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sábado, marzo 15, 2008

EXTRANJERÍA Y DELINCUENCIA (II): BORRACHERA DE "MECA-COLA"

Como hemos visto en la entrada anterior, la pregunta acerca de las conexiones entre "extranjería" y "delincuencia" no es inocente. Claro que tal vez ninguna pregunta lo sea. Eso no quiere decir que no debamos hacernos preguntas, sino más bien que debemos comprender y controlar los presupuestos que producen nuestras preguntas y plantearnos de vez en cuando si nos hemos hecho los interrogantes más adecuados para descubrir lo que necesitamos. Así, por ejemplo, podríamos darnos cuenta de que en nuestra búsqueda de conexiones puede haber un intento implícito o inconsciente de "juzgar" a colectivos enteros (o juzgar a personas concretas por la "etiqueta" que previamente le hemos puesto), es decir, de mostrar o expresar un desprecio visceral por los extraños, sin obtener ningún conocimiento útil para resolver problemas.

Así pues, es preciso enfatizar que la responsabilidad penal es individual y que, por tanto, no afecta a grupos abstractos de personas. Del mismo modo, propongo partir de la premisa de que la responsabilidad moral o ética también debe ser individual, esto es, no "debe" juzgarse moralmente a unas personas por las acciones de otras; esto puede parecer una obviedad en las sociedades modernas, caracterizadas por el individualismo ético, pero no siempre es tan evidente para nuestras pulsiones intestinales; hay muchos ejemplos de esas ansias de "justicia" colectiva, entre ellos todas estas airadas declaraciones que escuchamos "en la calle" sobre los extranjeros y la delincuencia. Si no nos interesa, por tanto, "juzgar" globalmente a los "extranjeros", nuestra preocupación será más bien averiguar las causas de las disfuncionalidades sociales -como la "delincuencia"-, con objeto de tratar de superarlas. Una cosa es aplicar el Derecho Penal a las personas que cometen delitos y otra muy distinta -no necesariamente incompatible- es tratar de prevenir la producción de estos delitos incidiendo en las causas que los provocan, partiendo de un análisis previo de esas causas.

Lógicamente, quienes postulan una conexión entre "extranjería" y "delincuencia" se apresuran a buscar correlaciones estadísticas y a menudo las encuentran (quien busca, encuentra). Debe recordarse, no obstante, que "correlación" no es lo mismo que "causalidad". Un ejemplo clásico es el de la persona que el lunes bebe whisky con "cola", el martes ron con "cola" y el miércoles ginebra con "cola"; los tres días acaba en estado de embriaguez y llega a la conclusión "lógica" de que la causa de su borrachera es el refresco de "cola". Los números pueden producir una ilusión de "certeza" (y, desde luego, son bastante útiles para mejorar nuestro conocimiento), pero, en términos estrictos, no existe la investigación social puramente "cuantitativa": detrás de toda correlación estadística hay una serie de "teorías" que nos ayudan a plantearnos preguntas y a buscar la mejor manera de responderlas (por ejemplo, buscando determinadas correlaciones y no otras). Si no se reflexiona acerca de las teorías que hay bajo nuestras afirmaciones, corremos el riesgo de acabar "borrachos de cola". De hecho, frecuentemente, quienes señalan estas conexiones místicas entre "extranjería" y "delincuencia" no hacen explícitas sus "teorías"; se limitan a aportar el dato, como ese vecino cotilla que te cuenta lo que dice "la gente" sin responsabilizarse por la información. Así, se evita entrar en el terreno de la discusión y los símbolos mágicos pueden operar sobre nosotros de manera inconsciente.

