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sábado, diciembre 29, 2007

LOS CARNICEROS DE UTOPÍA (III): EL EJÉRCITO INDUSTRIAL DE RESERVA

Coincidiendo con una nueva sentencia del TC que viene a decir lo mismo, dejamos el mundo de la jurisprudencia para volver de lleno al tema del mercado de trabajo. Se recordará que en la primera entrada sobre los "carniceros de utopía" habíamos hablado del "efecto llamada" del mercado de trabajo español y la contribución del trabajo de los migrantes al crecimiento económico a través de la cobertura de puestos de trabajo de escaso valor añadido. En la segunda entrada hemos visto como el "familiarismo" del sistema de bienestar español y, desde otro punto de vista, el familiarismo que rige en los países de origen hacen posible esta redistribución de los puestos de trabajo.

Esta peculiar división del trabajo convierte a los migrantes en los "carniceros de Utopía", los trabajadores de la trastienda de nuestro Estado del Bienestar. En teoría y en abstracto, esta situación es "injusta", dado que genera desigualdades sociales y económicas fundadas, en último término, en el origen étnico de las personas. En la práctica, es una condición estructural contra la cual es inútil luchar en términos generales: los movimientos migratorios no se producen por azar, sino que son impulsados precisamente por estas "necesidades" de obtener fuerza de trabajo en condiciones de relativa precariedad. De hecho, los propios migrantes, incluso aquellos que tienen un buen nivel formativo, asumen en sus proyectos migratorios esta posición inicial de debilidad en el mercado de trabajo: generalmente no se hacen ilusiones de entrar en nuestro mercado laboral "por la puerta grande", sencillamente porque esto no es posible, salvo en casos muy concretos, poseyendo cualificaciones muy específicas. En este contexto, creo que no merece la pena combatir esta segregación inicial en los empleos; es preferible dedicar nuestros esfuerzos a conseguir que la precariedad sea la mínima posible (y, desde luego, que las condiciones de empleo cumplan unos mínimos de dignidad) y a evitar que estas desigualdades se reproduzcan a través de procesos discriminatorios, condenando a estos migrantes, o incluso a sus hijos y nietos, a permanecer toda su vida laboral en esta posición subordinada. Es decir, hay que procurar que esta segregación de entrada sea lo menos intensa y lo menos duradera posible.

Desde el punto de vista de los trabajadores españoles, las migraciones tienen un efecto, como ya se ha dicho, globalmente positivo. Al permitir el crecimiento de estos sectores que utilizan de manera intensiva la fuerza de trabajo, crece la economía nacional y se generan nuevos empleos en mejores condiciones, que pueden ser asumidos por los españoles, que, al encontrarse protegidos por el paraguas del familiarismo, tienen mayor libertad para escoger. Ahora bien ¿hay efectos negativos? ¿Hay algo de cierto en los mitos apocalípticos según los cuales los migrantes "quitan el trabajo a los españoles" o devalúan las condiciones de trabajo de los trabajadores auctóctonos?

Yo creo que sí que hay algo de cierto en el mito y que eso es lo que lo hace peligroso, porque esta realidad un caldo de cultivo para el crecimiento de la xenofobia entre los más desfavorecidos. Siempre percibimos la realidad conforme a una estructura de categorías configurada por nuestros prejuicios ideológicos (por ejemplo nuestras "etiquetas étnicas"), pero son los datos fácticos -leídos desde nuestras categorías- los que refuerzan y mantienen nuestra creencia sobre la sociedad. En este caso, las categorías nacionales (españoles/extranjeros) resultan sumamente dañinas para los intereses globales de los trabajadores más precarios porque impiden la defensa colectiva de intereses muy similares. Divide et impera: divide y vencerás. Por eso hay que tender a destruir o al menos disminuir la relevancia de las categorías étnicas, la significación del "país de los trabajadores", centrándose en la percepción de los intereses comunes.

Si hay algo de cierto en el mito, entonces es nuestra responsabilidad asomarnos a esta realidad; si nos conformamos con oponernos simbólicamente a la idea, puede que la xenofobia nos gane la partida cuando lleguen épocas de "vacas flacas". Sólo que no es preciso examinarlo como una partida de ajedrez entre migrantes y acutóctonos: simplemente, el mantenimiento de determinados sectores marginales en el seno de la clase trabajadora en cada sociedad permite hasta cierto punto mantener bajas determinadas condiciones laborales: otra vez la idea del ejército industrial de reserva.

La realidad del mercado de trabajo es muy compleja: es cierto que muchos puestos de trabajo de escaso valor añadido simplemente desaparecerían si no hubiera nadie dispuesto a trabajar en condiciones precarias (porque la inversión capitalista se trasladaría a otro lado o, en el caso del servicio doméstico, la unidad doméstica prescindiría de la prestación laboral). Pero, al mismo tiempo, la inyección en el mercado de trabajadores que se ven obligados por razones estructurales a aceptar condiciones inferiores permite reducir costes laborales y aumentar por tanto los márgenes de beneficios. Los trabajadores auctótonos más precarios pueden experimentar en su vida cotidiana este conflicto; es por esto por lo que la xenofobia de las clases bajas adquiere unos rasgos diferentes a las de las clases medias y altas. Para estos últimos, el migrante es a veces una criatura lejana; les preocupan más bien los aspectos "culturales" y en todo caso la "seguridad ciudadana" (si en sus categorías ideológicas hay algún vínculo entre esta inseguridad y la migración), pero al final suelen estar contentos de poder contar con alguien para cuidar al abuelo o poder ir más veces a comer a un restaurante porque los precios se mantienen relativamente "bajos" gracias a la contención de los costes laborales (siempre nos parece que los precios están demasiado altos, pero lo cierto es que vamos al restaurante).

En cambio, para los auctóctonos que ocupan las posiciones más bajas, paradójicamente aquellos que tendrían más que ganar si hicieran causa común con los migrantes, la cuestión puede presentarse una competencia cotidiana entre grupos sociales por los recursos escasos, algo más cercano al "pan nuestro de cada día". Una especie de "lucha de clases" pero con un fuerte componente racial. Ello será así, por supuesto, sólo en la medida en que se definan los intereses colectivos en torno a categorías étnicas, situación de la que hemos de huir como de la peste.

Pero ¿cómo se manifiesta este posible deterioro de las condiciones de trabajo en nuestro sistema, caracterizado por un predominio del Estatuto de los Trabajadores y los convenios de eficacia general? En los países nórdicos, con una elevada tasa de sindicalización (70-90%), una normativa laboral centrada en la negociación colectiva (escasa por tanto en contenidos vinculantes para el contrato) y convenios de eficacia limitada a los afiliados a las organizaciones firmantes, es mucho más visible este dumping social interno. Los que vienen de fuera no están afiliados y por tanto es más difícil que estén protegidos por el sistema formal.

En España, esto se produce de una manera más sutil: ciertamente, el Estatuto de los Trabajadores y los convenios colectivos se aplican teóricamente a todos los trabajadores, con independencia de su afiliación sindical u origen étnico. En primer lugar, puede haber un efecto indirecto, difícil de comprobar: los convenios colectivos son puntos de equilibrio en un conflicto de intereses contrapuestos, de manera que, en la medida en que la posición en el mercado de los trabajadores se debilite, las condiciones pactadas pueden estancarse o incluso ir a la baja. Detrás de las condiciones pactadas en los convenios está la amenaza de la huelga, un lujo que no todo el mundo puede permitirse.

Más importante y más claro es el efecto de las migraciones sobre las relaciones individuales de trabajo. A la mayoría de los trabajadores en España se les aplican convenios provinciales de sector, que a menudo funcionan a través de una cierta inercia, con una fuerza sindical bastante escasa y un interlocutor empresarial muy poco representativo. Así pues, los salarios de convenio son relativamente bajos (a veces incluso por debajo de los precios de mercado, sospecho) y lo importante es el salario "real", a menudo superior, que recibe el trabajador a través de la negociación individual y que en muchos casos no se declara para ahorrar costes de seguridad social. Los migrantes generalmente están en una posición de mayor debilidad, lo que les permite aceptar salarios de cierta precariedad y eso puede debilitar el poder de mercado de los trabajadores auctóctonos que en principio podían exigir condiciones superiores.

Esta segunda causa nos lleva a una tercera, íntimamente relacionada con la anterior. En nuestro sistema de relaciones laborales no importa tanto lo que dice la letra de la ley o del convenio como lo que se aplica en la práctica. Esto es, en muchos casos lo que sucede no es que la norma establezca condiciones muy precarias sino sencillamente, que no se cumple. Se cumple donde hay una cierta fuerza sindical que, además, trabaje bien. En este sentido, la posición de debilidad de los migrantes puede afectar también al grado de cumplimiento de la normativa laboral, deteriorando las condiciones reales -que no formales, o jurídicas- de trabajo.

Mucho Antes de que llegaran los migrantes, nuestro sistema ha tenido siempre una gran tradician de "economía sumergida": los extranjeros se han incorporado a este sistema preexistente, contribuyendo a su reproducción sin pretenderlo. Hay muchos grados de incumplimiento de la normativa laboral: un trabajador con contrato escrito, afiliado y de alta en la seguridad social, que cobra el salario fijado en el convenio puede ser, no obstante, víctima de la economía informal; en mayor medida lo es, claro está, el trabajador del que la gente dice que "no tiene contrato", esto es, con un contrato verbal o tácito, sin alta en el sistema de seguridad social. El grado extremo (pero no el único) de precariedad ilegal es el de los trabajadores migrantes sin autorización para trabajar: los "irregulares". Pero las dinámicas de la irregularidad merecen un poco más de detenimiento, así que habrá que dejarlas para una próxima entrada... el año que viene. Entretanto feliz año 2008 a mis escasos, pero selectos ;-) lectores. Ojalá que viváis tiempos interesantes.

sábado, diciembre 15, 2007

LA STC 236/2007 (III): NO USES TU DERECHO

Muchas son las cuestiones que se tratan en esta sentencia y no podemos ocuparnos de todas en esta serie. Probablemente, el problema que tiene una mayor enjundia jurídica es el que se refiere a los derechos de reunión, manifestación, asociación, sindicación y huelga. Estos son derechos "de ciudadanía" que definen a los integrantes de la comunidad política y que se relacionan íntimamente con la dignidad humana, ya que los seres humanos somos indudablemente "animales sociales". Con objeto de excluir simbólicamente a los extranjeros en situación irregular de la comunidad política, se les negaba el disfrute de estos derechos, como si con ellos se les hiciera "invisibles" o así dejaran de existir.

Como señalábamos en la entrada anterior, el único objeto de esta exclusión era simbólico; por eso nos parecen erróneos los argumentos del voto particular discrepante, que se aferraban a la mención que se hace en algunos tratados a la protección de la seguridad o el orden público; se habla de la entrada masiva de migrantes como invocando un fantasma, pero no se establece una conexión de causalidad entre la medida y el orden público cuya proporcionalidad pueda después ponderarse. Con ese tipo de razonamientos, podría vaciarse de contenido cualquier tratado relativo a los Derechos Humanos. Aunque estoy seguro de que esa no era la intención de los magistrados discrepantes, el argumento es peligroso, porque todos los que vulneran los derechos humanos invocan algún fantasma (la amenaza del comunismo, por ejemplo).

