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jueves, agosto 31, 2006

EL JUEGO DE LOS ESTEREOTIPOS

Judío, catalán, andaluz, facha, moro, yanqui, gitano, argentino, carca, sudaca, progre, marimacho, musulmán, cristiano, vasco o maricón... Que levante la mano (y tire la primera piedra) el que nunca jamás en su vida haya jugado al juego de los estereotipos con material delicado: personas.

Parece ser que el primero en utilizar la palabra "estereotipos" -que venía de la imprenta- en relación con el comportamiento social fue Walter Lippman en su obra Public Opinion (1922). Siguiendo a Lippman, los estereotipos no son perjudiciales en sí mismos, e incluso cumplen una importante función cognitiva: para orientarnos en un mundo complejo necesitamos hacernos "mapas" que lo simplifiquen, cuya veracidad va desde la mera alucinación hasta los modelos y generalizaciones científicas. Pero tienen doble filo: al mismo tiempo, como han estudiado los psicólogos, sesgan la información disponible y la deforman. Así, el debate podría centrarse en la determinación de en qué medida son verdaderos o falsos: ¿Será verdad que los andaluces somos unos vagos? Esta empresa se enfrenta con dos problemas fundamentales: 1) los andaluces no sé, pero los estereotipos populares sí que son vagos (ambiguos), de manera que son difíciles de concretar para hacer un examen minucioso; por otra parte, la propia definición de los conceptos puede variar en distintos contextos culturales ¿somos vagos en función de qué vara de medir?; 2) no podemos estar todo el santo día investigándolo todo (qué flojera que me entra, quillo).

El problema de fondo es otro. Cuando los estereotipos se refieren a "cosas" u "objetos", su validez o invalidez es un problema de "cómo hacer que nuestro conocimiento sea el mejor posible"; en fino: es una cuestión epistemológica. Pero cuando los estereotipos se dirigen a seres humanos aparecen, además, importantes problemas sociales, éticos y jurídicos. Cuando se trata a alguien conforme a un estereotipo, la decisión puede ser más o menos "racional" (en términos de teoría económica), pero la racionalidad no la hace menos discriminatoria. Por ejemplo, supongamos que fuera verdad que los andaluces somos unos vagos (yo no lo creo, eh ;-)), en la medida en que hubiera un 80% de posibilidades de que un andaluz resultara un gandul frente a una media del 50% para otros grupos étnicos. Un empresario tiene el legítimo interés de no contratar "a un vago"; una indagación detallada de los candidatos podría resultar costosa y fracasar de todas maneras. En estas condiciones, sería "racional" no contratar a un andaluz en la medida en que incrementa las posibilidades de tomar una decisión acertada (siempre que la creencia sea cierta). Aún así, no hay una relación de necesidad, una identidad entre la categoría étnica y el rasgo que se le atribuye (esto es lo que se llama "correlación ilusoria"), por lo que, si este tratamiento se generaliza -si todo el mundo aplicara esta regla- nos encontramos con que: 1) al menos un 20% de los andaluces son tratados conforme a una etiqueta y no conforme a sus cualidades objetivas; 2) los andaluces se quedan sin trabajo y se convierten en un grupo marginal, de manera que la mera pertenencia a la categoría supone una desventaja en la posición social. La decisión empresarial sería contraria a la dignidad humana -individual y colectiva-, éticamente reprochable (al menos para mí), y jurídicamente discriminatoria, esto es, contraria al artículo 14 de la Constitución.

No podemos cuestionarnos nuestra capacidad de estereotipar (no podemos renunciar a ella), pero podemos ser personas reflexivas, que nos cuestionemos lo que pensamos y lo que hacemos, para mejorar. Esta es mi receta de andar por casa:

a) Cuestionarnos de vez en cuando nuestras propias creencias y valoraciones ¿tenemos todos los datos posibles? ¿nuestra perspectiva está sesgada?, aunque sea para darnos la razón.

b) Plantearnos si es necesario trasladar nuestros juicios de valor sobre determinados hechos, prácticas o representaciones a las personas que vinculamos con ellos: ¿Hemos de trasladar necesariamente una valoración crítica de (el Opus Dei, el Islam, el anarquismo, etc, etc.) a los (opusianos, musulmanes, anarquistas, etc.)