Así pues, tendríamos que definir las categorías analíticas que van a componer nuestra teoría. ¿Qué queremos decir con "delincuencia"? y ¿qué queremos decir con "extranjero"? También deberíamos postular una hipótesis acerca de la relación entre estas dos variables ¿por qué podría la "delincuencia" depender de la "extranjería"? Posteriormente, estas categorías analíticas habrán de ser "operacionalizadas", es decir, convertidas en algo que pueda ser reducido a observables empíricos ¿cómo vamos a medir la "delincuencia"? En este caso concreto, la búsqueda de conexiones entre las dos variables se ve notablemente afectada -de manera negativa para el conocimiento- por ese mito del "Extranjero Portador del Caos" del que hemos hablado anteriormente, al utilizarse categorías teóricas que operan a menudo como "símbolos" con significado indefinido, contingente y ligado misteriosamente a emociones o incluso a sensaciones físicas. La palabra "delincuencia" evoca el desmorronamiento del orden establecido en el que se sustenta nuestra sociedad, lo más indefinido de nuestros miedos e inseguridades; probablemente, genera imágenes en nuestras mentes de delitos violentos, homicidios, tiroteos, atracos y secuestros. Sin embargo, al "operacionalizar" el símbolo, tal y como está definido, probablemente se incorporarían a la definición conductas que, para muchos españoles (no para todos, claro), no resultan tan preocupantes. Para nuestro "hombre de paja A" no resultan especialmente peligrosos el tipo que le vende los DVDs piratas o el que le "pasa la grifa"; su conducta no le quita el sueño, por más que sea "delictiva" y por tanto, antisocial desde la óptica del Derecho Penal.

Yo aún diría más. Si lo que verdaderamente nos interesa no es "juzgar a los extranjeros" sino "prevenir los delitos" desde el conocimiento criminológico, parece bastante más razonable que estudiemos los distintos delitos por separado, o al menos agrupados en géneros que puedan responder a una etiología común. A efectos de determinación y prevención de las causas sociales que contribuyen a la producción de los delitos ¿es apropiado agrupar el tráfico de drogas con la violencia de género? ¿el robo con la prevaricación? ¿el homicidio con el abuso sexual de menores? ¿el fraude fiscal y las lesiones? Como regla general, parece más fértil entrar en detalles respecto a conductas concretas y los factores que podrían incidir en su producción que quedarnos en la repetición mecánica de símbolos de contenido variable y evanescente.

Aún así, todavía podríamos cuestionarnos la "validez de constructo" de los procesos a través de los cuales queremos medir la "delincuencia" (preferentemente, agrupada en géneros de delitos), es decir, la relación entre los indicadores y los conceptos teóricos que pretenden describir. Si miramos el índice de "detenciones" ¿estamos teniendo en cuenta que los extranjeros pueden ser detenidos debido exclusivamente a su situación administrativa? Seguramente, el indicador más apropiado de delincuencia es el de la población reclusa que cumple condena (recordemos que para las personas en prisión provisional rige la presunción de inocencia), pero aún así, habrá que tener en cuenta que el indicador no es ni mucho menos perfecto: sólo mide los delitos que fueron "eficazmente" sancionados por el sistema. Y está claro que, por razones diversas, nuestro sistema judicial es más eficaz en la sanción efectiva del robo con fuerza en las cosas (art. 238 CP) que en el castigo de la imposición a los trabajadores de condiciones ilegales mediante engaño o abuso de una situación de necesidad (art. 311 CP); también está claro, aunque suene un poco demagógico, que en la jerarquía de una red dedicada al tráfico de droga es más fácil atrapar a los camellos que a los peces gordos, por ejemplo. En cualquier caso, ningún indicador va a ser perfecto, basta a estos efectos que busquemos el mejor posible y que seamos conscientes de la debilidad relativa de nuestras construcciones teóricas.

