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viernes, marzo 30, 2007

IDENTIDADES NACIONALES (I)

La "identidad" referida a un individuo parece a primera vista un pleonasmo: todo el mundo es igual a sí mismo; en todo caso podría referirse a la (relativa) continuidad de la personalidad a lo largo del tiempo: venía a derir Heráclito que en el mismo río nos bañamos y no nos bañamos, porque somos y no somos los mismos.

Pero los seres humanos jamás hemos sido individuos aislados de la vida social. Somos también personas y nos definimos por nuestros personae, las máscaras que llevamos en el teatro de la vida; percibimos, experimentamos o quizás solo sospechamos, que somos más que un conjunto de roles sociales, pero sólo en medio de ellos podemos ser nosotros mismos. Así, construimos nuestra identidad mirándonos en el espejo de los grupos sociales de los que nos sentimos miembros, de acuerdo con la Teoría de la Identidad Social de Tajfel y Turner. Esta teoría también nos cuenta que a veces el espejo es el de la Madrastra, lo que motiva que a veces, para sentirnos a gusto con nosotros mismos, tengamos que mirar por encima del hombro a otros grupos.

Las categorías sociales que utilizamos para mirarnos a nosotros mismos (y que la gente utiliza para mirarnos a nosotros, aunque no nos percibamos miembros de esos grupos), pueden ser de muy distintos tipos: el género, la edad, la ideología, la religion, la orientación sexual... Tradicionalmente han sido muy importantes las categorías étnicas, culturales, lingüísticas, raciales: las que se refieren al origen, las que construyen un linaje común, las que implican la pertenencia a un grupo de base territorial. Normalmente, en una misma persona conviven diversas categorías étnicas, pero en las sociedades tradicionales, en las que la mayoría de las interacciones sociales y económicas se producían en un contexto muy reducido, también eran limitadas las categorías de este tipo; simplificando, nosotros somos la gente de la misma aldea o del mismo grupo de parentesco, luego está el resto de la gente normal, "todo cristiano" y si acaso una categoría difusa, a veces legendaria de "verdaderamente Otros". Ciertamente, en ciertos contextos sociales, algunas élites fueron desarrollando conciencias colectivas más amplias, pero, desde luego su ideología no era compartida por la inmensa mayoría de la población, que, salvo en épocas de movimiento migratorio, vivía y moría en la tierra de sus padres, quizás sin haber salido nunca de ella.

Por supuesto, más adelante entraron en juego las naciones, pero de ello mejor me ocuparé en la próxima entrada.