c) En caso afirmativo, si nuestra valoración de antemano de la persona (prejuicio) es negativa -o al menos nuestra percepción de la persona se haya deformada por esta valoración de antemano- ¿creemos que la supuesta pertenencia de esta persona al grupo sólo aporta aspectos negativos? Si es así ¿la persona se haya totalmente determinada por estos aspectos, o hay otros elementos en ella a valorar?

d) De la misma manera ¿nuestro prejuicio nos lleva a actuar de algún modo? ¿a tratar a la persona en función de una "generalización"? ¿Ese trato es desfavorable? ¿Qué pasaría si nuestra generalización se convirtiera en regla general, que aplicara todo el mundo? ¿Terminarían las personas adscritas a la categoría en una situación de marginación por su pertenencia a ella?

Si hemos llegado a d), nuestra conducta es discriminatoria. Si ello no nos parece mal, al menos un mínimo de coherencia interna exigiría no fundamentar nuestro tratamiento en la defensa de los valores constitucionales (aún menos en el principio de no discriminación, aduciendo, por ejemplo, el estereotipo de que "los musulmanes son machistas").

viernes, agosto 25, 2006

¿LA ISLAMOFOBIA PUEDE SER RACISMO?

Pues claro. Aunque no me gusta mucho comentar la actualidad rabiosa en mi blog (los intereses del momento siempre sesgan el debate), voy a romper mi regla por un día. Curioseando por Internet me encuentro con la noticia de que los pasajeros de un vuelo Málaga-Manchester consiguieron expulsar del avión a dos personas sospechosas por "tener rasgos paquistaníes, hablar árabe, ser jóvenes y no vestir ropa veraniega". Si eso es lo que verdaderamente dijeron los pasajeros, la precisión de la descripción evoca un amplio conocimiento lingüístico y fisonómico (supongo que a los pasajeros les intrigó que unos paquistaníes hablaran árabe y no urdu, punjabi o alguno de los idiomas que por allí se usan en la comunicación cotidiana, ciertamente sospechoso).
Que tengamos miedo a la hora de subir a un avión en el contexto actual es comprensible; que se tomen medidas de seguridad es completamente necesario. Que se expulse a dos pasajeros por clamor popular es explicable por la islamofobia que nos rodea, pero eso no implica que esté justificado; se trata de una discriminación racista, aunque sea inapropiado demonizar a los pasajeros por ello. Sorprendentemente, la justificación moral y casi exaltación de esta conducta nos llega de una tribuna autoproclamada liberal (para mí que la libertad religiosa y el principio de no discriminación son dos elementos importantes del mejor liberalismo). Los argumentos de D. José María Marco abundan en algunos de los errores en la comprensión del racismo a los que aludía en otras entradas y por eso los saco a la palestra, aunque sean de actualidad.
Afirma el susodicho que ser musulmán -o "parecerlo" (?)- no es un destino biológico "como ser blanco, negro, mujer u homosexual", sino que es una elección individual que se basa en una serie de decisiones personales (o sea, que si el autor hubiera nacido en Paquistán, por ejemplo, no sería musulmán, mostrando más "discernimiento" que la casi totalidad de su población). Como contaba otro día, una de las excusas más habituales para esquivar nuestro propio racismo es distinguirlo de un racismo biológico imaginario, que nunca existió. Así pues, según el autor, todo musulmán se tendría que plantear hasta qué punto su fe es compatible con los derechos humanos, abjurar de su fe -esto último sólo se sobreentiende-, y por supuesto dejar de parecer musulmán (el autor parece olvidar que la libertad religiosa y la no discriminación por razones étnicas, raciales, religiosas o de origen nacional son derechos humanos).
La categoría de "musulmán" opera en nuestro contexto en muchas ocasiones como una clasificación puramente racial, y desde luego se mezcla con elementos de carácter étnico. No hay más que fijarse en que los señores expulsados del aeropuerto no hicieron profesión de fe: sólo "parecían" musulmanes por sus rasgos "paquistaníes" y su lengua "árabe"; el argumento espurio sobre la relevancia de la elección personal termina por disolverse ante la constatación de que hubieran sido expulsados aunque en realidad fueran, por ejemplo, hindúes.
Hay que distinguir entre las categorías raciales que producen la discriminación y los indicadores que permiten al observador construir esa categoría. En la conducta de los pasajeros hay dos "correlaciones ilusorias": los rasgos y el idioma extraños elevan automáticamente a las víctimas a la categoría de "musulmán"; dicha categoría implica automáticamente -por medio de otra correlación ilusoria- una serie de rasgos negativos; finalmente, la aplicación de la categoría desata el trato discriminatorio.
¿Significa esto que no se puede criticar al islam? Por supuesto que no. El islam, como cualquier otra religión, filosofía o ideología (cristianismo, liberalismo, comunismo, etc) puede ser criticada, de la misma manera que los musulmanes critican otras religiones o el ateísmo; la cuestión es, más allá del debate ideológico, tratar a las personas por lo que realmente hacen, no por razón de una categoría que se les ha colgado cual sanbenito. Lo cierto es que la crítica al islam se mezcla hoy tan sutilmente con el puro racismo que no está de más un poco de reflexión previa.
Posiblemente D. José María Marco rechace, por ejemplo, el comunismo en el plano del debate ideológico; posiblemente, incluso piense que es una ideología contraria a los derechos humanos y podría citar algunos ejemplos empíricos. Un comunista de hoy en día podría rebatírselo diciendo que, con independencia de lo que hayan hecho algunos (o muchos) comunistas, para él en concreto no hay incompatibilidad entre lo que considera fidelidad al comunismo y la defensa de los derechos humanos. Con independencia de si le convenciera o no el argumento, D. José María debería juzgar a nuestro comunista por sus propios eventuales atentados a los derechos humanos y no por la simple etiqueta de "comunista". Y por otro lado, está claro que el hecho de expulsar a alguien de un avión (o de un club privado) porque tiene "pinta de comunista", bueno, en sí mismo constituye un atentado contra los derechos humanos. El hecho de que la ideología sea una decisión personal no es relevante a efectos de discriminación (salvo para agravar el daño, por afectar a la libertad además de a la igualdad), como tampoco es relevante que el hábito no haga al monje ni la pinta necesariamente al comunista.