De la misma manera, deberíamos preguntarnos qué es lo que queremos decir con "extranjero" (revelándose que nuevamente hay por debajo una figura simbólica e indefinida). En sentido estricto, al menos para mí, por mi formación como jurista, la "extranjería" es una circunstancia jurídica, el vínculo de una persona con un Estado-nación distinto del nuestro; parece difícil postular que esta circunstancia formal genere automáticamente delincuencia. Muy probablemente, la "extranjería" se trata más bien de un "rasgo distintivo" con el que se construye una categoría social, en concreto, una categoría racial. Claro, el color de la piel, por ejemplo, es un "rasgo distintivo" que está prohibido utilizar en nuestro contexto cultural, salvo de manera subterránea. Así pues, a nadie en España se le ocurre buscar correlaciones entre "color de la piel" y "delincuencia", como sucede en otros países, aunque probablemente, también podrían encontrarse. Nuestro racismo se basa en "rasgos distintivos" aparentemente "culturales", de manera que nuestras teorías sobre la "raza" también son "culturalistas". En este contexto, la "extranjería", en términos jurídicos no sería tal vez el mejor indicador para medir esta supuesta "distancia cultural" (algunos nacionales serían percibidos por muchos españoles como extranjeros, por ejemplo).

La definición de la variable independiente (la extranjería) implica ya una teoría acerca de la relación de causalidad que tiene con la variable dependiente (la dependencia). Invariablemente, como ya hemos indicado, nuestras teorías al respecto se basan en afirmaciones sobre la "cultura". El sesgo que los psicólogos sociales han denominado "error fundamental de atribución" nos impulsa a destacar las variables "internas" (disposiciones mentales) respecto de las circunstancias contextuales. ¿Qué conexión podría haber entre la "extranjería" -en términos "culturales" o "étnicos"- y la delincuencia? La respuesta fácil: como los extranjeros vienen de otras sociedades, con otros valores, no están "socializados" en los principios que rigen nuestra convivencia. Si pretende ser una explicación más o menos global, esta respuesta es absurda, porque se basa en una inaceptable consideración de la "inconmensurabilidad" de las sociedades como compartimentos estancos totalmente ajenos los unos a los otros y sin rasgos comunes. La inmensa mayoría de los delitos que se cometen en España, tanto por españoles como por extranjeros, consisten en conductas que también están mal consideradas, prohibidas y perseguidas (a veces con exceso) en los países de donde vienen los migrantes.

Así es como terminamos borrachos de meca-cola. Postulamos que la delincuencia extranjera se debe a que los migrantes "no se integran" y los que peor se integran -para este discurso culturalista- son los "musulmanes", ergo, son las malignas esencias del Islam las que los convierten en criminales. Esto es completamente absurdo, claro. La mayor parte de los reclusos cumplen condenas por delitos contra el patrimonio o contra la salud pública y está claro que el Islam condena fuertemente ambos tipos de conductas (que en los países musulmanes están penadas, incluso de manera muy excesiva). Es como si algún telepredicador norteamericano -alguno habrá que lo haga- atribuyera los delitos violentos cometidos por bandas latinoamericanas a su catolicismo, como si alguna encíclica papal animara a la constitución de bandas rivales. Ciertamente, no es extraño que la conducta de las personas se contradiga con los principios abstractos que teóricamente "deberían" regirla (lo que se racionaliza de formas diversas); esto es así simplemente porque las relaciones sociales y materiales reales se imponen a menudo sobre nuestro mundo imaginario. Eso no implica que los factores "culturales" sean completamente irrelevantes; ciertamente, si alguna vez se ha producido en España alguna mutilación genital femenina, el factor más inmediato -no el único, claro- habrá de ser la pauta cultural que la prescribe o permite. Ahora bien, dado que no existen las "culturas" como segmentos estáticos, discretos y de fronteras bien delimitadas, a menudo también operan como factores en la producción de los delitos determinados patrones culturales que no resultan tan ajenos a nuestra sociedad como la mutilación genital femenina (y en estos casos, la mayor extensión de la pauta cultural disminuye a menudo la "saliencia" del delito); así, por ejemplo, el citado delito del 311 CP puede vincularse a la lógica de la maximización del beneficio en la utilización de la fuerza de trabajo, extendida ya por todo el mundo a través de la expansión del capitalismo.