Ahora bien, el legislador que impulsó la "contrarreforma" de la LO 8/2000 sabía que sus pretensiones de exclusión se iban a encontrar con obstáculos de constitucionalidad. A la hora de determinar si un derecho constitucional es "inherente a la dignidad humana", es decir universal, o si, por el contrario, se puede reconocer o no por la ley, se tenían en cuenta básicamente (aunque no exclusivamente) dos elementos: en primer lugar, si la redacción de los preceptos se refería a los "españoles" (como el art. 35) o bien utilizaba una formulación omnicomprensiva e impersonal ("Todos", "se reconoce"...); en segundo lugar, de qué forma estaban reconocidos por los convenios multilaterales en materia de Derechos Humanos, que se introducen en la interpretación de los derechos constitucionales por la vía del art. 10.2 de la Constitución. El caso es que los derechos que pretendían negarse a los extranjeros (reunión, manifestacion, asociación, sindicación), de un lado, no se referían a los "españoles" ni nada parecido en sus textos, de otro lado, estaban ampliamente reconocidos en varios instrumentos internacionales, de manera no condicionada a la residencia legal. Así que era preciso un poco de "ingeniería jurídica".

El truco de magia jurídico era el siguiente: los extranjeros son titulares de estos derechos, pero sólo pueden ejercitarlos en España cuándo obtengan autorización para residir o, en su caso, trabajar. Desde un punto de vista práctico, material, realista, esto es simplemente un fraude de la Constitución, una artimaña, una especie de paradoja, como el cuadro este de Escher de la mano que se escribe a sí misma escribiendo la mano. Con una mano, te doy el derecho, faltaría más, dignidad humana; pero con la otra mano, dibujada por la primera, te lo vuelvo a quitar, dejando sólo la cáscara vacía de su titularidad, y te quedas como estabas, con una mano delante y otra detrás.

Ahora bien, el hecho de que esto sea un truco y que, por tanto, sea correcta la decisión del Tribunal Constitucional no quiere decir que este argumento sea completamente absurdo desde un punto de vista jurídico; erróneo, pero no del todo mal afinado. Desde luego, no es lo mismo la titularidad de un derecho que su ejercicio: yo puedo renunciar a ejercer un derecho fundamental (si no me reúno, me manifiesto o me asocio, salvo que estos derechos se lean también "en negativo"; de manera más clara, cuando no lo reclamo ante los tribunales), pero no puedo renunciar al derecho en sí. Los trabajadores somos titulares del derecho de huelga, pero no podemos ejercitarlo individualmente (una huelga debe ser colectiva); un sindicato puede pactar en un convenio colectivo una "cláusula de paz social", renunciando a convocar huelgas en un período determinado de tiempo determinado, pero con ello no está renunciando a la titularidad del derecho. Por supuesto, esta construcción de la titularidad y el ejercicio del derecho de huelga es sólo el revestimiento formal que se ha usado y no tiene nada que ver con la exclusión de los derechos fundamentales para los extranjeros en situación irregular, que no están renunciando al ejercicio de nada. Aún así, esta construcción apresurada apunta indirectamente al verdadero nudo gordiano del asunto: las condiciones de ejercicio de los derechos fundamentales.

Ya adelantábamos en las entradas anteriores que, en nuestra opinión, la división tripartita de los derechos (inherentes a la persona/inherentes a los nacionales/de contenido disponible por la ley) cumplió su función pero es una construcción caduca y cada vez más inútil; de hecho, posiblemente puede detectarse esta crisis en la sentencia. Todos los derechos fundamentales son inherentes a la dignidad humana y todos son importantes para mantener la cohesión de la comunidad política y, por lo tanto, para legitimar el poder que se ejerce sobre sus integrantes. Lo importante son las condiciones de acceso -que también puede ser paulatino- a la comunidad política y al ejercicio de los derechos ciudadanos (en tres dimensiones, acceso físico al territorio, acceso al mercado de trabajo y por último, el inexpugnable bastión del derecho al voto), lo que puede implicar, no ausencia de derechos, sino limitaciones y condicionamientos a su ejercicio. Eso sí, la regulación de estos condicionamientos tendrá que convivir necesariamente e con la realidad de que, en la práctica, el acceso al territorio y al mercado de trabajo se produce inicialmente en términos de ilegalidad, debido a condiciones estructurales de nuestro sistema. A largo plazo, son las dificultades prácticas las que pueden suponer obstáculos reales a la extensión completa de los derechos a quienes son miembros de facto de la comunidad.

Y, desde un punto de vista práctico ¿cuál es el problema de reconocer a los extranjeros en situación irregular los derechos de reunión, manifestación, asociación, sindicación y huelga? Afortunadamente, ya no vivimos en una sociedad autoritaria, donde estas cosas dan miedo; más bien las vemos como instrumentos de participación (es decir integración) en la vida social. La rabieta simbólica de quienes se sentían desbordados por la inmigración irregular se la termina llevando el viento con los años y al final nos queda la pragmática. Negar derechos constitucionales a ciudadanos reales, aunque no se vayan a ejercer mucho, produce a la larga un efecto de deslegitimación del sistema; ganancia no hay ninguna, porque lo que la sociedad pide a los irregulares es su integración. Y la integración, entre otras cosas se consigue a través del acervo común de derechos.

Alguien se podría plantear ¿y para qué quiere ejercer la libertad sindical o la huelga alguien a quien no se permite trabajar? Este argumento parece coherente desde el mundo de las ideas, al margen de la realidad práctica. Porque en la realidad práctica nos encontramos que estas personas, aunque no pueden trabajar, trabajan; y muchas veces en condiciones de explotación. La irregularidad funciona porque la situación de desprotección y la economía sumergida pueden ser muy beneficiosas para los empresarios incumplidores. Cuanto más invisibles sean los "irregulares", cuántos menos derechos tengan, mayor será la explotación y mayores los incentivos que tendrán los empresarios para buscar trabajadores irregulares. De manera que la irregularidad se retroalimenta con la desprotección de los irregulares, al tiempo que debilita la cohesión social. Por eso, finalmente se extendieron todos los derechos laborales a los trabajadores en situación irregular, con independencia de las consecuencias sancionatorias que pueda acarrear su incumplimiento; esa es la misión del Derecho del Trabajo: integrar a los trabajadores en el sistema para mantener la cohesión social. Paradójicamente, hasta que llegó esta sentencia, sólo quedaban por reconocer ¡los derechos laborales fundamentales!

Probablemente haya sido la confusión conceptual (la distinción titularidad/ejercicio disfrazando el verdadero problema de las condiciones de ejercicio en el marco de una caduca división tripartita de derechos) lo que haya provocado el extraño baile argumental del Fundamento Jurídico 17 de la Sentencia. El problema de fondo es básicamente doctrinal: el TC está tratando de superar la concepción de los derechos constitucionales de los extranjeros como entidades discretas (o los tienes o no los tienes), enfocando la mirada hacia las limitaciones posibles y las condiciones de ejercicio; seguramente el viraje sea apropiado. Lo que pasa es que en este caso concreto no tiene mucho sentido ni interés el dilema. Lo que el TC quiere decir en el Fundamento Jurídico 17 es, seguramente, que aunque es inconstitucional negar radicalmente estos derechos (reunión, manifestación, asociación, sindicación y huelga) a los extranjeros en situación irregular, eso no implica que necesariamente tengan que tener el mismo régimen jurídico que los españoles o que los extranjeros regulares, esto es, pueden incorporarse condicionamientos adicionales. Ahora bien, en estos casos ¿qué condicionamientos podría ser útil u oportuno imponer, desde la perspectiva del poder público? A mí no se me ocurre ninguno. De manera que entiendo que, una vez reconocidos, el legislador no va a hacer nada por limitarlos.

Para decir eso tan sencillito, el TC hace una curiosa maniobra de trapecismo en una sentencia que, por lo demás, está bastante bien fraguada; en lugar de declarar simplemente que son inconstitucionales los incisos: "y que podrán ejercer cuando obtengan autorización...", si es preciso dejando claro que eso no impide que el legislador pueda establecer otros condicionamientos para los irregulares (aunque tampoco es que eso vaya a ser muy necesario), decide llegar al mismo sitio dando unas vueltas muy raras que, esperemos, no tengan ningún efecto. Dice que declarar simplemente la inconstitucionalidad del inciso sería como entrometerse en la opción del legislador, que era claramente la de constituir regímenes diferenciados; así que da la impresión de que lo emplaza o lo reta a regular las condiciones de ejercicio de estos derechos por parte de los trabajadores en situación irregular en un plazo "razonable"; vamos, que aparentemente le estaría obligando a legislar, lo que sí que sería una intromisión. Si nos ponemos augures, hemos de profetizar que ningún legislador (gane quien gane las próximas elecciones) se va a montar una Ley Orgánica para inventarse alguna limitación a estos derechos que cubra expediente con el legislador del año 2000, una vez que se ha impedido la exclusión simbólica. Hay que entender que, mientras tanto, gozan plenamente de estos derechos y ya está. De manera que la situación es exactamente la misma que si el TC hubiera simplemente declarado la inconstitucionalidad de los incisos; si fuera así, el legislador también podría incorporar condicionamientos adicionales si se le apeteciera, siempre que fueran constitucionales, nadie le tiene que dar permiso.

sábado, diciembre 01, 2007

LA STC 236/2007: (II) EL EXTRANJERO FRAGMENTADO

Seguimos con la serie de entradas sobre la reciente sentencia 236/2007 del Tribunal Constitucional.

Cuando no entendemos algo, tendemos a fragmentarlo en pedazos, esto es, a descomponerlo en partes que podamos analizar. Algo así sucede con la paradoja de la extranjería, que señalábamos en la entrada anterior: entre nosotros viven "ciudadanos" que es preciso integrar en la sociedad, pero que aún no pueden ser considerados "ciudadanos" en sentido estricto. Así pues, fragmentamos la figura del"extranjero" en categorías jurídicas que suponen un status jurídico diferenciado en cada caso.

La categoría más cercana a los "ciudadanos" es, por supuesto, la de los "comunitarios"; extranjeros cuyos derechos prácticamente se asimilan a los de los nacionales, salvo en lo que refiere al derecho al voto. Los extranjeros "extracomunitarios" tienen un status jurídico menos privilegiado, pero lo cierto es que nuestro ordenamiento está tendiendo a expandir progresivamente sus derechos hacia la equiparación (tal vez con oscilaciones y altibajos), debido principalmente a la necesidad de integrar en la sociedad a personas que, de hecho, pertenecen a ella. El límite hasta el momento infranqueable es el del libre acceso al territorio y al mercado de trabajo nacionales; paradójicamente, los extranjeros tienen derecho a emigrar, pero no derecho a inmigrar.