martes, agosto 22, 2006

EL RELATIVISMO ES RELATIVO

"No hay ninguna Verdad Absoluta, y esto es absolutamente cierto".- LES LUTHIERS

Cuando se habla de migraciones y de interculturalidad termina por aparecer en el debate, implícita o explícitamente, la sombra del "relativismo cultural"; ahora bien, el "relativismo" es habitualmente una de esas palabras comodín: full of sound and fury, signifying nothing, de sentido confuso y cambiante según el interés del momento. Hay muchos tipos de relativismos, pero nosotros vamos a simplificar la cuestión reduciéndo su número a dos, que llamaremos relativismo moral y relativismo metodológico.
El relativismo moral, en su versión "débil" consiste en la creencia de que los valores morales humanos: el "Bien", la "Justicia", etc. no tienen existencia objetiva y no están inscritos en la realidad, o bien, aunque estuvieran inscritos en la realidad no hay manera de saber cuáles son. Aunque esta parece una idea razonable (si bien no la única posible), puede resultar perjudicial en su versión "fuerte", en la que, cayendo en la "falacia lógica del naturalismo", este juicio de hecho se transforma en juicio de valor y se pretende rechazar la relevancia vital o el sentido de todos los principios y valores éticos. Aquí hay un problema lógico evidente: el rechazo de los principios se convierte en un juicio de valor y por lo tanto, debería también relativizarse. El problema de fondo es que nuestro "relativista de salón" puede caer en una especie de "esquizofrenia" o "hipocresía", al negar su propia experiencia de valoración de la realidad; es decir, como todos los seres humanos sigue operando conforme a sus propias nociones de lo que está bien o mal o regular, pero lo niega, quedando incapacitado para reflexionar sobre su conducta o para cuestionarse sus propios principios (sólo se cuestiona los de los demás). En último término, la convivencia intercultural, la tolerancia o el pluralismo democrático no pueden sustentarse sobre un relativismo moral fuerte, puesto que en realidad, se basan en percepciones y valoraciones de la realidad concretas y determinadas, es decir, en una ética o moral posible.
El relativismo metodológico -utilizado profusamente por los antropólogos sociales- no es un juicio de hecho o de valor sobre la realidad (aunque se puede sustentar en ellos), sino más bien una herramienta para obtener conocimiento. Partiendo de la base de que los seres humanos orientan su percepción de la realidad y su experiencia desde sus patrones socioculturales y que estos patrones varían, es posible que personas distintas tengan principios, percepciones o valoraciones diferentes. Cuando estos principios presentan una cierta repetición en grupos humanos, no pueden atribuirse a diferencias individuales -y difícilmente a diferencias genéticas compartidas no pasadas por la batidora de la sociedad como proponía la ciencia racista-, sino más bien a las divergencias en las pautas socioculturales (cualquiera que sea su origen); en palabras de Marx, "No es la conciencia de las personas la que determina su existencia sino su existencia social la que determina su conciencia". Simplificando, si uno hubiera nacido en Afganistán, tendría muchas posibilidades de ser musulmán. Como consecuencia de ello, para poder comprender o explicar el comportamiento de las personas es preciso desprenderse en gran medida de los prejuicios derivados del etnocentrismo que generan todos los sistemas de pautas socioculturales (y tienden a ver como carente de sentido