Si se quiere buscar una relación global entre la condición de "extraño" y la conducta antisocial, incluso aunque ésta se considere también antisocial en los países de origen, podría considerarse que los extranjeros pueden ser víctimas de una cierta anomia personal (también puede haber, por supuesto, una cierta anomia entre los auctóctonos, aunque las causas podrían ser distintas). Sabemos, por ejemplo, que los indígenas emigrados del campo no industrializado a la ciudad en los países pobres pueden experimentar dificultades de integración personal (y muchos terminan, por ejemplo, volviéndose alcohólicos). Si una persona se ha separado muy radicalmente de su entorno social, de sus figuras y patrones de autoridad, de sus relaciones sociales integradoras, terminando en un mundo muy distinto, que frecuentemente arroja a esta persona a los márgenes, podría encontrar dificultades para "interiorizar" las normas sociales de conducta y de adaptarse a su nueva situación. No obstante lo anterior, si bien puede ser interesante analizar esta posible anomia personal o cultural con objeto de mejorar las condiciones de vida de los propios migrantes y la integración de nuestra sociedad, parece poco oportuno situar este factor cultural entre las causas principales de la delincuencia cometida por extranjeros. Desde luego, el choque no puede ser tan grande como el que sufren los indígenas que cambian radicalmente su modo de vida, dado que nuestros migrantes provienen fundamentalmente de un entorno ya industrializado y a grandes rasgos "moderno", aunque nos pueda costar trabajo percibirlo así.

Pero es que, además, si volvemos a detenernos en los delitos que verdaderamente llenan nuestras cárceles de "extranjeros" y "auctóctonos" (los delitos contra el patrimonio y los delitos contra la salud pública), no creo que sea difícil deducir la importancia que en ellos tiene la posición en la estructura social y económica. De hecho, es precisamente esta posición lo que produce y reproduce la anomia social de la periferia de una sociedad respecto a los patrones de conducta dominantes en el núcleo. Otra vez, desde el punto de vista de la búsqueda de conexiones de causalidad no es la conciencia de las personas lo que determina su existencia, sino su existencia social (sus relaciones sociales y económicas reales, su segregación en los mercados y en la vida económica, sus posibilidades de acceso al bienestar) lo que determina su conciencia, al margen de que a efectos penales, o incluso morales, mantengamos las nociones de responsabilidad individual.

Cuando se hacen este tipo de afirmaciones, no sé por qué, uno piensa inmediatamente en conexiones simplistas como "los pobres roban", como si todo lo que fuera salirse un poco del esencialismo cultural fuera simplista ¿Por qué el grupo étnico de los "gitanos" ha tenido una clara relación con el tráfico (y el consumo) de droga? ¿Alguna disposición genética? ¿Su "alma" tiene disposición para el crimen? ¿sus ancestrales tradiciones culturales tenían alguna especial relación con la droga? Ya se ha estudiado ampliamente cómo los grupos étnicos presentan a menudo relaciones de interdependencia, simbiosis y subordinación en sus relaciones sociales y económicas (por ejemplo, BARTH 1969). A estos efectos, un grupo étnico especializado en determinadas manifestaciones de economía informal de cierta marginalidad respecto de la sociedad sedentaria presenta muchas probabilidades de adaptarse a la aparición de una nueva mercancía ilegal, pero muy habitual y a un comercio marginal muy lucrativo.

Esto nos lleva al problema más importante de validez interna de la postulación de conexiones entre "extranjería" y "delincuencia". Si no queremos acabar borrachos de meca-cola, tenemos que controlar las posibles variables perturbadoras y convertirlas en "variables de control" a la hora de buscar correlaciones estadísticas. Así, por ejemplo, si quiero comprobar si el consumo de refresco de cola afecta a la conducción, tendré que tener en cuenta otros posibles factores que pudieran afectar a los accidentes de coche; puede ser que encontremos una correlación estadística positiva, pero ello puede deberse, por ejemplo, a que los consumidores de cola sean en general más jóvenes (y por tanto, a modo de hipótesis, más inexpertos o menos prudentes); para controlar esta variable perturbadora, debería buscar si existe también una correlación positiva entre consumo de cola y accidentes de coche entre los conductores más maduros.