Así pues, el grado de integración social a través del reconocimiento de derechos es bastante elevado para los extranjeros que están "dentro del sistema". Como regla general, los residentes legales terminan asimilándose a los españoles y comunitarios; se supone que esto es así en muchos casos porque lo dice la ley, no porque lo diga la Constitución, pero la ley lo dice porque se adapta a un fenómeno estructural que podría implicar, en un momento dado, reinterpretaciones de la Constitución, abandonándose el caduco modelo de la división tripartita de derechos. A esto hay que añadir una salvedad: el sistema prevé una incorporación "progresiva" a través de una sucesión de permisos que terminan desembocando en el estatus normalizado de residente permanente.

Este modelo flaquea cuando, DE HECHO hay un número enorme (aunque oscilante en función de las regularizaciones) de extranjeros que residen en España en situación irregular, es decir, que, desde la perspectiva del "sistema", "no deberían de estar allí", pero, de hecho, están. Ello se debe a unas particulares dinámicas de nuestro mercado de trabajo en cuya explicación ahora no nos podemos detener. Es aquí donde se contraponen fuertemente dos necesidades estructurales del sistema: el control de los flujos migratorios y la integración de los extranjeros. Así, por ejemplo, el Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, cuya finalidad principal es la integración social, termina actuando de manera disfuncional (¿inevitablemente?) cuando se usa como instrumento para el control de flujos. En mi opinión, una vez más, la tendencia es al reconocimiento progresivo de los derechos también a los irregulares, debido a que son PRECISAMENTE los que más necesitan de mecanismos de integración; la falta de integración que deriva de la precariedad de su situación se acrecienta enormemente si además se les priva de derechos básicos y ello provoca disfunciones en el funcionamiento de la sociedad, que son más graves cuanto mayor es el número de extranjeros en situación irregular. Así, por ejemplo, aunque los extranjeros sin autorización no tienen "derecho a trabajar", si lo hacen gozan de la protección de las normas laborales y de Seguridad Social; antes de la sentencia que comentamos se producía una singular contradicción: los extranjeros sin autorización para trabajar disfrutaban de todos los derechos reconocidos a los trabajadores ¡salvo los que nuestra Constitución considera "fundamentales", la sindicación y la huelga! A mi juicio, esta sentencia es un paso más en ese proceso, lento pero imparable, de equiparación. ¿Es posible y conveniente avanzar aún más, concediendo un derecho a trabajar legalmente, con independencia de la aplicación de la normativa de control de flujos migratorios?

A pesar de esta tendencia, existen fuertes resistencias por parte de la sociedad (y por tanto, del legislador) para completar este proceso de equiparación. La Ley Orgánica 8/2000, con la que el Partido Popular pretendía dar una especie de "marcha atrás" en los mecanismos de integración previstos en la Ley Orgánica 4/2000 es un reflejo de esas resistencias (y de las oscilaciones del proceso). Su propósito consistía en delimitar un régimen jurídico bien diferenciado para los extranjeros en situación irregular para expresar y subrayar simbólicamente el rechazo del legislador a una situación REAL que se oponía al discurso oficial (es decir, una especie de "pataleta" legislativa ante una, difícilmente resoluble, contradicción del sistema).

El campo de batalla era más simbólico que material, aunque este campo de "lo simbólico", de los "principios" no deja de tener enorme importancia. No pretendo decir con ello que no convenga que los extranjeros irregulares se beneficien de los derechos de asociación, sindicación, reunión o huelga (precisamente son los que más lo necesitan), pero lo cierto es que, en muchos casos, hablarle a un extranjero irregular de estos derechos es contarle un hermoso relato de ciencia-ficción (se reconozcan formalmente o no). Su posición social es tan precaria que su preocupación prioritaria es la regularización legal de su situación y todo lo demás es una especie de "cuento de la lechera". Por supuesto, esto destruye inmediatamente los absurdos argumentos que se plantearon en su momento sobre el "efecto llamada"; a nadie se le ocurre quedarse en España hasta devenir irregular (o entrar ilegalmente) y sufrir el tremendo calvario de la explotación, la invisibilidad legal, el miedo permanente a la policía, el aislamiento..., porque en España se reconozca el derecho de sindicación o huelga a los "irregulares". Derecho que, por otra parte y desgraciadamente, muchos españoles tampoco están en condiciones de ejercer.

Las cartas sobre la mesa. Aquellos que apoyaban la "contrarreforma" de la Ley 8/2000 lo hacían con objeto de degradar simbólicamente el status de los trabajadores que se encontraban en situación irregular, de lanzar un mensaje de rechazo y reproche a estas personas, que se percibían por tanto como inmigrantes ilegales. En cambio, quienes nos oponíamos a esta reforma, tumbada en gran parte por el Tribunal Constitucional lo hacíamos porque nos parecía que se había llegado demasiado lejos con la "pataleta", afectando a la esfera más básica de los derechos fundamentales de la persona.

sábado, noviembre 24, 2007

LA STC 236/2007 (I): EL PROBLEMA DE FONDO

Como íbamos anunciando, interrumpimos nuestra conexión con los "carniceros de utopía" ante la oportunidad de la reciente sentencia del Tribunal Constitucional sobre el recurso de inconstitucionalidad planteado por el Parlamento de Navarra frente a la Ley de Extranjería (concretamente, frente a su "contrarreforma" mediante la ley 8/2000). Así pues, vamos a insertar otra serie sobre esta sentenci y luego seguiremos con las cuestiones del mercado de trabajo. A estos efectos, procuraremos expresarnos en lenguaje humano, es decir, no en "jurídico", en la medida de lo posible. De hecho, me interesa en esta primera entrada plantear la cuestión primero desde fuera de la lógica del Derecho, para entender cuáles son sus condicionantes.

En alguna entrada anterior habíamos afirmado que, en estos tiempos interesantes, cualquier regulación sobre las migraciones está arrastrada a soportar una cierta contradicción, una cierta tensión que resulta hasta cierto punto ineludible, con independencia de dónde situemos el punto de equilibrio entre los polos contrapuestos. Para entender esta contradicción me parece muy útil el modelo del antropólogo Victor Turner sobre la dialéctica entre communitas y estructura, extraido del estudio de las sociedades más diversas. La experiencia universal -en diversas formas- de la communitas nos lleva a reconocernos en el otro como iguales en el fondo de nuestra humanidad; soñamos el "alma" de nuestras sociedades como una comunidad perfecta de seres libres e iguales que proyectamos más allá del tiempo, hacia un pasado mitológico (la Edad de Oro, el Paraíso Perdido, el status naturae) o hacia un futuro escatológico (la Nueva Jerusalén, la Sociedad Comunista, el Fin de la Historia) y más allá del espacio, hacia un país muy, muy lejano (Hiperbórea, Utopía, la Atlántida, Thelema). Esta comunidad anhelada contrasta con las exigencias de la estructura social, que articulan el sistema productivo, las relaciones sociales y los sistemas de comunicación simbólica en torno a la estratificación, las diferencias, la división del trabajo y el poder. La communitas no existe, ni puede existir en Estado puro, pues sin estructura -sea la que sea- no hay sociedad, pero es el fundamento simbólico de la vida social. El ideal de la communitas legitima el ejercicio del poder en la comunidad política (hoy diríamos "la soberanía reside en el Pueblo") y al mismo tiempo es la semilla de la destrucción del poder cuando las formas estructurales ya no se adaptan a la nueva realidad.

Todas las comunidades políticas llegan a un determinado compromiso ideológico entre estos dos polos de necesidades contrapuestas. El discurso público (también el jurídico) es una de las formas a través de las cuales se articula este compromiso. Los juristas romanos tuvieron que argumentar en defensa de la propiedad privada y la esclavitud porque, de un lado percibían algo "incómodo" en estos conceptos, de otro lado, estas instituciones eran "necesarias" para mantener la estructura social de aquel tiempo.

La experiencia de la communitas opera en principio respecto de los miembros de la comunidad política, pero es potencialmente (y quizás tendencialmente, conforme aumentan las pautas de interacción) universal, debido a la capacidad humana para la empatía y a su relación con el valor de la dignidad humana. En las principales comunidades políticas de nuestro tiempo, los Estados, la communitas de personas libres e iguales sobre las que se fundamenta el ejercicio del poder es la idea -inevitablemente racial- de la Nación. Los "ciudadanos" libres e iguales se construyen por oposición a los "extranjeros". En cierto sentido (pero sólo en cierto sentido, porque también hay distinciones estructurales entre los "ciudadanos"), los extranjeros son "la última frontera" de nuestra comunidad política. Pero la frontera se está derrumbando progresivamente y estamos asistiendo a uno de los episodios de esta lenta y progresiva demolición.

Las contradicciones de una sociedad son siempre la semilla de su transformación; cuando las distinciones de la estructura están inadaptadas, terminan resecándose y son destruidas por el caos primordial de la communitas construyéndose sobre el cadáver de Tiamat unas nuevas formas estructurales. Yo creo que la "extranjería" es una de las principales contradicciones de nuestra sociedad, un espacio en el que los equilibrios están reconstruyéndose rápidamente a gran velocidad, de manera aún oscilante e inestable (Ley 4/2000, Ley 8/2000, Ley 14/2003, etc.) Aunque hoy desde luego no es posible ignorar totalmente las distinciones entre "nacionales" y "extranjeros", tal vez algún día resulten tan extrañas a la gente como la que dividió en su tiempo a "libres" y "esclavos", que pareció "natural" a las gentes de aquellas épocas aunque tuvieran que argumentar a su favor (eso sí, en ese hipotético futuro tendrán otras distinciones de las que preocuparse). Aunque los Estados siguen ejerciendo un enorme poder, parte de su "espíritu" legitimador, la idea inevitablemente racial, aunque maquillada, de la Nación, empieza a tambalearse con la expansión del transnacionalismo.

Siempre ha habido migraciones. Pero, en la forma que asumen actualmente, implican que aquellos a los que llamamos "extranjeros" son miembros de facto de nuestra comunidad política, gente que vive con nosotros, que trabaja con nosotros, que es destinataria del poder que necesita legitimación. Aquí hay una contradicción que arrastra hacia relaciones de integración/igualdad (o en el peor de los casos de exclusión/subordinación). Comienza a replantearse la noción de "ciudadanía" ¿quiénes son "ciudadanos"?, lo que probablemente llevará en el futuro a una crisis de la noción jurídica de "nacionalidad".

En gran medida, nuestra noción de "ciudadanía" se sostiene sobre la posesión de los "derechos constitucionales"; desprovista la nación de su carga étnica (racial, racista y contraria al pluralismo proclamado por nuestras Constituciones), sólo nos queda el "patriotismo constitucional". Lo que une a la nación es una Constitución que garantiza los derechos y libertades de los "ciudadanos". Estos derechos son la expresión de la communitas, el fundamento y legitimación del poder; el poder se ejerce para que los ciudadanos podamos disfrutar de estos derechos (derechos-libertad o derechos sociales) y a su vez encuentra en estos derechos su principal limitación. Aquellos que tienen "derechos" pueden ser destinatarios del poder, pueden ser gobernados. ¿Cómo pueden ser gobernados los extranjeros miembros de la comunidad política si no tienen derechos? El fundamento de su integración en el orden social sólo puede ser, a grandes rasgos, la ciudadanía o el sometimiento al poder descarnado.

