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jueves, junio 05, 2008

LOS "INMIGRANTES" Y EL ESPEJO DE LA REINA

Había una vez y no había una vez una reina que tenía un espejo que sólo reflejaba lo que ella quería ver. Era un espejo muy apañado: hacía las veces de prensa y televisión, de Constitución y ordenamiento jurídico, de discurso político y de programa electoral. Día tras día, el espejo no le mostraba otra cosa que su rostro y no hacía otra cosa que ensalzar su hermosura. No había en el mundo nadie más que ella y todo en ella era belleza ultraterrena y nada más. Un día, el espejo, inoportuno, quizás borracho de "cristasol", le mostró un rostro distinto, le reveló que había vida más allá del espejo, mostrándole a su propia hija, Blancanieves. Podía haberla amado como saben hacer las madres y, sin embargo, la odió más que a nadie en el mundo y se hizo vieja y fea para regalarle un caramelo envenenado, de manera que las versiones más modernas de la historia hicieron a la reina "madrastra", para no ofender a las madres, que son más corporativistas que las madrastras.

En la vida hay más espejos, que a veces se obstinan en mostrarnos otras caras; veamos belleza o fealdad en la imagen ajena, la salida de nuestro ensimismamiento nos vuelve a mostrar después nuestro rostro de un modo distinto, como le pasó a la reina. Réfléchir, rifflettere: Reflejar es lo mismo que reflexionar. Un señor muy listo que se llamaba Viktor Schklovsky, hablando de arte, se sacó de la manga el concepto de "ostranenie", extrañamiento. El arte de convertir los objetos comunes en algo extraño que nos haga cambiar nuestra mirada de lo cotidiano, rompiendo nuestro "automatismo perceptivo". En gran medida, esta es la técnica y la actitud de la Antropología, una "historia de una ida y una vuelta", contemplar lo que creemos "extraño" para volver a casa y comprender mejor nuestro propio reflejo, reconocernos en las semejanzas y en las diferencias y acaso aprehender eso que llaman la "naturaleza humana". Los extranjeros, los inmigrantes, nuestros Otros, aquellos que a priori creemos "extraños" rompen con nuestro automatismo y nos muestran los matices de nuestro propio rostro, además de otras cosas. Como en el caso de la reina, aquello que descubrimos de nosotros mismos a menudo no nos gusta, porque mirando a ese pozo descubrimos el núcleo de las contradicciones de nuestra propia sociedad. En nuestra mano está, como estuvo en la mano de la reina, saber abrazarnos a las contradicciones de nuestra sociedad hacia su continua transformación, o bien proyectarlas hacia la imagen del Otro en el espejo para terminar siendo devorados por ellas. Los ejemplos son muy numerosos:

-Habíamos creído que podíamos refugiarnos en la puerta del servicio del palacio de cristal del núcleo del poder mientras que el mundo se caía a pedazos ahí fuera, en la periferia. Habíamos aprendido a contemplar la caída de los pedazos con lástima pero lejanía, como quien observa la película. Habíamos llegado a decir que ya no había ni clases ni pobres y que habíamos encontrado por fin (para nosotros) el mejor de los mundos posibles. Pero entonces vino la periferia a nuestra puerta a recordarnos su existencia, a mostrarnos que el mundo estaba abierto y que el cristal es trasparente y frágil, en ocasiones incluso nos ha mostrado la cara más descarnada y terrible de la pobreza y la privación. Reflexión especular: descubrimos entonces que no había tres (o dos) mundos sino uno con mil rostros y nos dimos cuenta de que teníamos los ojos tapados, no sólo hacia fuera, sino hacia dentro del palacio de cristal, donde hacía siglos que la periferia se arrastraba por los pasillos.