todo lo que no encaje en sus modelos) y adentrarse en las razones contextuales y en la lógica propia que determinan o influyen en la conducta de los Otros (pues de los contrario su comportamiento parecerá simplemente irracional, inexplicable o incomprensible). Aunque alguna gente lo confunde, explicar la conducta de los sujetos no implica necesariamente justificarlos moralmente. Esta técnica la utilizan las ciencias sociales, dado que su función es obtener conocimiento, pero como el conocimiento también es relevante para la vida cotidiana, el ciudadano "de a pie" puede aplicarse también una cierta dosis de relativismo metodológico.
Ciertamente, la práctica del relativismo metodológico puede llevar al cuestionamiento de los propios principios, en la medida en que uno se aplique el análisis a sí mismo y llegue a la conclusión de que no cree en sus propios valores porque sean verdaderos, sino porque también uno es fruto de su contexto. Difícilmente un relativista metodológico puede ser un fanático o tener una ABSOLUTA certeza de todo lo que piensa; pero no necesariamente tiene que tener la cabeza hueca de valores o una ética nihilista. En otro orden de cosas, la comprensión y el conocimiento obtenidos mediante esta herramienta cognitiva pueden incentivar la empatía respecto al Otro, que ya no es un artefacto metodológico, sino más bien una emoción, pero esto no sucede siempre.

viernes, agosto 18, 2006

HOBSBAWM Y EL PAÍS DE LOS TRABAJADORES

Hace unas semanas nos subrayaba Paco una aparente paradoja: frecuentemente el rechazo a los migrantes se desata con más virulencia entre aquellos que se encuentran en las posiciones más bajas de la estructura social, es decir, en las personas y grupos que más tendrían que ganar haciendo causa común con ellos. Aspectos simbólicos, identitarios pueden hacer que unos y otros perciban sus intereses como distintos, y aún contrapuestos, a pesar de tener problemas comunes. Para empezar a asomarnos a este problema no está de más un poco de perspectiva histórica. Para ello recomiendo la lectura del ensayo del reconocido y genial historiador (¿británico?, ¿judío? ¿marxista?), Eric Hobsbawm, (1982) "¿Cuál es el país de los trabajadores?", en El mundo del trabajo: estudios históricos sobre la formación y evolución de la clase obrera, Crítica, 1987. Por cierto que casualmente su autobiografía se llama como este blog.
El ensayo arranca con una reflexión muy interesante: "Si es un error suponer que los trabajadores no tienen país, igualmente engañoso es creer que sólo tienen uno y que nosotros sabemos cuál es"; así pues, critica tanto las visiones esencialistas y homogeneizadoras del nacionalismo moderno "[...] un invento del siglo XIX" como la pretensión de que las identidades digamos étnicas no tienen nada que ver con los trabajadores. Antes de que se empezara a hablar seriamente del transnacionalismo, destaca que las identidades étnicas tienden a ser heterogéneas y cambiantes, aunque en determinados momentos algunas parezcan más importantes que otras, que no son necesariamente excluyentes y que rebasan las fronteras de las naciones-estado (como cuando se refiere a los sicilianos y calabreses emigrados a América, que no sólo se convierten en norteamericanos sino que eran partícipes de una Italia que vivía ya más allá de las fronteras para desplegarse por Argentina, Brasil, Australia...) También destaca, ya en el año 1982, el papel de la concesión de la ciudadanía -a los obreros nacionales- para su integración en la nación.