Estas contradicciones aletean ya en el art. 13 de la Constitución, aunque probablemente los padres de la patria no podían imaginar que España fuera a estar habitada, treinta años después, por millones de "extranjeros". Como ya comentamos en otra entrada, el Tribunal Constitucional entendió que este artículo no era una "norma en blanco" que permitía a las leyes ordinarias hacer lo que les diera la gana con los extranjeros. En su momento, no tuvo más remedio que hacer una clasificación tripartita de los derechos: derechos inherentes a la dignidad humana, que en ningún caso pueden negarse a los extranjeros (por ejemplo, el derecho a la vida); derechos inherentes a la ciudadanía, que en ningún caso pueden concederse a los extranjeros (en realidad, únicamente el derecho de participación política salvo, en su caso, en las elecciones municipales) y por último, derechos que pueden o no reconocerse a los extranjeros, en virtud de lo que digan los tratados y las leyes (por ejemplo, el derecho al trabajo).

Esta distinción jurisprudencial fue "necesaria" en un momento determinado para salvar a la communitas (para evitar que el poder pudiera hacer lo que quisiera con los extranjeros) y para salvar a la estructura, porque este artefacto jurídico es una máquina que nos va a decir en cualquier momento que la distinción que resulta conveniente en un momento determinado puede hacerse. Eso sí, está repleta de contradicciones lógicas y de paradojas y cada vez es menos adecuada para canalizar el conflicto; de hecho, creo que en la sentencia que comentaremos se percibe como esta distinción es cada vez más irrelevante. Lo importante no es tanto si los derechos se tienen o no se tienen, sino cuáles son los condicionamientos que a éstos pueden ponerse.

¿Dónde están las contradicciones? Primero, la exclusión de la participación política, impecablemente derivada de la literalidad del artículo 13 de la Constitución cada vez se adapta menos a la situación real: tenemos a millones de extranjeros residiendo de manera estable en nuestro país que son destinatarios del poder (estando sometidos a las leyes) y no participan en su designación. Que además paguen impuestos me parece secundario respecto de la cuestión más global de la legitimación del poder. Si en nuestro sistema el elemento fundamental de legitimación del poder es la "democracia" ("la soberanía reside en el pueblo") ¿cómo se sostiene el sometimiento al Derecho de estos millones de personas? En cualquier caso, esto tardará en cambiar, pero la tendencia al aumento de la participación política es evidente.

De todas maneras, la contradicción más importante es aludida en la propia sentencia que comentaremos. En el fondo, TODOS los derechos constitucionales derivan de la dignidad humana. ¿Es que el "Derecho al Trabajo" no deriva de la dignidad humana? ¿Es que no aparece recogido en la Declaración Universal de Derechos Humanos? La única razón por la que se sitúa en el grupo de derechos que admite restricción es que estas restricciones vienen determinadas -o al menos condicionadas- por circunstancias estructurales, es decir, porque es necesario, o al menos conveniente (expresamente no podemos reconocer que la conveniencia pueda imponerse a la dignidad, pero es que la dignidad la percibimos en el contexto de una sociedad real). Quizás en el futuro lejano nuestros descendientes se horroricen con el "racismo" que implica la preferencia en la contratación por razón del origen nacional, pero hoy es difícil argumentar en contra de ella proponiendo alternativas porque probablemente -aunque esto es muy discutible- cumple una función importante en la canalización de los flujos migratorios y en la ordenación del mercado de trabajo. Hoy por hoy es ineludible -desgraciadamente- restringir de algún modo la "entrada" en la comunidad política, por eso la tendencia es a la equiparación de derechos de los que están "dentro", manteniéndose las distinciones en el "acceso" (al territorio nacional, al mercado de trabajo). Pero eso quizás apunta a una redefinición de la dogmática desde la que se ha analizado el artículo 13 de la Constitución. Por otra parte, algunas consecuencias de estos procesos pueden llevarnos a la descomposición de la figura del extranjero, como veremos en la próxima entrada.

lunes, noviembre 12, 2007

LOS CARNICEROS DE UTOPÍA (II) FAMILIARISMO Y PRECARIEDAD

Volvemos a la carga. En la entrada anterior señalábamos que los migrantes han contribuido -en términos globales, positivamente- a la economía del país; lo han hecho asumiendo puestos de trabajo de escaso valor añadido que ha generado la economía postindustrial; la otra cara de la globalización. Esto ha permitido un crecimiento económico que ha generado nuevos puestos de trabajo a disposición de los españoles. Esto no quiere decir que ningún español tenga trabajos precarios, de hecho, nuestro modelo económico de escasa productividad alimenta toda una gradación de precariedades. Simplemente, los migrantes tienden a ocupar las posiciones más bajas en esta escala continua.

Al contrario de lo que sucedía en los procesos migratorios del "fordismo puro", esta contribución se lleva a cabo en un contexto general en el que el empleo es relativamente escaso, aunque la "bonanza económica", favorecida por esta distribución del trabajo haya hecho que las tasas de desempleo desciendan significativamente desde la época de "vacas flacas" de los 90. ¿Por qué los migrantes asumen los puestos que "nadie quiere", si no todo el mundo que quiere trabajar puede hacerlo?

A mi juicio, el principal factor que explica esta "división del trabajo" es el acusado "familiarismo" de nuestro régimen de bienestar (siguiendo el concepto de Esping-Andersen). En nuestro sistema, como en muchos otros, la "familia" es una institución sobre la que se hace recaer una gran parte del peso del bienestar. El mercado de trabajo y el Estado (sistema de Seguridad Social y Derecho del Trabajo) protegen principalmente -aunque esto está cambiando poco a poco- a un prototipo de trabajador adulto, varón y "cabeza de familia"; se pretendía que esta persona tuviera una relación estable, una "remuneración suficiente para atender a sus necesidades y a las de su familia" (art. 35.1 CE) y una cobertura social para los casos en los que no le fuera posible trabajar (invalidez, jubilación, desempleo involuntario, etc.) Aunque esta no es "toda la verdad", sí que es el esquema, el modelo básico sobre el que se han construido nuestras instituciones. Los resquicios de precariedad y flexibilidad de un sistema formalmente protector son ocupados por las mujeres y, de manera quizás más clara, por los jóvenes (a través de los contratos temporales y del protagonismo de la antigüedad en el cálculo de las indemnizaciones por despido). Estas personas trabajan en posiciones precarias para aportar algo a la unidad familiar o para obtener un cierto espacio de autonomía económica, pero, en último término, dependen de otro trabajador más protegido que redistribuye sus ingresos en el seno de la familia (manteniendo un status más elevado en virtud de este intercambio).

La incorporación de la mujer al mercado del trabajo es todavía muy limitada, y más aún su integración en condiciones de igualdad, pero aún así se observa un progreso; en el caso de los "jóvenes" esta dependencia es mucho más visible. Eternamente dependientes de sus padres, los "jóvenes" de clase media, media-baja y baja obtienen unos ciertos ingresos (para ayudar a la familia si es muy pobre y para pagarse los "caprichos" superfluos pero al mismo tiempo "importantes", en la mayoría de los casos), participando de manera oscilante en el mercado de trabajo a través de modalidades contractuales temporales o a tiempo parcial. Este "familiarismo" no sólo dificulta la autonomía económica y simbólica para las personas que no encajan en el prototipo, sino que también facilita la aplicación de determinados grados de precariedad (estos "jóvenes", por ejemplo, pueden aceptar condiciones con las que jamás podrían mantenerse de manera independiente, porque se trata de pagar las letras del coche o las copas del "finde", no de "mantener una familia"). Pero, al mismo tiempo, paradójicamente, el "familiarismo" impide la aplicación de determinados niveles de precariedad, porque en último término los "trabajadores periféricos" españoles pueden retirarse a la protección del seno familiar cuando las condiciones de trabajo (físicas, de seguridad y salud, económicas, de status, etc.) devienen inaceptables. Al fin y al cabo, no se trata de sobrevivir y "mantener a la familia", sino de ganar un espacio de autonomía en el consumo de bienes y servicios; espacio al que se puede renunciar si es necesario, o al que se renuncia de vez en cuando. Es aquí, en la periferia de la periferia del mercado de trabajo, donde encaja a grandes rasgos (estamos pintando con trazo gordo), el "efecto llamada" sobre los migrantes.

La posición socioeconómica de los migrantes favorece la aceptación de estas condiciones que los trabajadores periféricos españoles no están dispuestos a aceptar. Ello no siempre se debe al tópico de que "por poco que ganen, ganarán más que en su país"; hay bastante de verdad en ello, pero es necesario precisar un poco más. Ciertamente, los salarios en España son mucho más altos que los que se estilan en los países pobres, pero también es verdad que el coste de la vida es más caro. No necesariamente el migrante recién llegado, contemplado desde una perspectiva individual, mejora su nivel adquisitivo al incorporarse a la periferia de la periferia del mercado de trabajo español (aunque a veces sí, claro). Ciertamente, algunas personas llegan a España (y sobre todo a otros países mucho más pobres) arrastradas por la necesidad más acuciante y por el hambre, pero, como hemos dicho otras veces, en muchos casos los que llegan a los países ricos son precisamente los que se encuentran en una posición de cierta seguridad, los que podrían llegar a ser una clase media algún día. Muchas veces son los sueños de una vida mejor (o el miedo de una futura vida peor) los que impulsan a dejarlo todo y coger un avión. Esto nos da una pista de que probablemente algunos migrantes soportan una pérdida "temporal" de poder adquisitivo debido a las expectativas de que en el futuro aumenten sus oportunidades de mejora en comparación con su posición en el país de origen.

Pero, sobre todo, no debe contemplarse la situación desde la perspectiva meramente individual, sino que debe tenerse en cuenta también a la familia, dado que sus países de origen son aún más acusadamente familiaristas que el nuestro: el "familiarismo" es más fuerte en los países de industrialización más tardía, dado que en las sociedades premodernas las relaciones de parentesco son mucho más importantes para configurar la vida social y económica. Lo que ocurre es que los migrantes que provienen de países más pobres no sólo no pueden refugiarse -generalmente- en el "paraguas protector" de su familia, sino que son ellos mismos, hombres y mujeres, "cabezas de familia", "responsables" de ella: de la familia que hayan podido traer consigo (en su caso), pero también de la que han dejado atrás. Porque los lazos familiares atraviesan las fronteras y el envío de remesas (además del mantenimiento de las pautas de comunicacion) favorece la reproducción de importantes estructuras familiares transnacionales. Muchas veces, los migrantes aguantan la ultraprecariedad porque tienen que enviar dinero a sus familias. Y aquí es donde recobra importancia el diferencial salarial internacional: lo que un trabajador ultraprecario puede ahorrar sometiéndose a una vida de privaciones puede convertirse en una cantidad muy significativa en Perú, Bolivia o Senegal. Por supuesto, una vez más, este es el trazo grueso: también los "trabajadores" migrantes van adquiriendo poco a poco una dimensión como "consumidores", sólo que su posición en la estructura total tiende a ser siempre más baja.

