este proceso configura una situación muy particular en la que la interdependencia y la subordinación entre grupos étnicos, así como la exclusión del grupo subordinado siguen existiendo, pero de modo muy matizado y atenuado. Llama la atención que, al contrario que en la mayor parte de los procesos de migración económica, el desplazamiento de trabajadores no deriva directamente de las pautas estructurales de movilización de la fuerza de trabajo por parte del capital español. Como ya se ha señalado, son estas redes transnacionales (amistosas, familiares o luctrativas), que operan conforme a pautas propias, las que organizan las migraciones.

De ahí deriva un efecto enormemente significativo: se ha estimado, con datos de 2007 (MARTÍN URRIZA, 2008), que el 95'1% de los inmigrantes asiáticos se habían incorporado legalmente al mercado de trabajo español, mientras que la media general para el conjunto de los extranjeros sería del 32'4% (24'2 América, 35'2% Europa no comunitaria, 55'2% África). Como regla general, el modo real de incorporacion de los migrantes al mercado de trabajo español es la economía sumergida en situación irregular y ello se debe a factores estructurales, pero esto no sucede con los migrantes de origen chino, que son casi los únicos que pueden acogerse verdaderamente al inefectivo Régimen General.

La interdependencia se ve limitada o matizada tanto desde la perspectiva de la producción como desde el punto de vista del consumo. En cuanto a la producción, los chinos se han centrado en determinados nichos, normalmente de baja productividad, donde la competencia con los empresarios españoles ha sido muy escasa o nula y donde han podido sacar partido de su supuesta "diferencia cultural" (como en el caso de la invención de la "comida china") y del capital social derivado de la participación en las redes transnacionales, que ponen en contacto a chinos de distintos países: primero, la venta ambulante, luego los restaurantes chinos, más tarde determinadas formas de comercio al por menor, empresas textiles y establecimientos coétnicos; de todo tipo; así pues, el espacio productivo de este grupo étnico está bastante delimitado, aunque es creciente y es relativamente marginal en lo que refiere a las posibilidades de acumulación de capital. Desde el punto de vista del consumo, las pautas de trabajo y de ahorro extremo enfocadas al futuro autoempleo, así como la proliferación de establecimientos coétnicos (para chinos) hacen que estén poco presentes y poco mezclados en la vida social general; he oído a algún español escamarse porque, bueno, a los latinoamericanos se los puede encontrar uno en las discotecas o en los bares pero ¿dónde están los chinos? Pues ahorrando para montar el negocio. En todo caso, la interdependencia existe, pero está muy condicionada por la construcción de un espacio social muy delimitado; al fin y al cabo vamos "a comer al chino" o a "comprar al chino" y ahí empieza y acaba generalmente nuestra relación con esta población: el "chino" es esa persona con la que contactamos para conseguir determinados productos a bajo precio y prácticamente, nadie más. Si la interdependencia entre los grupos existe , pero está muy difuminada, la interdependencia dentro del grupo es máxima: las redes étnicas son importantísimas para todos los aspectos del proyecto migratorio y vital del migrante chino. Esto contribuye a construir un grupo imaginario muy bien delimitado y diferenciado de la mayoría étnica, con funciones muy determinadas, en cierto modo "aislado" del resto de la producción del trabajo social.

Esta situación produce y mantiene la imagen social de que los chinos viven en una especie de "mundo aparte", esto es, en un estado de aislamiento. La tendencia es, por supuesto, a interpretar todo esto de manera culturalista, moralista e individualista "los chinos son muy raros y no quieren estar con nadie", sin preguntarnos cuál es el papel que la estructura social reserva a este grupo en los ciclos de la producción, reproducción y consumo. La subordinación de los chinos a la mayoría étnica se ve también limitada por esta posición de relativo aislamiento y de énfasis en el autoempleo, que les permite seguir estrategias propias al margen de los requerimientos de acumulación de capital del empresariado español. Para descubrir la subordinación interétnica (y la interdependencia) hay que contemplar de manera más amplia la división del trabajo entre las empresas, pero a primera vista es más fácil de ver las relaciones de poder en el seno de las propias redes chinas. En cuanto a la exclusión se ve también limitada por la relativa ausencia de irregularidad, las relaciones de reciprocidad de las redes y su independencia económica; existe, como efecto social de su posición de aislamiento relativo. Dicho de otro modo, los autóctonos "desconfían" de los chinos, pero están siempre mucho más preocupados por los inmigrantes de otros orígenes nacionales, que presentan un grado más palpable y sangrante de exclusión y (por tanto), mayores peligros de desviación social. Los chinos no se perciben como una amenaza para el orden social, porque tienen una posición separada, pero muy bien determinada.

Como regla general, la xenofobia contra los chinos presenta, así, un aspecto menos agresivo, que otras; es una especie de lejano desprecio a esas extrañas y lejanas personas que nos suministran productos de no demasiada calidad a precio muy barato. Puede haber estallidos determinados de conflicto en algunos espacios donde existe una cierta competencia con los "auctóctonos" (por ejemplo, producciones textiles a bajo precio), pero en general uno y otro grupo imaginarios no se conciben como competidores por el mismo espacio económico. Es verdad que durante la bonanza económica, los chinos no se han "beneficiado" demasiado del discurso utilitarista ("necesitamos" inmigrantes), pero, al mismo tiempo, cuando llega la crisis, si consiguen mantener mínimamente sus posiciones -y parece que tienen sus propias estructuras para afrontar el temporal-, parece que no sufren la peor parte del inhumano proceso de liquidación de la fuerza de trabajo sobrante.

Los "problemas" surgirán porque esta división del trabajo no es eterna y porque, en nuestras sociedades postmodernas ultradiferenciadas, la división nunca es exacta ni homogénea. Ya empiezan a apreciarse "chinos" trabajando en otros sectores como asalariados y la crisis económica puede acentuar esto. Por otra parte, la población de origen chino se va asentando y va creciendo, los niños se socializan en la escuela, el instituto y la universidad españoles, compartiendo espacio social con otros grupos étnicos; los medios de comunicación de masas, la profundización de los contactos transforman, modifican los valores culturales traídos de Zheijang que actualmente reproducen su modo de incorporación. Aunque indudablemente hay un peso de la trayectoria, puede que los sueños de los chinos de segunda y tercera generación no sean los mismos que los de sus padres. Y entonces pueden encontrarse de cabeza con la discriminación. Porque la ideología, las polarizaciones, las imágenes sociales y los estereotipos segregados en un contexto de separación práctica, una vez generados, van a mantenerse en gran medida aunque cambie la situación que los creó.

Para saber más:

Joaquín Beltrán "El empresariado como modo de vida. El caso de los inmigrantes chinos", en AAVV, El empresariado étnico en España, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. pp. 231-

Daniel Albarracín, Inmigración, relación salarial y hostelería, FECOHT-CCOO, pp. 56 y 57.