Otro ejemplo más racial es el de la "inteligencia de los negros". En el pasado, se ha demostrado, ejem, "científicamente", la "inferioridad intelectual" de la "raza negra", conclusión que en aquel momento resultaba muy "conveniente". Aquí no sólo se plantean problemas de "validez de constructo" (¿qué es lo que mide exactamente el cociente de inteligencia y qué queríamos medir?), sino también de "validez interna" (¿están influyendo variables socioeconómicas asociadas al color de la piel a través de las categorías sociales construidas sobre rasgos distintivos fenotípicos?) Exactamente lo mismo sucede con las conexiones entre "extranjería" y delincuencia. Es evidente que los factores socioeconómicos (pobreza, marginación, posición social, división del trabajo interétnica...) influyen en la comisión de delitos o de determinados delitos cuantitativamente muy importantes. Es evidente que muchos extranjeros están "condenados" por razones sociales y sobre todo legales a participar en los sectores informales, pero muy importantes, de nuestra economía y que existe una conexión clara, aunque no absoluta entre la economía informal y muchos delitos (delitos contra la propiedad intelectual, tráfico de drogas y delitos asociados a este tráfico o al consumo, delitos relacionados con la prostitución, etc.) Así pues, una teoría será más válida cuanto más haya sabido aislar estas variables en la búsqueda de correlaciones, si es que quiere ocuparse únicamente de esta posible "anomia cultural". Si se utilizaran herramientas teóricas apropiadas, no sé si seguirían encontrándose correlaciones, pero lo que es seguro es que no serían tan llamativas.

Lo que pasa es que puede ser algo incómodo redefinir nuestra posición teórica para buscar con mayor precisión y sin juicios morales las causas de los fenómenos que nos inquietan. Porque entonces no podemos "echar balones fuera" de nuestra sociedad, hacia los extranjeros portadores del Caos, los demonios de la serpiente Apep. La delincuencia de nuestra sociedad no es un problema externo, sino un problema de nuestra sociedad (que, por supuesto, abarca e incluye a los extranjeros que viven en ella). Son las propias dinámicas de nuestra sociedad: la economía informal como simbiótico marginal de la economía formal, los lucrativos negocios de la droga y la prostitución, la segregación de nuestros mercados de trabajo, los excesos de la lógica del beneficio económico... las que producen y reproducen sus contradicciones. Si la inmigración es hoy un fenómeno estructural de nuestra sociedad, es un elemento añadido al sistema y por tanto también puede asumir un rol, un papel en determinadas formas de delincuencia; pero globalmente lo hace en interconexión con una estructura más amplia y no como una especie de virus que destruye un orden idílico construido por alguna divinidad creadora en el centro del mundo al principio de los tiempos.

domingo, marzo 02, 2008

EXTRANJERÍA Y DELINCUENCIA (I): LAS PALABRAS MÁGICAS

Hay afirmaciones que estamos inclinados fuertemente a creer; nuestros más selectos prejuicios sólo necesitan algunos indicios para sustentarse, indicios a los que a menudo nos agarramos casi desesperadamente para poder confirmar cuanto antes nuestras sospechas y así tranquilizar nuestro espíritu. En este proceso tendemos a eliminar la mayor parte de los matices y a simplificar una realidad que suele ser mucho más compleja. Pronunciar una de estas "fórmulas mágicas" suele aparejar la inmediata aprobación de la audiencia (por ejemplo, "nuestros gobernantes desperdician y malgastan el dinero de nuestros impuestos"). En cierta medida, esto es lo que sucede con la invocación de las (supuestas) conexiones entre "extranjería" y "delincuencia". Digo que "en cierta medida" porque en muchos casos esto se disfraza con una cierta ideología de lo "políticamente correcto": el miedo a vernos a nosotros mismos como "racistas" nos obliga a veces a pintar las conexiones de manera subterránea, como haría un vecino cotilla que sugiere con pelos y señales lo que "la gente dice" de una persona, afirmando que por supuesto, él no cree en esos rumores. Por eso, el mero hecho de poner juntas estas palabras ("extranjería" y "delincuencia") en el mismo escrito ya me crea una cierta intranquilidad. Tal es el poder oculto de los nombres que su mera invocación agita ya lo profundo de nuestras vísceras.