-No éramos tontos y habíamos asumido ya que éramos "trabajadores", con intereses distintos a los de nuestra empresa y nos habíamos ocupado de buscar un rinconcito cómodo donde pasar un digno retiro de aristocracia obrera; incluso nos había parecido paradójicamente humanizador que ahora les diera por llamarnos "recursos humanos" o "capital humano" (esto último con un cierto guiño etimológico, pues los antiguos tenían la costumbre de medir las riquezas por la posesión de cabezas de ganado). Pero entonces millones de trabajadores fueron arrancados por la mano espectral de Adam Smith de sus contextos vitales y movilizados para atender al negocio y reproducir nuestra fuerza de trabajo (porque a nivel micro es mucho más complejo, pero estructuralmente es la misma historia desde los inicios de la industrialización); convertidos en el combustible impersonal del "molino satánico" de Polanyi, el material sobrante fue escupido violentamente por la máquina. Roberto Maroni, ministro del interior de esa Italia que hoy escupe a los irregulares como delincuentes lo deja muy claro: no es justo poner en el mismo plano a quien "viene a cometer delitos", viola una mujer o saquea una ciudad (?) que quien desempeña un papel importante; ole con la dicotomía simbólica que se nos introduce: quien ha dejado de ser útil se ha convertido mágicamente en un violador-asesino-saqueador. Reflexión especular: cobramos entonces conciencia de lo que significa ser un factor productivo impersonal, de lo que significa ser "fuerza de trabajo" bruta, más madera para la máquina; nos damos cuenta de que estamos atrapados en esa máquina y que incluso lo están quienes nos dan las órdenes, porque ya apenas sabemos a quién sirve la máquina pero sí que un día puede movilizarnos o escupirnos, según mande el mercado.

-Habíamos creído que el ejercicio del poder del Estado se legitimaba en el ejercicio del derecho al voto, a través del cual participábamos en las decisiones políticas y en la formación de las normas. Entonces vinieron a nuestro país millones de personas que se instalaron en nuestra sociedad y que formaron parte de ella a todos los efectos (trabajando, viviendo, pagando, consumiendo, jugando, riendo, hablando, cantando) y que son destinatarios de las normas. Y sin embargo, tenían negada la participación política, afectando a los cimientos de nuestro discurso sobre el poder. Reflexión especular: nos preguntamos entonces si realmente estábamos controlando el poder, si hay más formas de participación política, si el voto nos estaba sirviendo para algo o si el cuento nos mantenía adormecidos y si ahora hay que "repensar" las raíces del sistema para que siga girando.

-Habíamos creído que nuestra sociedad se construía sobre los Derechos Humanos como un valor absoluto e irrenunciable que se imponía sobre cualquier otra cosa, que estos derechos habían ganado definitivamente la batalla, que el Árbol de la Libertad crecía sano y ahora sólo se trataba de exportarlo a las tierras bárbaras; que la libertad estaba protegida por un firme esqueleto de garantías legales y constitucionales. Entonces vinieron ellos y nos vimos obligados a plantearnos hasta qué punto tenían Derechos Humanos; aún con mala conciencia, los condicionantes estructurales, el "hasta qué punto no interfiere con la eficacia" se cuelan en nuestros discursos sobre la sustancia de la humanidad. Ahora se debate en la UE la llamada "Directiva de la vergüenza" y se discute si es posible tener a una persona hasta 18 meses encarcelado sin haber cometido delito alguno, simplemente porque es conveniente. Reflexión especular: se nos ocurre entonces que los Derechos Humanos no son abstracciones metafísicas y abstractas, valores absolutos que ya están dados una vez reconocidos. Más bien son realidades que hay que concretar, conseguir y pelear en la propia vida, en dura pugna -nunca ganada del todo- con requerimientos del sistema.