Sin contradicción con su orientación marxista, Hobsbawm no niega la importancia de las cuestiones simbólicas, identitarias; de hecho afirma que, aunque la agrupación para la solución de problemas concretos de los trabajadores (lo que llama "conciencia sindical de clase") trasciende a menudo las barreras culturales, en lo que refiere a la construcción de la "conciencia política", allí donde la identidad de clase "[...] ha chocado con la conciencia nacional, religiosa o racial, generalmente se ha doblegado y retirado". Así las cosas, el autor analiza desde un punto de vista histórico cuáles son las condiciones para que la percepción de la diferencia étnica provoque división entre los trabajadores:

-En primer lugar, se refiere a la influencia de movimientos nacionalistas o políticos de otro signo, en principio externos a la clase trabajadora. Estas razones son para él las más importantes. De aquí podríamos quizás extraer la conclusión de que la articulación de las diferencias étnicas no es sólo espontánea, sino organizada.
-En segundo lugar, los cambios rápidos e importantes en la composición de los trabajadores. Pero para el autor, los procesos "espontáneos" que provocan estos cambios no son demasiado relevantes y la cuestión adquiere importancia cuando los sentimientos étnicos se mezclan con la configuración del Estado y de las instituciones (se refiere por ejemplo a las adscripciones lingüísticas y la "lengua oficial").
-En tercer lugar, las pretensiones de mantener condiciones favorables para un grupo limitando la entrada en la clase trabajadora (con éxito parcial, ya que si es total ciertamente se produce una cierta homogeneidad), si bien se matiza que la exclusión o segregación general y permanente es difícil de soportar y se tiende simplemente a alimentar privilegios ("aristocracias obreras" con marca étnica, como en Irlanda del Norte). Esto me sugiere la posibilidad de que las limitaciones jurídicas y fácticas para el empleo de extranjeros en combinación con un mercado de trabajo fuertemente segmentado desplieguen importantes efectos secundarios des-integradores.
En cualquier caso, el análisis nos remite a estrategias posibles, a acciones en cierto modo evitables. De manera que tal vez nos de pistas acerca de cómo reaccionar ante una previsible (y quizás hasta cierto punto inevitable) secesión entre empobrecidos.

martes, agosto 15, 2006

RELIGIONES EXTRANJERAS

Esta es una recreación de la conversación escuchada por mi madre en la provincia de Almería el 16 de abril de 2006, Domingo de Resurrección; no fue tomada literalmente, claro, así que está reconstruida, más que la verdad de los hechos nos interesa la verdad poética que hay detrás de ellos. Dejemos la historia sin moraleja, limitándonos a decir que expresa una deformación de la mirada muy habitual, si bien no siempre tan evidente.

-Eran todos extranjeros y las mujeres llevaban pañuelos en la cabeza.
La dichosa manifestación cortaba el tráfico. Ya están los extranjeros fastidiando y cortando las calles.

-¿Era una manifestación laboral, por algo del campo o de la fruta, o algo así?

-Si por lo menos fuera así, lo entendería. Pero era una cosa religiosa... de esas religiones raras que nos traen ellos, ¡es que no hay derecho!.

-Bueno, hay que reconocer que nosotros también tenemos procesiones y esas cosas, que también de vez en cuando tienen que cortar el tráfico.