viernes, marzo 23, 2007

MIGRACIONES Y TRANSNACIONALISMO


  • No cabe duda de que las migraciones no son fenómeno especialmente nuevo. Nuestros antepasados más lejanos eran ya migrantes antes de ser propiamente humanos y luego hemos pasado andando el resto de la historia de la Humanidad. Sin embargo, el fenómeno migratorio asume hoy día perfiles nuevos, que seguramente comenzaron en la segunda mitad del siglo pasado pero hoy día se perciben con más fuerza.
  • Aunque en los "viejos tiempos" los grupos étnicos masivamente desplazados lograban mantener su identidad mediante rígidas tradiciones y prácticas de aislamiento (además de la marginación que a veces sufrían de sus vecinos), lo cierto es que el contacto desaparecía, frecuentemente para siempre. De igual manera, los primeros movimientos migratorios generados por la modernidad y el capitalismo (dentro del recién creado Estado-nación o hacia fuera) tendieron a favorecer mecanismos de asimilación, compatibles con determinados procesos de marginación y con el mantenimiento de ciertas costumbres auctóctonas. El país de origen desaparecía para siempre, o todo lo más quedaba como una tierra mítica, un Paraíso Perdido, o quizás al mismo tiempo una meta escatológica, difuminándose sus perfiles reales.
  • Hoy no es así, porque las migraciones se producen en un mundo cada vez más pequeño. El progreso de los transportes hace cada vez más rápido, y comparativamente más barato el desplazamiento a lugares alejados; sobre todo, las tecnologías de la comunicación permiten una especie de ubicuidad virtual: el teléfono -fijo o móvil- no es un objeto extraño en la mayor parte del mundo; la televisión, la prensa y la radio nos pasean diariamente por los rincones más remotos; en particular, la Internet posibilita una comunicación continua, casi inmediata, con una enorme diversidad de contenidos y relativamente barata; las transacciones económicas y comerciales internacionales se hacen rentables a pequeña escala. Ahora no se desdibuja la patria de partida, sino las fronteras de los Estados-nación y las migraciones van componiendo una gigantesca telaraña humana, que ya no es un flujo que corre de vez en cuando en una sóla dirección. Así, científicos sociales como Alejandro Portes, hablan de las conexiones entre migraciones y transnacionalismo.
  • Muchos migrantes sueñan con volver un día a su país y montar un negocio con los ahorros conseguidos para vivir cómodamente cerca de sus raíces y algunos incluso lo consiguen: historia de una ida y una vuelta. Los que se quedan, pero consiguen estabilizar su situación legal y económica viajan frecuentemente a su primera patria y si pueden, pasan largas temporadas en ella; en cambio, los que residen irregularmente en el país de destino, al no poder reagrupar a sus familiares directos (salvo a aquellos que también se encuentran irregularmente en el mismo país), se encuentran con que viven en el seno de una familia esparcida por el mundo: esto destruye la estabilidad de muchas familias, pero muchas otras se mantienen, e incluso pueden empezar a surgir familias paralelas. Nada impide que la cosa se complique porque los miembros de una misma red familiar emigren a países distintos. Las personas y los grupos se adaptan a las restricciones que se imponen a los flujos migratorios creando redes sociales transnacionales (no necesariamente las recurrentes "mafias", sino cosas más informales y de andar por casa) que organizan los proyectos migratorios. La gente está al tanto de las noticias de su país, de la novedades y al mismo tiempo mantiene generalmente un contacto permanente con sus amigos, con sus parientes y con sus familiares.
  • Este contacto es también de carácter económico, y no sólo por los negocios de los retornados o las inversiones de los eventuales migrantes enriquecidos, sino también, y sobre todo, por las remesas que los trabajadores extranjeros envían periódicamente a sus familias. Las remesas se refieren a un volumen cada vez más ingente de dinero, y se están convirtiendo en una fuente de ingresos de no poca importancia para muchos países pobres. Los intercambios económicos y su magnitud refuerzan las relaciones personales en el seno de las redes transnacionales e incentivan a los Estados de origen para fomentar hasta cierto punto los proyectos migratorios y para preocuparse por sus ciudadanos residentes en otros países (lo que, claro está también tiene otras causas).
  • Comprender este fenómeno, el transnacionalismo, es vital para comprender las migraciones en la actualidad: las oportunidades que genera, los problemas que produce, la estructura que condiciona la regulación de flujos y las políticas migratorias. Con la nueva etiqueta de "transnacionalismo", en otras entradas de este blog trataremos de desgranar algunas de sus consecuencias.

sábado, marzo 17, 2007

DEL VELO DEL PREJUICIO ¿AL "VELO DE LA IGNORANCIA"?

(Volvemos a la vida después de nuestra más larga ausencia; esperemos que la misma vida nos permita seguir por aquí de vez en cuando).

Vencer la discriminación -también la que sufren los extranjeros por el hecho de serlo o por otras razones- no es sólo una exigencia jurídica, sino también, una obligación ética y política. Forma parte de la dignidad humana, ese mínimo que dijimos innegociable en el laberinto de la diversidad. Al mismo tiempo, acabar con la discriminación resulta muy conveniente para conseguir una verdadera integración entre nacionales y extranjeros. La discriminación genera marginación, desintegración social: condena a sus víctimas al paro o la precariedad, restringe su acceso a los bienes, a la cultura institucional, a una vivienda en condiciones dignas. La discriminación étnica limita y condiciona las interacciones sociales entre grupos: en el trabajo, en el ocio, en la vida cotidiana.