Aparece entonces una pregunta ¿surgen más puestos de trabajo porque hay migrantes dispuestos a aceptar estas condiciones, como diría don Óptimo o más bien los empresarios pueden empeorar las condiciones porque hay migrantes, como diría don Pésimo? Seguiremos en la próxima entrada.

[En otro orden de cosas, por fin llega la sentencia del TC que resuelve el recurso contra la Ley de Extranjería y parece que anula algunos artículos. Aunque no suelo ser partidario de la rabiosa actualidad, en cuanto se publique y la lea, interrumpiré si acaso esta serie para comentarla un poco].

lunes, octubre 22, 2007

LOS CARNICEROS DE UTOPÍA (I): EL EFECTO LLAMADA

De aquí se lleva al mercado la carne limpia y despiezada por los criados o siervos. Los utopianos no consienten que sus ciudadanos se acostumbren a descuartizar a los animales. Semejante práctica, según ellos, apaga poco a poco la clemencia, el sentimiento más humano de nuestra naturaleza.
TOMÁS MORO: Utopía

Imaginad que un día nos levantamos por la mañana y resulta que todos los extranjeros han desaparecido sin dejar ningún rastro. Aquí en provincias no lo notaríamos inmediatamente, pero en los cinturones de las grandes ciudades probablemente se palparía un extraño vacío en las calles, los autobuses, los metros y los colegios. El efecto en nuestra economía de esa hipotética desaparición repentina de más de cuatro millones de trabajadores y consumidores sería, sin duda, devastador. No me parece ninguna casualidad que los últimos años de "bonanza económica" en España hayan coincidido con un incremento espectacular de la inmigración; no ha habido sólo un efecto salida, sino también un efecto llamada del mercado de trabajo. Como aquí hablo un poco de todo sin saber, voy a intentar pelearme con la dimensión económica de este fenómeno.

Es evidente que los "inmigrantes" cuentan -y mucho- como consumidores; no sólo alquilan viviendas, sino que ya también las compran, y asimismo consumen muchos otros bienes y servicios de todo tipo; de hecho, incluso hay empresas o actividades que aletean en torno al mundo de la migración como nicho económico (las remesas, las comunicaciones internacionales, ese estante en el supermercado con productos latinoamericanos que se dirige preferentemente a ellos, etc.) Sin embargo, el efecto económico "positivo" más patente de la presencia de los migrantes es el aporte de su fuerza de trabajo; lo que buscaba nuestra economía era -básicamente- trabajadores: a su vez, la respuesta de los migrantes ha permitido que la economía siguiera creciendo y siguiera llamando más trabajadores. No obstante, el panorama es muy distinto al que vivieron los emigrantes españoles que marcharon a Alemania, Francia o Suiza hace unas décadas y que fueron llamados expresamente para satisfacer los intereses de las economías de estos países.

Sabemos que ahora vivimos en una sociedad postindustrial, en la que han desaparecido gran parte de los empleos de la industria tradicional. Seguramente, un gran número de empleos industriales se han perdido debido a las ganancias de productividad que implica el progreso tecnológico, que exigen una menor intensidad del uso del trabajo. Otro factor importante de "desindustrialización" es la deslocalización de la producción industrial, normalmente hacia el llamado "Tercer Mundo" en búsqueda de reducciones significativas de costes (sociales, medioambientales, burocráticos, etc.) En cambio, la importancia de los servicios sigue creciendo. La población demanda un buen número de servicios, en mayor medida cuanto mayores son sus niveles relativos de bienestar; muchos de estos servicios se prestan personalmente, en condiciones de proximidad y por tanto no se pueden deslocalizar. Se mantienen también los negocios "pegados a la tierra", la agricultura (aunque sus productos sí que pueden importarse en cierta medida) y la construcción, que sigue siendo, de momento, el principal motor de nuestra economía. Muchas de estas actividades económicas, especialmente aquellas que hacen un uso más intensivo del factor trabajo (construcción, hostelería, servicio doméstico, agricultura...) y que por eso mismo concentran gran parte de los empleos, se "pueblan" entonces de inmigrantes; parece claro que estamos ante la otra cara de la "globalización".

Uno de los problemas que tienen los mercados de trabajo de las sociedades postindustriales es lo que se conoce como el "mal de coste de Baumol". Sucede que en muchas actividades económicas, normalmente del sector servicios y en actividades prestadas de manera personal, se hace un uso muy intensivo del factor trabajo, por la propia naturaleza de estas actividades. Ello implica que el crecimiento de productividad derivado del progreso tecnológico es muy reducido y que el valor añadido de cada unidad de trabajo es muy escaso. Así, para que la inversión de capital resulte rentable, es "necesario" mantener unos costes sociales muy bajos.

Si el mercado de trabajo de estas actividades se desregula, entonces los salarios para estos puestos serán relativamente bajos y las condiciones de trabajo relativamente malas; al margen de las consecuencias sobre la vida de las personas, esto puede implicar también que en un momento dado nadie quiera realizar estas tareas y los servicios desaparezcan. Por otro lado, si el mercado se controla, manteniendo los salarios altos, por una parte se incrementarán las tasas de desempleo, porque desaparecerán o dejarán de aparecer estos puestos; por otra parte, el precio de los servicios se elevará, de manera que mucha gente no podrá permitírselos, especialmente si está en desempleo, lo que puede implicar efectos secundarios sobre la economía (por ejemplo, la disponibilidad de empleo doméstico, las guarderías e incluso la restauración pueden afectar a la integración de la mujer en el mercado de trabajo.) Al margen de las posibilidades de intervención estatal, mediante la subvención o la prestación de "servicios públicos", las sociedades postindustriales parecen estar arrastradas a una difícil decisión -planteada aquí en términos burdos y poco matizados- entre mercados desregulados con altas tasas de empleo (como en EEUU) o mercados regulados con altas tasas de desempleo (al estilo de la Europa continental.)

Sospecho que en toda esta problemática se esconde la raíz de la "llamada". Los migrantes han servido como una especie de "válvula de escape" de la economía, los "carniceros de Utopía" que hacen el trabajo sucio para que el sistema siga funcionando. Así, se ha conseguido que los niveles de empleo de los nacionales suban, sin que estos asuman el lado más duro de la precariedad. No se trata, por supuesto de ninguna "conspiración" consciente, sino del resultado global e impersonal de toda una serie de causas y efectos producidos por la acción separada de individuos y grupos. Ocupando los puestos de escaso valor añadido y soportando condiciones de trabajo comparativamente penosas, los migrantes han permitido que la economía y los sectores que hacen un uso más intensivo del factor trabajo sigan creciendo; este crecimiento ha permitido la creación de muchos otros puestos de trabajo en estos sectores, la reactivación de otros sectores y al mismo tiempo, ha permitido que el precio de estos servicios sea accesible a un mayor número de ciudadanos -un ejemplo claro es el del servicio doméstico-, produciendo mayores niveles de bienestar. Así, el fenómeno ha revertido en gran medida en beneficio de los ciudadanos españoles. Aunque, desde luego, lo que ha aumentado desmesuradamente en este período de bonanza económica ha sido el beneficio empresarial (o, para ser justos, los beneficios empresariales de algunos, dado que quizás deberían desagregarse los resultados globales.) Al mismo tiempo, seguramente también por otras razones, el crecimiento de los salarios ha sido débil en comparación con la subida de los precios.

Para comprender este proceso de reestructuración es preciso detenerse en las diversas formas por las que se articula esta redistribución de los empleos. ¿Aceptan los migrantes los trabajos que "nadie quiere"? ¿"Nadie quiere" los trabajos que aceptan los migrantes? ¿Por qué? ¿Cómo se mantiene la precariedad entre los españoles y en qué se diferencia? Lo veremos en la próxima entrada, que quizás esta vez tardará más de una semana en nacer, porque tengo que ocuparme de otras cosas. Hasta entonces, pues.

domingo, octubre 14, 2007

EL "EFECTO SALIDA"

Como decíamos en la entrada anterior, si verdaderamente consideramos los fenómenos migratorios en su globalidad, contemplando también lo que sucede en los países de origen, entonces, no sólo nos tenemos que ocupar de los posibles "efectos llamada", sino también de los poderosos "efectos salida". Es cierto que si los migrantes se desplazan a los países ricos (aunque no sólo a ellos), ello puede deberse, en parte, a determinados condicionantes estructurales de los mercados de trabajo de éstos -este es el "efecto llamada" más potente de todos-, pero es muy dudoso que si estos condicionantes no existieran la gente fuera a dejar de venir.

Además de las razones "personales" para migrar que mencionábamos en la entrada anterior, puede haber otras causas que motiven a alguien a salir de su país, como por ejemplo, ser perseguido o huir de una situación de inseguridad o de un régimen dictatorial aunque no se señale directamente con el dedo al "refugiado"; pero es evidente que las causas profundas de las migraciones masivas entre países pobres y países ricos derivan básicamente de las enormes desigualdades económicas que existen entre unos y otros. Las teorías neoclásicas explican las migraciones como un proceso de reajuste entre regiones que presentan un elevado diferencial salarial y, aunque esta explicación debe complementarse con otras y vincularse a otros aspectos además del salario como las expectativas de acceso a la sanidad y a la educación o la esperanza de vida, no deja de ser cierta. Por otra parte, las elevadas tasas de desempleo (y en especial de desempleo juvenil) que existen en algunos países pueden implicar mecanismos de expulsión de trabajadores fuera del mercado de trabajo nacional.

El progreso de los transportes y de las comunicaciones condiciona en gran medida las migraciones modernas, al reducir progresivamente las posibles limitaciones que la distancia geográfica impone a la interacción. Las personas que viven en países pobres son cada vez más conscientes, o incluso plenamente conscientes, de las diferencias de oportunidades y de expectativas acerca del bienestar que existen en unos y otros países. Al mismo tiempo, este dato objetivo se trabaja culturalmente, se "mitifica", se convierte en una Tierra Prometida, un supuesto Paraíso futuro que espera a los audaces. Así los jóvenes senegaleses, cuando les advierten de los riesgos del viaje, pueden gritar: "Barça wala barsaj": "Barça o muerte". El "Barça" encarna simbólicamente todos los sueños, las esperanzas, las ilusiones, el triunfo y la gloria futura, mientras que la "muerte" no es metáfora de nada, sino la descarnada muerte misma. Asimismo, el progreso de los transportes hace que el viaje sea comparativamente más accesible, barato y sencillo (afirmación que puede interpretarse como un insulto para las tremendas odiseas de algunos, pero son gajes de contemplar el asunto desde la perspectiva global). Por otro lado, también son cada vez mayores las interacciones entre los que ya emprendieron el viaje y sus países de origen (contacto telefónico o internauta, remesas, viajes ocasionales de aquellos que están regularizados...), de manera que tienden a formarse redes que traspasan el umbral de las fronteras y organizan estretégicamente los proyectos migratorios.