-¡Pero no es lo mismo! ¡España es un país católico! Es normal que haya procesiones, pero eso que traían ellos no era normal. Tenían carteles que decían algo así como “Jesucristo nos trae la Resurrección y la Vida”, esas cosas raras que dicen las religiones de los extranjeros...

lunes, agosto 07, 2006

EL RACISMO BIOLÓGICO NUNCA LO FUE














Uno de los métodos más usuales a través de los cuales se crea un racismo imaginario que oculta el problema auténtico consiste en construir una falsa distinción entre la "raza" (que se supone algo biológico, innato y no modificable, salvo para Michael Jackson) y la "etnia" (que se cree una especie de atributo esencial, socialmente adquirido y reversible). A todo esto subyace un argumento que no siempre se hace explícito: el "racismo" biológico siempre es inaceptable, puesto que se trata a la persona por una circunstancia que no tiene nada que ver con su "mérito" personal; en cambio, como la "etnia" está tan relacionada con la cultura y, por tanto, con el comportamiento, no está tan claro que estos perjuicios "de segunda" estén siempre injustificados. Así, no hay manera de distinguir entre la crítica sociocultural, el prejuicio y la discriminación. Hoy me conformo con negar la mayor: no sólo sucede que el racismo biologicista de aires pseudocientíficos es una cosa relativamente moderna en la larga historia de la discriminación, sino que, además, el racismo "real" no se corresponde del todo con este modelo simplista.

Como muestra un botón: uno de nuestros referentes míticos para el racismo "evidente" es el apartheid sudafricano; aparentemente, en este caso se verificaba la manida frase de "tratar a la gente por el color de su piel". En realidad, esto no es del todo exacto. La Population Registration Act (afortunadamente derogada), en un principio dividía la población en negros, blancos y 'personas de color'; para definir qué se entiende por "blanco" utilizaba una definición de corte marxista (lo digo por Groucho, claro):
"[...] una persona que: a) es obviamente blanca en apariencia y no es generalmente aceptada como una persona 'de color'; o b) es generalmente aceptada como 'blanca' y no es en apariencia obviamente no blanca".
Esta norma nos da la pista de que el racismo no consiste en tratar a las personas "por el color de su piel" -como sucede efectivamente si utilizas una crema de protección solar más potente para una piel más clara-; el racismo utiliza categorías imaginarias, a veces difusas o fluidas, de fronteras no siempre discretas, relativamente compartidas en un contexto determinado. El color de la piel es sólo un indicador -uno especialmente claro o "saliente"- para atribuir a la víctima la correspondiente categoría social. La lengua, el acento, la "etiqueta" que tuvieran los padres, las costumbres, la vestimenta, la propia autodesignación, etc., pueden también operar a veces como rasgos distintivos. Suele decirse que los españoles no somos xenófobos porque a los "extranjeros ricos" no los tratamos del todo mal; tal vez este entendimiento de la discriminación racial como un mecanismo que opera por medio de categorías que se construyen a través de indicadores (que son simplemente "señales" de la presencia de la categoría), ayude a ver más claro el asunto.

jueves, agosto 03, 2006

PRADO PARA LAS GACELAS

1 لقد صار قلبي قابلا كل صورة
2 فمرعى لغزلان وديْرٌ لرهبان
3 وبيتٌ لأوثانٍ وكعبة طائف
4 وألواح توراة ومصحف قرآن
5 أدين بدين الحبّ أنّي توجّهت
6 ركائبه فالحبّ ديني وإيماني



Ibn Arabi o Benarabí fue un famoso filósofo, teólogo y poeta murciano que vivió entre los siglos XII y XIII (calendario cristiano, claro). Hasta donde sabemos (porque siempre es difícil penetrar en las conciencias ajenas) fue toda su vida un fiel devoto musulmán. Los versos que hoy me apetece poner sobre la mesa son bien conocidos -tal vez incluso un lugar común- y circulan en varios idiomas por Internet. De momento, no soy capaz de hacer la traducción directamente del árabe, así que me he tenido que conformar con una reconstrucción de las distintas versiones desde mi propio gusto estético (evitando asimismo cambiar mucho el sentido para conseguir ritmo o rima). Con esta salvedad, lo que el sabio murciano escribió fue más o menos esto:
Mi corazón se ha hecho capaz de acoger todas las formas:
Es prado para las gacelas, monasterio para los monjes,
altar para los ídolos, piedra negra para los peregrinos,
Tablas de la Ley y Libro del Corán.
Profeso la religión del Amor, y voy donde me arrastre
su cabalgadura, pues el Amor es mi credo y mi fe.