En efecto, el miedo a lo extraño y a los extraños permitió a nuestros lejanos ancestros sobrevivir y reproducirse, de manera que nuestros cuerpos han terminado ciegamente "programados" por la evolución biológica para desarrollar ese temor. Los extremos se tocan: caprichosa como sólo pueden ser los dioses, la Madre Naturaleza nos preparó también para la "solidaridad" a través de lo que se ha dado en llamar "aptitud inclusiva". Ahora bien, el ser humano, zoon politikon, es también un animal cultural; estas abstractas y contradictorias aptitudes humanas evolucionadas sólo tienen sentido en el contexto de seres humanos concretos, inmersos por tanto en un laberinto de símbolos, de representaciones culturales y de relaciones sociales que conforman en cierto modo nuestra realidad y nuestro entorno. Aunque la aptitud para el "altruismo" pueda explicarse remotamente en la supervivencia y propagación de los genes "egoístas", en los homo sapiens, se proyecta simbólicamente hacia todo tipo de grupos sociales construidos al margen del parentesco biológico, aunque a veces construidos con metáforas relacionadas con el parentesco social (la "Madre Patria", la "fraternidad cristiana"). Como han estudiado los psicólogos sociales, tenemos una tendencia -con todos sus matices- hacia una cierta solidaridad dentro de lo que consideramos nuestro grupo social, acompañada de un rechazo, y frecuentemente un cierto miedo hacia los que no pertenecen a este "grupo".

Esta "verdad" de la experiencia humana se hace explícita a través de nuestros mitos, de las narraciones que nos contamos a nosotros mismos y que contamos a los demás y que expresan los más profundo de nuestros sueños. Nos cuenta Eliade que las civilizaciones antiguas se veían a sí mismas como un orden cósmico surgido en el "Centro del Mundo" a partir de un Caos informe. Más allá de las fronteras de este "centro" se encontraban el desierto y la noche, el caos y las potencias infernales; es el mundo de los monstruos y de los extranjeros, de las criaturas de la serpiente Apep que amenazan continuamente con destruir el orden establecido. El mito de la "invasión de los extranjeros que traen el caos" es por tanto un potente símbolo sobre el que individualmente proyectamos nuestros temores, nuestra inseguridad y nuestra ansiedad personales y sobre el que colectivamente conjuramos las contradicciones que intuimos en nuestra propia sociedad, al estilo de los viejos ritos expiatorios, que traspasaban el "pecado" o el mal rollito a la víctima propiciatoria. Comenzamos nuestra andadura con las antiquísimas invocaciones del egipcio Ipuwer: "Las tribus del desierto se están convirtiendo por doquier en egipcios [...] ciertamente el desierto cubre toda la tierra, los nomos han quedado devastados y los bárbaros del exterior han venido a Egipto".

Aún cuando las comunidades políticas sean tan amplias como los modernos Estados-nación estructurados en torno al capitalismo industrial, tendemos a construir una relación simbólica, imaginaria con nuestros "compatriotas", haciendo que los "extranjeros" cumplan el papel de las fuerzas exteriores que amenazan con destruir el orden cósmico de nuestro centro-del-mundo particular. Por supuesto, hay muchos matices aquí, dado que en nuestra granja postindustrial algunos extranjeros son más extranjeros que otros. En cualquier caso, la propia palabra "extranjero" nos sugiere ya de algún modo el caos indefinido que se opone conceptualmente a nuestro orden. Quizás recuerden "Mucho Apu y pocas nueces", un episodio de los Simpson, mitología moderna: un oso aparece casualmente en Springfield, generando una sensación de inseguridad en los ciudadanos; decide crearse una impresionante patrulla anti-osos que utiliza la más avanzada tecnología y supone una inversión desmesurada e inútil (dado que salvo aquel incidente aislado no hay osos en la ciudad); la consiguiente subida de los impuestos provoca indignación entre los habitantes de Springfield y finalmente el Alcalde Quimby dice que la culpa de todo la tienen los inmigrantes ilegales, aprobándose una propuesta para deportarlos a todos. Más allá del esperpento, la parodia nos hace reir porque nos vemos hasta cierto punto reflejados; ya hemos visto que no es extraña esta proyección hacia los "Otros" de nuestra indefinida sensación de inseguridad personal (el miedo a los osos) y de las contradicciones de nuestra sociedad (los impuestos generados por la patrulla anti-osos).