-Habíamos creído que nuestra sociedad era plural, que respetaba lo diverso y las opciones "privadas" de los ciudadanos, que se había encontrado un equilibrio entre unos patrones básicos (e incluso, aunque en España menos, una identidad "nacional") y el desarrollo autónomo de los individuos. Éramos, pues, liberales. Entonces llegaron ellos y nos insultaron con su diferencia; aunque en nuestro discurso hablábamos de burkas y ablaciones del clítoris nuestros ojos no podían evitar despreciar muy por dentro sus ropas, sus gestos, sus rasgos, sus especialidades, sus acentos e idiomas (y a veces hasta se verbaliza, no hay más que asomarse a la calle); no podíamos soportar que hubiera muchos juntos y su reunión era guetto desintegrador; queríamos que siguieran siendo fuerza amorfa de trabajo pero que fueran invisibles como personas para no plantearnos ningún problema. Reflexión especular: sorprendidos en la noche poniendo alambradas simbólicas, tal vez nos dimos cuenta de las alambradas que ya había entre nosotros antes de que vinieran: el desprecio por la diferencia, las relaciones de poder desiguales entre los grupos, la marginación e incluso los guettos, las fronteras invisibles, las barreras imaginarias que habíamos levantado entre los seres humanos de carne y hueso que ya vivíamos antes aquí. Descubrimos la tremenda uniformidad del modelo y cómo castigamos socialmente a quien se "sale del tiesto". A lo mejor sólo éramos "liberales de boquilla".

Así expresados, con crudeza estos reflejos inconvenientes del el espejo de la Reina, pueden parecer los delirios de un profeta apocalíptico o de un demagogo que llama a las barricadas. No pretendo ni tener muy claro el camino ni afirmo, ni mucho menos, que el futuro está perdido. Es más sencillo: simplemente, todas las sociedades humanas tienen, y tendrán, contradicciones en sus raíces y hay que aprender a mirarlas a la cara y luego agarrarnos a ellas y dejarnos llevar por el corazón y la cabeza, haciendo planes pero sabiendo que luego será otra cosa. Pero para mirar al fondo de nuestro pozo hay que asomarse al espejo de quienes creíamos Otros y se revelaron como nuestro propio reflejo, el rostro de todos. Cuando hablamos de "integración" de los inmigrantes en la sociedad pensamos en dos categorías dicotómicas: los inmigrantes y la sociedad, que responden a categorías sociales, grupos sociales imaginarios. Debido a determinados sesgos cognitivos, siempre nos parecerá que son ellos los que "no se integran". A menudo se oye alegremente esto en la calle, que son ellos los que se tienen que integrar y no se integran; a menudo lo dice alguien que jamás habló "cara a cara" con uno de ellos, he aquí su esfuerzo por la integración, y que por tanto, no tiene ni la más remota idea de sus historias, de sus sufrimientos, de sus pesares y de sus esfuerzos de adaptación a un mundo que a veces los escupe. Pero cuando insistimos en que la integración es "bilateral" seguimos jugando con imágenes de mundos separados en abstracto cuya unión supone, de un modo u otro un choque.

Al margen de nuestras proyecciones ideológicas, el mundo real no está separado en compartimentos imaginarios. Estamos juntos, en la misma sociedad. Formamos parte, de hecho, de la misma sociedad. Aunque no esté de más percibir la inmigración como un aspecto especializado, a efectos de conocerlo mejor (yo aquí lo hago), no podemos fragmentar la realidad. No son los migrantes ni los autóctonos quienes se tienen que integrar. Es la sociedad misma, la sociedad toda, de la que migrantes y autóctonos (que somos más cosas aparte de eso) formamos parte, quien se tiene que "integrar", es decir, quien tiene que ir avanzando para superar sus contradicciones. La economía sumergida, la precariedad, la delincuencia, el rechazo al diferente, los problemas de convivencia, las diferencias culturales e ideológicas... no son problemas "de los inmigrantes", esta es una percepción fragmentada. Son problemas de nuestra sociedad y vivimos plenamente nuestra vida social como seres humanos cuando nos esforzamos por seguir integrando las paradojas de nuestra sociedad, día a día.