Si las desigualdades internacionales son abismales y las antípodas están cada vez más cerca, es de esperar que la presión migratoria continúe creciendo hasta niveles que provoquen desequilibrios de distinto tipo en los países de origen y de acogida. Si nos ponemos un poco apocalípticos (y nos centramos sólo en la parte negativa), las contradicciones del capitalismo global amenazan con estallarnos en la cara, dado que no podemos mantener por más tiempo alejada la pobreza del portal de nuestras casas. Por supuesto, no hay que dar por hecho que estas profecías escatológicas se vayan a cumplir literalmente, aunque algo de verdad empírica haya en el mito; hace tiempo, un tipo muy listo llamado Karl Marx predijo que el capitalismo se iba a hundir arrastrado por sus propias contradicciones y todavía lo estamos esperando: los sistemas sociales tienden a evolucionar para garantizar su supervivencia. Seguramente, la adaptación del sistema pase por una progresiva redefinición de las relaciones económicas internacionales.

Entretanto, los países ricos (también los pobres, pero con menos eficacia), cierran sus fronteras y se protegen de la circulación de personas, lo que seguramente deriva de una necesidad estructural, pero no deja de provocarnos "mala conciencia" porque choca con una vieja intuición moral: el ius communicationis. Al mismo tiempo, sabemos que estas medidas son parcialmente ineficaces, que los desplazamientos masivos de población son inherentes a nuestros tiempos interesantes; aunque la problemática es muy diferente, y por tanto, la analogía muy burda, da que pensar que las drogas ilegales lleven tanto tiempo prohibidas y sin embargo entren por todas partes: las políticas migratorias más restrictivas a veces implican simplemente que la gente modifique sus estrategias migratorias, adoptando vías más arriesgadas, que a veces los deshumanizan para convertirlos en "mercancía" ilegal. Para conjurar esta mala conciencia y esta parcial ineficacia, todos nos acordamos de vez en cuando del "efecto salida"; nos refugiamos entonces en una utopía que a lo mejor no estamos dispuestos a realizar con todas sus consecuencias: "para que la gente no se vea obligada a emigrar, hay que trabajar por el desarrollo del Tercer Mundo".

Esta frase es una gran verdad, pero como todas las grandes verdades se puede convertir en una idea platónica inalcanzable que nos exime de enfrentarnos con la realidad; no es raro que esta frase se utilice como zanahoria (podrida) para atestar un palo a través de las restricciones migratorias. Hace poco leí en el programa de un partido xenófobo la necesidad de fomentar el desarrollo de los países pobres para frenar la migración; así que es algo en lo que todos, todos estamos de acuerdo. Yo, por mi parte creo que contribuir al desarrollo económico es una cuestión ante todo de justicia y de dignidad humana, aunque es cierto que algún protagonismo va a tener la configuración un cierto reequilibrio de las desigualdades internacionales en la evolución del capitalismo para adaptarse a estos nuevos tiempos interesantes. Ahora bien, muchos "planes África" hacen falta para que este continente se ponga al nivel de Latinoamérica, que sigue "expulsando" migrantes; parece que el cambio necesario es más radical y llevará más tiempo. No es la panacea, pero seguramente el camino está en una progresiva supresión de los aranceles proteccionistas para los productos venidos de estos países, es decir, en una aplicación real de la libre competencia. Pero hay que tener en cuenta que esto podría provocar algunos desequilibrios económicos y sociales en el seno de los países ricos que es preciso prever y abordar.

viernes, octubre 05, 2007

VINIERON DE ALGÚN SITIO

Si digo "migración" y no "inmigración" no es por casualidad o capricho, pero tampoco para cumplir con un catecismo políticamente correcto (usen ustedes lo que las palabras que más les apetezcan). Lo hago simplemente como ejercicio que me recuerde continuamente que hay vida más allá de mi ombligo. Siempre es de aplicación el famoso cuento de los "ciegos y el elefante", ya que no es raro -en todos los aspectos de la vida- que la realidad se nos escape de la vista porque estamos "demasiado" preocupados por el fragmento de la realidad que tenemos delante de nuestras narices.

Así, por ejemplo, nos puede parecer que las migraciones internacionales de nuestra era son básicamente un movimiento de población desde los países que metemos en la etiqueta de "Tercer Mundo" hasta los países que pertenecen al selecto club de los más desarrollados, ignorando por el camino que la mayor parte de los movimientos de población se producen entre los países que desde "aquí" consideramos pobres. Pero sobre todo se nos puede olvidar en la práctica la obviedad de que los IN-migrantes que tenemos delante son también E-migrantes; o sea, que "vinieron de algún sitio".

Así, por ejemplo, cuando pensamos en las consecuencias -positivas y negativas- de las migraciones sobre las personas y sobre la sociedad, hemos de pensar también en los países de origen. Difícilmente puede negarse el impacto globalmente positivo -y a veces tremendamente significativo- que suponen las "remesas" enviadas por los emigrantes, al activar el consumo y en muchos casos la inversión, para levantar la economía de los países pobres. Aunque definitivamente hay gente para todo (en este caso, sesgados por posiciones xenófobas). El mito del indiano, o sea, del emigrante que vuelve a su tierra con una fortunita y monta un negocio no se cumple tanto como se sueña, pero sí que se verifica algunas veces; y eso supone no sólo creación de empresas, sino también de conexiones internacionales. Asimismo la emigración también puede contribuir a contener el desempleo en los países emisores, como de hecho sucedió en su tiempo en España.

Pero también hay consecuencias negativas, claro, incluso en el nivel macro, más allá de las historias personales y de las familias fragmentadas. Un día me dijo un colega marroquí que si abrieran la frontera de España, se vendrían "todos" [es decir, muchísimos] para acá; inmediatamente pensé, claro, en las profecías catastróficas sobre un país sobrecargado por masas de inmigrantes a los que no puede acoger. Hoy se me ocurre de pronto que a los marroquíes (también a los que vienen aquí) tal vez les importe también lo que pasaría con su país si éste fuera abandonado por millones de personas. Por supuesto, si no nos vamos a un futuro apocalíptico, sino a nuestros propios tiempos interesantes, sí que existen las fronteras, de manera que nunca se van "todos", pero a lo mejor en muchos sitios, los que tienen oportunidad de irse no son precisamente los que están en los márgenes más extremos de los países periféricos (esa migración, la del hambre y la miseria más extremas, existe, pero pienso que se reparte entre los pobres apenas llega a los países ricos). A pesar de la especial saliencia que muestran las pateras o cayucos, por tratarse de situaciones especialmente sangrantes y extremas, la inmensa mayoría de los migrantes (es decir, el 95%) accede a nuestro país en avión o en autobús; y, en todo caso, el pasaje para el peligroso viaje en una patera no sale precisamente gratis. En muchas ocasiones suelen tener la oportunidad de venir a nuestra protegida fortaleza los que en términos comparativos consiguen disponer de algunos ahorros, de algunos recursos económicos, sociales y cognitivos; es decir, en parte, los que podrían llegar a constituir una "clase media". Es muy discutible la calificación, pero tal vez también pueda decirse que en muchos casos los que se marchan son precisamente -en el lenguaje de los valores de nuestra sociedad- los más "emprendedores" y "dinámicos", los que asumen riesgos con cierta ambición (los que por tanto son más capaces de estructurar una pequeño-burguesía capitalista).

A veces también, se marchan precisamente los trabajadores más cualificados, los que tienen estudios avanzados o los que saben hacer algo muy específico. En parte porque al gozar de mayor cualificación aumentan las posibilidades de tener algunos recursos económicos, sociales y cognitivos con los que acceder al fortín europeo, por ejemplo, para obtener un visado de turista. En parte porque aumentan las expectativas sobre su propia carrera profesional, que a veces son muy escasas en los países de origen (y aunque en muchos casos terminen subempleados en el país de acogida, probablemente compense el negocio). En parte porque desde los países ricos estamos estimulando este tipo de migración por "nuestros" propios intereses.

Desde un punto de vista individual, es decir, personal, nada hay que reprochar a alguien que, viviendo en un país de escasas oportunidades económicas, cuando consigue reunir alguna cualificación corre a buscar sus sueños a un lugar más propicio; está claro, tiene tanto derecho como cualquier otro a "buscarse la vida".

Pero globalmente y desde el punto de vista más frío e impersonal de los cálculos económicos, hay que considerar el problema de algunos países con pocas oportunidades de formación y mucha necesidad de personas cualificadas (especialmente en África), que, a causa de la "fuga de cerebros" pierden gran parte de su mejor "capital humano" y, en su caso, de la inversión efectuada en unas instituciones educativas todavía bastante precarias. Así, no dejo de sentir admiración por gente como un amigo peruano, que vino a España con objeto de aprender y obtener una formación con la que contribuir a levantar su país, y tras pasar varios años en España, decidió firmemente volver para cumplir sus promesas patrióticas, aunque contaba con incentivos de todo tipo para quedarse (quien me dijo a mí, agnóstico de patrias, que un día iba a admirar el patriotismo).

Somos conscientes, claro está que el problema de fondo es que no vivimos en un mundo "ideal" donde no hay fronteras y donde la gente emigra simplemente porque quiere conocer mundo, porque quiere probar suerte en otro sitio, porque su vida llega a un punto muerto de bloqueo y sienten que tienen que marcharse a empezar de nuevo en otra parte, porque reciben una interesante oferta de trabajo, o bien para reunirse con familiares o personas amadas. Sabemos que hay mucha gente que se marcha a vivir muy lejos por estas razones (seguro que conocemos casos). Pero también sabemos que éstas no constituyen las principales causas de las migraciones masivas de nuestro tiempo. Así pues, para intentar contemplar el elefante entero, no sólo hay que pensar en los eventuales "efectos llamada", sino también en el "efecto salida".

viernes, septiembre 28, 2007

LA CAJA DE PANDORA

Los buenos mitos suelen tener al menos dos versiones, a menudo contradictorias entre sí. El mito de Pandora, como otras historias del "Paraíso Perdido", trata de expresar por qué no somos tan felices como nos gustaría, pero la historia cambia según quién nos la cuente. Según la versión más conocida, el ánfora de Pandora contenía todos los "males" de la tierra; cuando la insensata Pandora "metió la pata" y la abrió, todos estos males se esparcieron por el mundo; sólo quedó la esperanza, que habrá de ser vana ilusión, ya que de "males" iba el cuento. Sin embargo, a través del poeta Theognis nos llegó otra versión, según la cual Pandora (que ciertamente significa algo así como, "la portadora de todos los dones") no custodiaba más que "bienes", que al abrirse la jarra se esfumaron, exceptuando a la esperanza, que al menos nos recuerda (y acaso nos promete) todo aquello que se marchó.