Este potente sesgo ("extranjero --> delincuencia") plantea problemas tanto éticos o políticos como epistemológicos. Estos últimos requieren un análisis más detallado y nos ocuparemos de ellos en la próxima entrada. De momento, vamos a suponer que fuera cierta la conexión que un buen número de españoles -quizás la mayoría- establece entre "extranjería" y "delincuencia"; aún así, enfatizar en el discurso este vínculo en el discurso produce y reproduce todo tipo de problemas que hay que considerar:

De un lado, estos discursos casi nunca proponen soluciones concretas a los problemas sociales, contentándose con expresar, con cierto fatalismo, lo dramático de la situación, descargando un poco la ansiedad en el momento, pero multiplicando a la larga la incómoda sensación de intranquilidad que los extraños nos producen, a fuerza de decirnos a nosotros mismos lo "malos "que son. Cuando se enuncian propuestas de cambio, suelen ser utopías racistas generales y vagas, que en el fondo persiguen que los extranjeros no "estén ahí", pero poco operativas, o bien se hacen alusiones a mayores restricciones de la legislación de extranjería, sin conocer bien ni el contenido ni los efectos de la legislación vigente. Si queremos resolver problemas concretos, tal vez debamos "operacionalizarlos" más allá del uso de "palabras mágicas" ambiguas y abstractas que sirven para conectar con nuestras vísceras más que para organizar la percepción, pero esto nos remite a esa otra parte epistemológica.

De otro lado, los efectos de la fórmula mágica son muy peligrosos. Es evidente que puede avivar el fuego de la xenofobia, provocando todo tipo de conductas discriminatorias que sitúen a las personas en una posición sistemática de desigualdad en virtud de una "generalización", es decir, de la aplicación de un "género" o categoría social. En cualquier caso, puede aumentar la marginación de los colectivos extranjeros, incrementando las conductas "desviadas", como una especie de profecía autocumplida. En Sociología y Criminología es muy conocida la Teoría del Etiquetaje, según la cual la categorización de una persona como "delincuente" tiende a reproducir de algún modo en ella la pauta social indeseada.

Cuando los políticos utilizan este tipo de conjuros mágicos para conseguir el favor popular, podríamos decir que están haciendo "demagogia", en el sentido más estricto del término. De este modo, se hacen invisibles los problemas sustanciales y nuestra preocupación se canaliza hacia un mundo imaginario que representa de manera figurada el mundo real; como decía Eric Wolf en relación con la ideología "El pensamiento simbólico sustituye las contradicciones de un universo imaginario por las reales". De momento, los políticos de los partidos parlamentarios no han querido hacer explícitas las supuestas conexiones entre "inmigración" y "delincuencia" con la crudeza con la que se manifiestan en el debate ciudadano (donde se vinculan a menudo sin tapujos), diríase que son conscientes de los peligros de estos vínculos y del importante papel que juega actualmente la migración en nuestra economía, no es plan de acabar con la gallina de los huevos de oro. En todo caso, sin llevar sus afirmaciones hasta el extremo, sí que están jugando -cada vez más- a utilizar las "palabras mágicas" al modo indirecto y relativamente sutil del vecino cotilla que antes denunciábamos. Esto puede ser incluso más peligroso: cuando el racismo combate al descubierto es más fácil detectarlo; en cambio, cuando "va de tapadillo" es capaz de introducirse por todos nuestros orificios y alcanzar nuestro flujo sanguíneo sin que nos demos cuenta.