Genera mecanismos de defensa a veces contraproducentes, alimenta los guettos, reproduce sentimientos de victimización y de rabia, ansias de revancha, separación intergrupal; construye fronteras invisibles y coadyuva al refugio en identidades ficticias, inadaptadas, re-construidas por oposición.

Hace tiempo que percibo que, sin embargo, en lo que refiere a los "extranjeros", a los "inmigrantes", la discriminación, los estereotipos y los prejuicios están extendidos por doquier (aunque claro, no toda la realidad es negativa). Cada cierto tiempo me encontraba y me encuentro con personas inteligentes, de amplia formación y sensibilidad social que sorprendían con declaraciones y prácticas que seguramente a estas mismas personas les parecerían solemnes burradas si las abstrayeran racionalmente. Observaba y observo cómo hay resquicios en nuestra legislación que, tras estudiarlos despacito, me parecen claramente discriminatorios (y además discriminación directa) y sin embargo a mucha gente les parecen algo normal. Me acordaba entonces de aquella sentencia del Tribunal Supremo norteamericano que consideraba perfectamente justificado encerrar a todos los japoneses del país en campos de concentración; de la naturalidad con la que han sido asumidas hasta hace poco (y no del todo y no en todas partes) intolerables degradaciones de la mujer. Llegaba a la conclusión de que algunas veces la Justicia va vendada, pero con la venda del prejuicio, no la de la imparcialidad.

Soñaba con otra venda, una que se pareciera al "velo de la ignorancia" de Rawls; una noción abstracta de discriminación que fuera capaz de superar los perjuicios de cada momento: que nos advirtiera de cuando nos estamos dejando llevar por el mismo sesgo que condenaríamos si se refieriese a otra situación o a otra persona o a otra causa. Una utopía inalcanzable, pero por la que merece la pena trabajar.

[Espacio publicitario] Y trabajando en ello con mi brillante colega Diego Álvarez Alonso, que seguía su propio camino, no hemos conseguido poner esa venda, pero creo que al menos sí una tirita. Recientemente se ha publicado nuestro artículo sobre la noción de discriminación en la Revista Española de Derecho del Trabajo (nº 132). Eso sí, me temo que no sabría resumirlo aquí, aunque algunas cosas ya haya contado. Aunque intentaré explicar una versión básica para las discriminaciones directas.

  • A) Reflexiona sobre si el trato que has proporcionado a la persona se puede atribuir a su pertenencia a una "categoría social" (es decir, porque forma parte de ellos). ¿Piensas que ellos deben ser tratados de una manera determinada? ¿Piensas que ellos siempre o casi siempre o muchas veces son [estereotipo]? ¿Merece la pena aplicar el estereotipo y no ahondar en lo que es realmente esa persona, por pura probabilidad? ¿Influye la concepción que tienes de ellos en tu percepción individual de esta persona en concreto? ¿Estás sesgado desde el principio? ¿Interpretas apresuradamente sus gestos, su rostro, sus palabras, su actuación? Pero, aunque suceda este supuesto, eso no quiere decir que haya discriminación si no se produce el siguiente.
  • B) Ahora, en la moral kantiana, intenta convertir tu proceder en ley universalmente aplicable. ¿Qué pasaría si todo el mundo hiciera como tú, pensara como tú, actuara como tú? ¿Qué pasaría con ellos? ¿En qué posición estarían con respecto a los demás. ¿Tenderían a situarse en una posición de inferioridad? ¿Se ahondarían sus diferencias? ¿Quedarían apartados, relegados, marginados? ¿Se verían las personas limitadas en sus derechos, en sus posibilidades, en sus oportunidades por ser ellos? ¿Y si te hubiera tocado pertenecer a su grupo? ¿Sería justo que te condenaran a la marginación por el mero hecho de pertenecer a una categoría, sin siquiera compartir el contenido negativo que le atribuyes?
Si se cumplen los dos elementos, estaremos aplicando (o nos estarán aplicando) un acto discriminatorio.