Las dos versiones pueden ser "verdaderas" al mismo tiempo, porque las dos nos hablan de lo profundo de nuestra experiencia. Pero luego, como decía Oscar Wilde en boca de Vivian, la vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita la vida; nos pasamos la vida encarnando nuestros mitos más cercanos, nuestra experiencia se parece bastante a nuestros sueños, nuestras profecías se ven a menudo autocumplidas. ¿Cuántas personas viven de manera radicalmente distinta la misma situación objetiva? Nuestra felicidad depende de que la "esperanza" sea el "mal" que se quedó en la caja de Pandora para machacarnos con ensañamiento o el "bien" que se mantuvo junto a nosotros, aún con la melancolía que proporciona la nostalgia de futuro. Ahora bien, esto no sólo afecta a nuestra experiencia, a nuestras emociones, a nuestras vísceras, sino también a nuestras estrategias racionales. La manera frente a la que nos situemos ante un fenómeno nos permitirá un mayor o menor margen de actuación.

Sostengo que las migraciones masivas son un fenómeno estructural de nuestro tiempo. Con esto quiero decir que, como su "madre" más abstracta, la llamada "globalización", forman parte indisoluble de nuestro paisaje social, de las "reglas del juego" de los tiempos interesantes que nos ha tocado vivir; si algún día no hay migraciones masivas, la sociedad habrá cambiado tan radicalmente que no la reconoceríamos (y de hecho, el cambio llevaría tanto tiempo que probablemente estaríamos ya muertos). En su manifestación actual, las migraciones vienen determinadas por el progreso de los transportes y las comunicaciones, por los radicales desequilibrios a nivel mundial en el desarrollo económico, que lamentablemente no van a cambiar de hoy para mañana, y -eso ya siempre- por la propia naturaleza de los seres humanos (que fueron migrantes antes que sapiens). Levantar el dedo airados y quejarnos de las migraciones es como lamentar la existencia de los árboles, los coches, las casas, los relámpagos, el día y la noche.

Pero con las migraciones nos puede pasar como con la caja de Pandora, que no nos aclaremos en si contienen males o bienes. ¿Es "bueno" o es "malo"?, nos preguntamos continuamente y a veces la realidad se burla de nosotros como en el cuento taoísta del campesino y el caballo. Nos empeñamos en esas cosas, en poner etiquetas blancas o negras a las grandes palabrejas con las que intentamos entender la realidad. Nos engañamos. Las migraciones son un "macrofenómeno"; o sea, que en ese saco echamos miles y millones de historias, de procesos, de dramas, de situaciones reales, de experiencias, de problemas. La "industrialización", por ejemplo, ¿es "buena" o es "mala"? Como hijo de una sociedad configurada por ella no puedo menos que decir "globalmente buena" (sin ella, no puedo imaginarme honestamente), pero de esta manera corro el riesgo de insultar al aire envenenado, a las aguas contaminadas, al sudor y la sangre de aquellos que la hicieron posible y la hacen hoy rentable en la eterna periferia. La cuestión más bien es cómo nos situamos ante este fenómeno, que forma parte indisoluble de nuestras vidas. Los obreros ludistas perdieron mucho tiempo y esfuerzo quemando las máquinas y tratando de parar el reloj del tiempo en lugar de pensar de qué modo iban a replantearse sus estrategias en el mundo industrializado.

Merece la pena contemplar las migraciones como una oportunidad. Desde el punto de vista económico, pueden producir muchos efectos beneficiosos tanto en los países de origen como en los de acogida (todo lo que es romper fronteras puede tener un efecto positivo si se gestionan los efectos secundarios). Desde un punto de vista cultural, nos aportan la experiencia del extrañamiento, que nos descoloca a unos y a otros del automatismo perceptivo y nos hace comprendernos mejor a nosotros mismos; amplía nuestras posibilidades de acción gracias a la diversidad y nos enseña -si lo hacemos bien- a superar las barreras "culturales" que separan a las personas. Desde el punto de vista personal, es la historia en la que muchas personas tratan de hacer realidad sus sueños. Pero también hay consecuencias "negativas": consecuencias económicas perniciosas sobre los países de origen y los de destino, conflictos interculturales, explotación laboral, etnicismos y discriminación, segregación. Nuestra acción no puede cambiar radicalmente el argumento del cuento, que depende de mucha más gente, de una estructura social, pero nos puede acercar más a uno u a otro polo. Nuestro posicionamiento puede abrirnos o cerrarnos posibilidades de acción.

Tenemos que aprender a no hacer caso de don Pésimo, para no convertirnos en vendedores de tormentas, o, para no quedarnos paralizados por el terror e incapaces de hacer nada que no sea rezongar y quejarnos de lo malos que los los extranjeros y de que todo se va a ir a la mierda. Pero no está de más tener también algún cuidado con don Óptimo, para no evadirnos de los problemas de la gente, para no construir castillos de arena que se nos disuelvan a la primera de cambio y nos dejen solos con don Pésimo. No confundamos a don Óptimo con el último de los bienes de la caja de Pandora, con el último que se pierde. La esperanza, esa convicción de que lo que hacemos de corazón tiene sentido pase lo que pase, si la sabemos cuidar, permanece incluso cuando don Óptimo se ha marchado a comprar tabaco para no volver nunca.

domingo, septiembre 23, 2007

"CARA A CARA": LA INTERCULTURALIDAD COMO ESTRATEGIA

En una entrada anterior hablábamos de tres nociones del vocablo "interculturalidad", como alternativa a la posible carga esencialista y extremadamente relativista del llamado "multiculturalismo". Así, nos referíamos a la interculturalidad como realidad, como valor y como mito. A ese potaje se me olvidó echar un ingrediente importantísimo: la interculturalidad como estrategia (tanto desde un punto de vista personal como político y social). Desde esta perspectiva, la "interculturalidad" va más allá de las diferencias culturales y de hecho las traspasa con su implacable aguijón; atraviesa las artificiosas fronteras de los grupos étnicos, la letanía de las pautas estereotipadas de relación "entre culturas", la jaula de las etiquetas éticas étnicas. No es un punto de partida ni un punto de llegada, sino un proceso; el proceso por el cual nos vamos encontrando con los Otros más allá de su "otredad". Su fundamento no es otro que la dignidad humana, que es el valor que hemos querido utilizar como criterio último de orientación en el torrente de la diversidad.

Por supuesto, esta estrategia implica interesarse por las diferencias culturales, aprender sobre ellas, conocerlas; pero también supone descubrir las prácticas y representaciones culturales que nos unen. Siempre hay muchas; primero, porque en el fondo las personas estamos hechas de la misma pasta (lo que los antropólogos llaman la "unidad psíquica de la humanidad"), "la gente es igual en todas partes", decía con seguridad el anciano de la "tribu" Tiv a la antropóloga Bonhannan; segundo, porque es irreal la noción esencialista de las "culturas" como entidades coherentes y estables, compartimentos estancos: la realidad sociocultural es heterogénea, no tiene fronteras objetivas y es cambiante. Pero este proceso no sólo consiste es descubrir que no somos "tan" distintos; en el fondo, se trata de rebasar los estrechos límites autodefinidos de lo cultural, lo religioso, lo ideológico o lo étnico para encontrarnos simplemente con personas.

Hoy en día, en España y con carácter general, nuestros definitivos "Otros" son todas esas personas que con simpleza etiquetamos como "moros" o "musulmanes", de ahí que muchos ejemplos míos vayan por ahí (aunque sea mucho más rica nuestra diversidad cultural, que, además, no sólo implica a los migrantes). Estoy convencido de que muchos (no todos, claro) de los "españoles" que vociferan consignas islamófobas y otras escatologías de la invasión jamás se han encontrado con uno de ellos "cara a cara". Quizás, más allá de las noticias de las 3, se hayan tropezado con ellos por las esquinas, los hayan visto subir al metro o paseando por las calles, o hayan intercambiando algunas palabras para que te vendan una caja de leche en el "chino" o un CD pirata en el "top manta". Quizás los hayan tratado un poco más, pero es posible que su relación haya sido excesivamente estandarizada, haya estado mediatizada por los roles, por los estereotipos, por las fronteras étnicas que unos y otros fraguamos; relaciones en las que somos únicamente la careta que nos tocó en suerte en el drama.

El que suscribe en cambio, ni mejor ni peor que estas personas, ha tenido la oportunidad y la suerte (no es un mérito, claro) de estar cerca de algunos de esos "Otros" más allá de su "otredad" y de ver como a otros "españoles" les pasaba lo mismo: tener conversaciones en las que te hablan de su país, de sus costumbres, de sus tradiciones, de su fe (que no es lo mismo), pero también de sus sueños, de sus preocupaciones, de sus aspiraciones, de sus miedos; convivir diariamente; fraguar "incluso" amistad de la buena. Los esqueletos del estereotipo (demonizado o idealizado) se cubren entonces de carne y cobran vida; descubrimos a personas con virtudes y defectos, ni santos ni demonios, como tú y como yo, como todos. Esa experiencia no necesariamente cambia radicalmente nuestra perspectiva ideológica, nuestra visión global de las migraciones, del Islam o de lo que sea; de hecho, en la actualidad todo el mundo afirma en teoría la humanidad de aquellos Otros. Pero, en la práctica, esta experiencia nos hace menos dogmáticos, menos vociferantes, más escépticos, menos soberbios o simplistas, y, sobre todo, mucho más capaces de que la próxima vez nuestra relación personal sea normal desde el principio, sea cuál sea el contenido de nuestros estereotipos, porque sabremos que estamos delante de una persona de carne y hueso, no de un monigote. Por tanto es una experiencia que hay que promover activamente, que no tiene que dejarse en manos de la casualidad o el destino.

Me he acordado de todo esto porque el otro día pude disfrutar en el Festival Alcances de un corto documental llamado "Face to Face" (cara a cara, de Adriá Fernández y Thomas Aubry) que nos narra una manifestación concreta de esta estrategia y nos trae un rayito de esperanza en una situación en la que lo más realista es ser pesimista (pero claro, la esperanza no es lo mismo que el optimismo). En el Estado de Israel y en los territorios ocupados, el círculo vicioso del miedo y el odio parece no tener fin y las fronteras entre judíos y palestinos a veces parecen impermeables; las relaciones están fuertemente determinadas por los roles étnicos y por las máscaras mediáticas. La iniciativa es algo muy sencillo, muy modesto, pero a mi juicio muy significativo: "mezclar" adolescentes palestinos e israelíes en unos días de convivencia. Uno de los encargados del proyecto describía el shock inicial del derrumbamiento de las diferencias imaginarias y estereotipadas: "¡Visten como nosotros!", "¡Piensan como nosotros!", "¡Se pelean entre ellos como nosotros!". Decía que era fácil que, por ejemplo, los "judíos" que tratara en toda su vida un palestino de los territorios ocupados fueran los soldados y los colonos, que, lo quieran o no, están cumpliendo en su trato con ellos con el rol de "judíos" que marca las diferencias. Por eso son importantes estas experiencias: no cambian necesariamente de manera radical tu concepción del mundo, tu ideología, tu identidad étnica, tus opiniones, pero infunden todo eso del inconfundible olor de la humanidad, más allá de las elaboraciones teóricas de los Derechos Humanos que nadie discute en voz alta. En Israel y en todas partes es urgente y necesario tender este tipo de puentes que nos hacen -aunque sea por un momento- tratar con las personas con la careta algo más difuminada.