Más de una vez he oído decir, así, taxativamente, que "ningún musulmán es capaz de ser tolerante"; en boca, por supuesto, de quien jamás había conocido alguno o se había acercado a ellos con los ojos envenenados de prejuicio. Sirva este breve texto como prueba escrita de la obviedad de que los musulmanes son personas.

La moraleja que hoy quería evocar va un poco más allá de esta verdad de perogrullo. Quiero decir, expresa que se puede ser fiel a los propios principios -religiosos o no- y al mismo tiempo hacerse capaz de acoger a los que son distintos, que en cierto modo dejan de serlo. Esta experiencia humana básica trasciende y a la vez informa hasta cierto punto culturas, religiones, ideologías y filosofías. Benarabí habla de "Amor", los budistas decían "maitri", los cristianos "charitas" o "agape"; el antropólogo Victor Turner, analizando diversas culturas y episodios históricos se refiere a la idea de "communitas" y la propia Antropología se basa en la "unidad psíquica de la humanidad"; los revolucionarios franceses se referían a la "fraternidad" y el término más moderno parece "solidaridad", que viene de "solidus-a-um", que viene a significar "total" (creo que el término viene del Derecho, las obligaciones solidarias, son aquellas en las que cada obligado responde por la totalidad de la deuda).

Desde nosotros mismos, y sin renunciar a nuestra propia identidad, podemos sentirnos también parte de un mismo solidum humano y quitarnos el veneno de los ojos para acoger todas las formas y convertirnos en prado para las gacelas. Lo que suceda en estos tiempos interesantes no dependerá sólo de eso, sino de otras condiciones objetivas y factores de todo tipo; pero nuestra propia perspectiva del cuento dependerá de en qué medida hayamos hecho la experiencia del gran maestro Benarabí.

martes, agosto 01, 2006

CUADRANDO EL CÍRCULO VICIOSO (II)

¿Cuáles son las posibles respuestas al círculo vicioso del mercado de trabajo que mencioné en la entrada anterior? Antes que nada, estoy seguro de que no hay ningún remedio milagroso que automáticamente resuelva todos los problemas sin dejar efectos secundarios. Probablemente, cualquier respuesta que se nos ocurra afrontará la cuestión de manera incompleta y al mismo tiempo generará nuevos problemas. El caso es determinar si el resultado es mejor que la situación actual, lo que no parece demasiado difícil.

-Una posible solución, bastante radical, consistiría en suprimir la necesidad de una autorización para trabajar. Esto no implica necesariamente que los estados eliminen las restricciones a la entrada de extranjeros (lo que hoy por hoy parece imposible), ni que desaparezcan las conexiones entre estas restricciones y el mercado de trabajo.

-Cabe imaginar alteraciones menos radicales del sistema de autorización para trabajar: debilitar el principio de contratación en origen (los "visados para búsqueda de empleo" pueden ser un ejemplo a considerar) o, además, permitir que los extranjeros puedan trabajar legalmente en tanto se tramita su permiso.

-Otra posible respuesta consiste en "simplificar los procedimientos" (siempre fácil de enunciar y difícil de hacer). La lentitud podría atribuirse a diversos factores, que requieren diversas soluciones: problemas jurídicos (de regulación), organizativos (de la administración) o de escasez de medios.

-Otro enfoque, similar al anterior consiste en mejorar la eficacia de los procedimientos teniendo en cuenta dos factores: 1) nuevas tecnologías de la información, que facilitan la interconexión entre países alejados; 2) redes transnacionales de relaciones sociales o familiares. En especial, las redes de contactos, amistad y parentesco de carácter transnacional están asumiendo un papel cada vez más importante en la gestión informal de los procesos migratorios (al margen de la regulación legal y adaptándose a sus diversas restricciones); los poderes públicos podrían intentar "ganarse para sí" en cierto modo a estas redes para una gestión más eficaz.

-Por supuesto, siempre debe señalarse la posibilidad de afrontar el asunto desde la lucha contra la economía sumergida, pero parece poco probable que este modelo informal, fuertemente asentado en nuestro mercado de trabajo, pueda retroceder fácilmente. Más bien debe darse una relación de reciprocidad: las medidas frente a la economía sumergida tienen que tener en cuenta la inmigración irregular y al contrario.