Ya hemos hablado suficientemente del "contrato de integración". Pero no es el único ensalmo que se ha recitado en el circo electoral al que últimamente asistimos. Un buen ejemplo de lo que estamos diciendo pueden ser las declaraciones que hace poco emitió Esperanza Aguirre. Como saben, es del mismo partido que Rajoy, pero hay que aclarar que no se trata de un problema que afecte exclusivamente al PP (aunque se está luciendo últimamente) o a los partidos políticos. Los políticos recogen -interesadamente- el discurso que antes hemos oído en la calle y la calle somos todos. No importa tanto el espectáculo de la campaña electoral como el problema que hay de fondo y que persistirá cuando se marche el circo. ¿Qué fue lo que dijo?

"[...] nada tienen que ver los inmigrantes con los delincuentes, (como digo), la mayoría de los inmigrantes vienen aquí a trabajar, pero es verdad que vienen extranjeros a delinquir porque es verdad que es muy barato delinquir en España".

Vale, nada tienen que ver los inmigrantes con los delincuentes, pero entonces ¿a qué viene sacar el tema? Pues al parecer, estaba contestando a una pregunta sobre por qué había aumentado (supuestamente) la inseguridad ciudadana en los últimos meses en la Comunidad de Madrid. Para "salir del paso" sin plantearse con más profundidad las cosas, lo más fácil es invocar el fantasma del extranjero delincuente, que todos reconocemos inmediatamente en el fondo de nuestras vísceras, sobre todo en estos tiempos interesantes. El mensaje subterráneo -supongo que no pretendido por la Presidenta, pero el efecto es el mismo que si lo pretendiera- es el trasvase de los "pecados" de la sociedad hacia el chivo expiatorio del extranjero. Para conseguir esto sin negar la mayor de la migración, hay que establecer una simpática dicotomía entre el "inmigrante bueno", el que trabaja (adviértase el énfasis en el papel productivo) y el "extranjero malo", el que "viene aquí a delinquir porque es barato en España".

Evitando entrar en la cuestión de la baratura, que tiene miga, seguramente que sea cierto que haya extranjeros que hayan venido a España "a delinquir" ¿por qué no? Una banda criminal transnacional puede enviar a alguien a nuestro país para atender estos negocios ilícitos o para realizar un "trabajito" concreto, pero ¿estos supuestos son cuantitativamente importantes para explicar el supuesto crecimiento global de la inseguridad ciudadana, la de andar por casa? No, pero así, de momento, la Presidenta consigue escapar de las preguntas, entregando a los extranjeros la patata caliente. El problema es que la reiteración de este tipo de discursos públicos va alterando poco a poco nuestra percepción: ese mafioso que "ha venido a España a delinquir" se convierte en el prototipo para percibir al extranjero que delinque (¿creen ustedes que la inmensa mayoría de los extranjeros que delinquen vinieron a España "a delinquir" y porque era barato?) y, en último término, del resto de los extranjeros, por si acaso, que aún conservamos ese temor atávico con cuya descripción comenzaba esta entrada.

Aún siendo ya conscientes del peligro que tiene remarcar las supuestas conexiones entre migración y delincuencia podríamos preguntarnos ¿estos peligros exigen una censura políticamente correcta que nos impida pensar sobre estas conexiones? ¿Se está sugiriendo en este blog que nos engañemos, que evitemos profundizar en el conocimiento sobre esta materia? ¿Será eso aún peor, porque nos llevaremos las tortas en la cara cuanto menos nos lo esperemos? Esto nos lleva de cabeza a los dilemas epistemológicos que antes mencionaba. Nunca es malo hacerse preguntas, pero siempre es mejor preguntarse si las preguntas que nos hemos hecho eran las apropiadas.