La imagen de arriba se refiere a una iniciativa artística del mismo nombre (Face 2 Face) y similar filosofía, también en conexión con las relaciones entre judíos y palestinos. Se trata de exponer por todas partes fotos hechas "de cerca", con el objetivo casi en la cara, de judíos y palestinos que desempeñan exactamente la misma profesión (supongo que por partir de una semejanza), haciendo inevitablemente muecas. El vídeo que os pongo no es el corto del que hablaba antes, sino el trailer de esta experiencia fotográfica. "Aunque son vecinos, judíos y palestinos no se ven más que a través de los medios", se dice al principio. No es que estas fotos vayan a cambiar el mundo, pero encarnan esta necesidad: mirarnos de cerca, "cara a cara" y descubrir quizás que el "monstruo" provocado por el espejismo se muestra ahora como un reflejo especular que nos dice como somos nosotros mismos.

viernes, septiembre 21, 2007

RAZAS: (IV) Despedida y cierre ¿del racismo biológico?

Hemos visto que las "razas" no son más que categorías sociales, culturalmente determinadas y construidas, dependientes de diferentes factores socio-culturales en función de indicadores que a veces, y sólo a veces (cuando conviene), se refieren a rasgos observables del fenotipo o a conexiones genealógicas. Exactamente lo mismo que las "etnias", las "culturas", o las "naciones" (ius sanguinis y "nacionalidad", por ejemplo). El avance de la Genética impide en la actualidad que ésta pueda servir de muleta al racismo, de manera que los argumentos raciales "clásicos" (que, insisto, sólo se han mantenido durante unas pocas décadas en la historia de la Humanidad) resultan cada vez más ridículos. Este cartel de 1943, pensado para alistar a los "negros" norteamericanos a la guerra (cuando la segregación todavía era legal en muchos Estados y cuando se metía a los japoneses en campos de concentración), insiste en que ser "americano" no es una cuestión de "raza" o de "descendencia", sino una cuestión de "mente" y "corazón" (tropos que parecen aludir a una especie de identidad "cultural"). ¿Nos han abandonado las "razas" y nos quedan sólo las "etnias"?

Antes que nada ¿tienen sentido las "razas" en el discurso biológico? No podemos evitar seguirnos acordando de los perros, los gatos y los guisantes de Mendel. Hay que aclarar que las "razas puras" son construcciones humanas que resultan de una serie de apareamientos selectivos "artificiales" de animales o vegetales "domésticos" con vistas a su explotación económica; la clasificación de un animal o vegetal en una u otra de estas "razas" en función de determinados rasgos observables de su fenotipo no es "objetiva" y no depende de un modelo platónico grabado a fuego en la realidad, sino de un "ideal" artificialmente construido y dependiente en último término de la finalidad que motivó la "manipulación genética" rudimentaria; ya lo saben, si su perro es un "chucho" es porque se separa de una categoría inventada por las personas. Por supuesto, estos cruzamientos selectivos suponen una cierta ordenación de algunas diferencias genéticas, que pueden (o no) ser relevantes para algún propósito científico. Del mismo modo, la lejanía y los obstáculos geográficos suponen que algunas poblaciones endorreproductoras dentro una especie puedan tener rasgos comunes, que pueden (o no) ser relevantes para un propósito científico. Pero estas tipologías dentro de las "especies" no son "esencias"; ni siquiera las "especies" lo son, a pesar de su carga etimológica (simplemente se ha escogido un criterio funcional para marcar la diferencia, que es la posibilidad de apareamientos fértiles, debido a la importancia que esto tiene para la transmisión de los genes).

Así pues, también pueden existir poblaciones endorreproductoras humanas que compartan algunos rasgos genéticos (que podrían o no estar presentes en el fenotipo, y en este caso podrían ser o no directamente observables) y ello puede ser relevante (o no) para propósitos científicos; eso sí, las limitaciones geográficas y culturales al apareamiento son cada vez menos significativas, debido principalmente a las formas sociales de la vida moderna, el crecimiento brutal de los núcleos de población y las migraciones de todo tipo. En mi humilde opinión de lego en la materia, para estudiar lo que quede de esto debemos abandonar el lastre cognitivo de las clasificaciones folk con las que empezamos (¿necesariamente los rasgos visibles que resultaron salientes para construir categorías con propósitos socioculturales van a ser relevantes para la Biología o la Medicina?); además, debemos abandonar en la práctica y no sólo en teoría, la carga esencialista de las razas, que ni siquiera es válida para las "especies" (asumiendo, como en el campo de las "culturas" que no hay una serie de compartimentos estancos discretos sino una gradación continua donde se articula una cierta diversidad genética). Un buen modo de simbolizar este cambio epistemológico es dejar de hablar de "razas" y trabajar con poblaciones y "clinas". Posiblemente, realizaciones como el BiDil -medicamento "para afroamericanos"- dependen demasiado de las categorías-folk como para enfrentarse adecuadamente a la realidad; este medicamento en concreto parece más bien inspirado por consideraciones de marketing y problemas de patentes.

Ahora bien, estas reflexiones pueden tener sentido para mejorar nuestro conocimiento o los diagnósticos médicos, pero, en realidad no tienen nada que ver con la discriminación racial. Porque la discriminación racial, como espero haber mostrado en la entrada anterior NUNCA se ha basado estrictamente en el contenido REAL del material genético (eso, de momento, sólo sucede en la ciencia-ficción). Basta con que la "raza" resida en la imaginación humana, que es donde ha residido siempre, para que sea relevante; su contenido primordial es socio-cultural (marca identidades y relaciones de dominación). Los rasgos físicos siguen funcionando como indicadores que permiten "marcar" la diferencia, no son otra cosa. Por sus rasgos fisionómicos podemos identificar a un "sudamericano", a un "moro", a un "gitano", a un "chino" o incluso a un "guiri", pero los rasgos son una pista, no la categoría en sí misma, (de hecho, mirando la vestimenta, escuchando el acento, observando lo que hace, preguntándole, podemos cambiar nuestra conclusión inicial); por sus rasgos podemos identificar a un "subsahariano", pero también podemos descubrir que es un "afroamericano" y entonces ponerle una etiqueta distinta. Un jeque árabe puede tener una etiqueta distinta que un "inmigrante" marroquí, pero eso no implica que no seamos "racistas"; implica que nuestras categorías son múltiples, que sus fronteras no son claras y autoevidentes, que se adaptan a situaciones sociales diversas.
En este sentido, los rasgos físicos, no son más que un indicador más para construir categorías étnicas; estas categorías, como todos los estereotipos, nos proporcionan información rápida e imperfecta, en este caso, sobre una persona, lo que puede ser relativamente útil en un momento dado (por ejemplo, para suponer a priori que alguien es extranjero y evitar hablarle en gaditano cerrado). Ahora bien, cuando la causa de un tratamiento desfavorable a una persona es la adscripción (compartida o no por esa persona) a una categoría étnica, y ese tratamiento es potencialmente capaz de situar a grupos enteros en una posición sistemática de inferioridad, entonces estamos hablando de discriminación. No importa si identificamos al tipo como "moro", "sudaca" o "gitano" por sus rasgos físicos, por su acento, por sus propias palabras, por su vestimenta o por su manera de andar; lo que importa es la aplicación de la categoría. Ninguna categoría étnica se basa exclusivamente en rasgos genéticos o genealógicos; casi ninguna de ellas (incluyendo nuestra actual definición jurídica de la "nacionalidad") se libra completamente de ellos. ¿Ser "moro" (o árabe, o bereber, o turco) es una "raza"? ¿es una "etnia"? ¿En realidad, importa algo?

¿O es que acaso nos hemos librado de los rasgos físicos? Hace tiempo comentábamos un caso curioso. Unas personas eran desalojadas de un vuelo por el resto de los pasajeros, al parecer porque tenían "rasgos pakistaníes", "hablaban árabe" y "llevaban ropa muy calurosa en verano" (si confiamos en la precisión fisonómica y lingüística de los pasajeros, la verdad es que es un poco sospechoso ver a unos pakistaníes hablando en árabe, yo si veo gente con rasgos españoles y hablando en latín pienso inmediatamente en una conspiración jesuítica); desde una tribuna liberal se considera que esto no es "racismo" porque el ser "musulmán" no es un "destino biológico", sino el resultado de una opción personal, que los "musulmanes" deben reflexionar, o de lo contrario, tienen que asumir las consecuencias. Vamos a olvidarnos por un momento del molesto derecho fundamental a la libertad religiosa, del ya cansino tema de la supuesta esencia maligna del Islam y de los pequeños matices que pueda tener la conexión entre religión y opción libérrima, por ejemplo, para un nacido en Pakistán. El caso es que nuestro tribuno liberal asume que estos señores eran musulmanes; podían ser, digo yo, agnósticos o ateos ¿no era una opción personal? (otra vez el totum revolutum de "cultura", "lengua" y "raza", QUE HA HABIDO SIEMPRE), o, si somos un poco más pesimistas y desconfiamos de la precisión de los pasajeros, los desalojados podrían haber sido cristianos sirios, coptos o palestinos, hindúes de la India o cualquier otra cosa. Uno siempre puede tener un mal día y confundir a un "indio" con un "pakistaní" o la pronunciación del "árabe" con la del hindi; o uno puede tener un poco flojos los dialectos y creer que hablan en urdu cuando es hindi. El que desde luego no era musulmán era el señor español que tuvo problemas en un avión en Alemania por tener la tez morena y una poblada barba (no hace falta "pertenecer a otra raza" si es que eso significa algo, para ser víctima de la discriminación racial).
En todo caso, si asumimos, como es "natural", que estos señores eran "musulmanes", nuestro tribuno liberal no nos da pistas (como casi hacía hace unos siglos don Hernando de Talavera) acerca de qué tendrían que hacer una vez hubieran reflexionado sobre su opción personal y hubieran, seguramente llegado a decidirse por la apostasía. Quiero decir, qué tendrían que hacer para desprenderse, además, de esos incómodos rasgos "pakistaníes" y de ese maligno acentillo árabe (o urdu) que los hace ser "justificadamente" sospechosos de terrorismo. No señor, por mucho que avance la ciencia no estamos libres del uso de rasgos físicos para construir categorías, y mucho menos de la construcción genealógica de la identidad.

No quiero con esto dedicarme a acusar de "racista malo maloso" a nuestro tribuno liberal ni a los aterrorizados pasajeros del avión (su miedo es comprensible, pero eso no legitima su actitud), suponiendo que nosotros, los "progres", los buenos, los puros, nos encontramos libres de "pecado". Lo que quiero decir es que refugiarse en una versión imaginaria del concepto de "raza" de las primeras décadas del siglo XX o huir hacia la mención de los "destinos biológicos" no sirve precisamente para combatir el "racismo", sino más bien para quedarnos contentos, tranquilos y adormecidos con los comportamientos discriminatorios que practicamos o que llevan a cabo los "nuestros".